A Leynad lo habían metido en una especie de garita dentro del almacén principal. Esposado, estaba sentado en una silla de plástico en lo que le parecía una sala de reuniones, o algo así. La sala tenía algunas ventanas, por donde se veía el almacén, y por ellas Leynad pudo ver a un tío acercándose. Un tío algo mayor que él, con el pelo rubio de un amarillo como el de un polluelo cortado al estilo militar, vestido con un excesivamente hortera traje blanco adornado por un brazalete morado en su brazo izquierdo. A la vista de semejante esperpento de estilo, Leynad estuvo seguro de que se encontraba ante el hijo del dueño de Ofenón. En seguida salió de dudas.
- ¿Eres el de OSSI? - dijo el rubio con malos modos, nada más abrir la puerta de la garita de un empujón.
- Soy el de OSSI. - Contestó Leynad.
- Bien. Disculpa los modos de mi ayudante. Tenemos una propuesta muy interesante para ti, y no queríamos que te escaparas.
- Oiga, pero si yo venía a verle a usted - protestó Leynad - ¿por qué las esposas? No es necesario...
- Yo decidiré lo que es necesario y lo que no - contestó el rubio, altivo - ¿Qué es lo que te han mandado venir a hacer? ¿Cuáles son tus órdenes?
- ¿Órdenes? Se suponía que tenía que venir aquí a por unas semillas de una planta o no se qué, y luego llevarlas al planeta Nankella, que está ahí al lado. ¿Cuál es el problema? ¿Y esa propuesta?
- Verás - dijo el rubio, tratando de ponerse interesante - Vas a llevarte esas semillas, pero no a Nankella, sino al anillo.
- ¿Al anillo? - contestó Ley - ¿Por qué?
- Porque te lo digo yo, y los mil créditos que te ofrezco a cambio. Y porque si no lo haces le diré a mi amigo que te convenza - Y señaló al granjero, al que se podía ver a través del cristal esperando afuera de la habitación.
- Tu amigo resulta bastante convincente - reconoció Ley - pero creo que he decidido que no voy a hacerlo.
- Si te niegas, le haré entrar y tendrá una... "amable charla" contigo.
- Pues bien.
El rubio se marchó refunfuñando. Ley lo vio salir, hablar con el granjero, y quedarse después afuera, mirando desde los grandes ventanales de la habitación hacia adentro, mientras el granjero entraba con cara de pocos amigos.
Pero desde afuera, el rubio no vio otra cosa que lo que había dicho que pasaría. Una amable charla. Leynad seguía esposado, pero gesticulaba con las dos manos juntas desde su asiento, mientras el otro, de pie, escuchaba con atención, asentía y sonreía. El rubio estaba perdiendo la paciencia, y cuando por fin no aguantó más, abrió la puerta violentamente y entró de nuevo en la sala.
- Pero bueno!, ¿que pasa aquí? - rezongó - Jack!, ¿qué haces?
- Oh, disculpa! - contestó Leynad, en lugar de "Jack" el granjero - tenías razón, tu amigo es muy convincente! Casi lo consigue, pero al final le he convencido yo a él.
Y dicho esto, Jack, el granjero, se giró rápidamente y retorció el brazo del rubio por detrás de su espalda.
- Pero Jack!, ¿Qué...?
- Siéntalo, amigo - ordenó Leynad.
Y Jack empujó al rubio a una silla, sujetándolo por los hombros cuando este intentó levantarse.
- Jack!!!, esto te va a costar caro, ¿me oyes? Este mes, no cobras. De hecho, estás despedido - consiguió decir el rubio mientras le sujetaban en la silla.
- No importa, señor - contestó el granjero con la boca pequeña, pero sin soltarlo - ya tengo trabajo.
- Deberías pagar mejor a tus empleados... - dijo Leynad - voy a pagarle el doble que tú y aún así no llega a la mitad de lo que cobran los míos.
- ¿Cómo!!!? - dijo el rubio, contrariado, sin dejar de intentar zafarse de Jack - ¿Pero quién te crees que eres?
- Jack, dile quién soy - dijo Ley tranquilamente, levantándose de la silla y acercándose a él.
- Es Leynad Otinev, señor. El dueño de OSSI. - confesó Jack.
- ¿Qué!?!?!?!?!? - exclamó el rubio, horrorizado.
- El mismo. - reconoció Ley - Bueno, socio paritario, si lo deseas.
Ley se inclinó sobre la mesa y separó las manos esposadas delante del rubio, sin ningún esfuerzo.
- ¿Co... cómo? - balbuceó el rubio, sorprendido.
- Pareciera que se te han olvidado todas las palabras menos esas. - rió Leynad - Verás, el tipo más rico de la Galaxia no viaja por ahí sin cierta protección. Tus esposas magnéticas son un juguete. Me las he dejado puestas mientras estudiaba la situación, pero la situación está controlada.
Ley hizo una pequeña pausa y dejó que el otro asimilara la información. Después, continuó.
- Entiendo que no me hayas conocido. No me gusta que la gente me conozca, ¿sabes?. No salgo por por la tele casi nunca, al contrario que mi socio. La gente tiende a pensar que él es el único dueño. A mi me va de perlas, me dejan en paz. Pero alguna vez, sí que tengo que hacer alguna aparición, por desgracia. No tengo más remedio. He tenido la suerte de que tu amigo Jack me vio la última vez que aparecí en el noticiario galáctico, hace tiempo, explicando el descubrimiento de un nuevo planeta habitable. Así que me ha creído muy rápido cuando le dije que le pagaría más que tú. Nuestra fama nos precede. ¡Nos sobra el dinero! Así que tus mil créditos tampoco es que hayan hecho mucho por convencerme de nada. Y aquí estamos...