No le había quedado de otra. Esperó una hora más allá de su turno, y como el huésped de la suite ejecutiva no se dignaba a salir, Camila tuvo que entrar a limpiar. Olivia le dijo que no podía esperar más, que si el huésped no salía era porque quizá estaba ocupado trabajando en el estudio y que si quería irse debía de dejar la habitación limpia y ordenada. Aceptó de mala gana, por nada del mundo quería cruzarse con ese tipo. Tocó la puerta las veces reglamentarias hasta que él mismo se acercó a abrir. Recién salido de la ducha, la recibió con una toalla cubriéndolo de la cadera para abajo y con otra toalla se secaba el cabello. Aún las gotas de agua resbalaban por su pecho y por un instante Camila se sintió encantada ante esa sexy visión.
—¡Camila! Qué sorpresa, llegas justo a tiempo —dijo de lo más normal como si de una visita se tratara—. Pasa, aunque no hay mucho que puedas hacer, casi no he tocado nada. Pasé la noche fuera así que te ahorro el trabajo.
—No tiene que informarme sobre su vida privada —le dijo con la voz más firme posible. Tenía que ser profesional ante todo y no podía mantener ningún tipo de relación ni de amistad con ese huésped—. Si me permite...
—Por supuesto. —Alec se hizo a un lado dejando pasar a la joven y su carretilla con todos los repuestos e implementos de limpieza—. Vaya, debiste haber tenido un día arduo y esa carretilla se ve muy pesada, ¿no quieres que te ayude?
—Claro que no, hago esto a diario y no representa ningún esfuerzo. Solo quiero hacer mi trabajo, señor Reagan.
—Está bien, no te interrumpo más. —Camila hizo lo primero que siempre hacía, reemplazar el viejo New York Times por el de ese día, así como poner la revista sabatina del hotel, entre otras revistas en el centro de mesa. Para él, un hombre de negocios, le dejaba las revistas especializadas que había pedido—. ¿No tienes Glamour o Cosmopolitan? Tendré visita más tarde y me parece que esas son las favoritas. —Sin decir nada, sacó esas dos revistas en el centro de mesa—. Vaya, linda, ¿estás molesta hoy?
—Solo hago mi trabajo —dijo seriamente mientras ponía algunas cosas en su sitio y empezaba a barrer el piso. Alec se daba cuenta de que la molestaba, que la intimidaba y que la hacía sentir incómoda. Eso le hacía gracia, sabía que ella podía ser su cómplice, pero tenía ganas de jugar un poco. Consiente que apenas si estaba vestido, se sentó en el sofá y comenzó a ojear el New York Times, aunque de a ratos apartaba el periódico para observarla. Ella se daba cuenta de eso y se incomodaba, él solo reía despacio, pero de forma que ella pudiera escucharlo.
Sin decir nada se fue a la habitación pues ya había terminado con la sala de estar. Trató de hacer el trabajo lo más pronto posible. Limpiar de bajo de la cama, mover el colchón a un lado para quitar las sábanas, ventilar la habitación y todo lo demás. Prácticamente ya había terminado, estaba acomodando los bordes del cubrecama, hasta que sintió los pasos de Alec acercándose, se notaba que ese día estaba con ganas de molestar.
—¿Sabes? Para ser una camarera eres bastante sexy —le dijo acomodándose en la cama muy cerca de ella—. Claro que sí, estás mucho mejor que todas las camareras que he tenido antes, supongo que es un asunto de ética que podemos quebrar.
Camila tomó la carretilla indignadísima y se fue a limpiar el baño. Sabía que lo hacía por molestarla, escuchó su risa cuando ella se fue. El baño era amplio y generalmente era lo que daba más trabajo. Alec encendió la TV de la habitación, así que ella tuvo unos minutos de paz al menos en ese momento. Terminó de dejar la tina impecable y cuando salió del baño dispuesta a irse de una vez lo encontró, ahora esperándola en la puerta.
—Necesito que me hagas un favor —le dijo con una sonrisa de complicidad—. Hoy vendrá una amiga en un par de horas más, me gustaría que la recibieras y la hicieras entrar por servicio. Hay alguien que no debe saber que está aquí.
—No lo haré —contestó firme mientras conducía la carretilla afuera de la habitación.
—Vaya, y creí que con mis halagos había conseguido ablandar tu corazón. Pero no creas que soy falso, todo lo dije en serio. Eres la camarera más sexy que he tenido.
—Ya basta, señor Reagan —dijo ella haciéndole frente. Estaba muy seria, pero él solo conseguía tratar de controlar su risa—. ¿Quiere que le diga la verdad? ¡Es usted bastante sinvergüenza para pedirme algo como eso! Y ni crea que lo va a lograr solo con halagos falsos.
—Eso, insúltame que me encanta —contestó en medio de sus risas—. Camila, tú y yo nos vamos a llevar muy bien —comenzó a acercarse peligrosamente a ella. La chica apenas si sostenía su escoba entre sus dos manos mientras sentía que él la arrinconaba contra la pared más cercana y su mirada se clavaba en sus ojos—. Pero lo de que eres muy sexy lo dije en serio... —Acostumbrado a hacer lo que siempre le venía en gana, decidió jugar a seducir a la camarera. Estuvo a punto de besarla, pero ella lo impidió levantando la escoba ligeramente y este ya no pudo acercarse—. Está bien, entiendo que arriesgo tu trabajo, pero nadie se va a enterar.
—En este hotel todo se sabe —respondió apenas y se escabulló junto con la escoba. Lo único que quería era irse de ahí de inmediato.
—Entonces, si no se supiera, lo harías, ¿verdad? —preguntó malicioso, haciendo que ella se ponga nerviosa.
—¡No quise decir eso! —respondió sin mirarlo mientras se acercaba a la puerta con sus cosas.
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Editado: 04.10.2023