Despierto y lo primero que noto es el leve dolor de cabeza y el olor a antiséptico que me rodea. De inmediato, sé dónde estoy; me han traído a la clínica del hotel. Los colores claros y los aparatos médicos del lugar me dan la razón.
¿Cómo llegué aquí? No recuerdo nada que justifique estar en la clínica. Muevo mis brazos y mis piernas sin problemas, lo cual significa que no tengo fracturas ni dislocaciones. Respiro aliviada. No hay nuevas lesiones de las que preocuparse...
De improviso, las imágenes se suscitan como una película en mi mente. Estaba en los entrenamientos de descenso, y me he caído. Recordarlo conforta una parte de mi ser, pues significa que tampoco tengo contusiones ni heridas de riesgo en mi cabeza. La otra parte se estremece. Acabo de tener otra caída esquiando, y eso es alarmante ¿Será que ya no puedo competir en las pruebas de descenso? Llevo una semana practicando Slalom Gigante, Slalom, Super G y Super Combinados, las otras cuatro disciplinas individuales en el deporte, aparte de la competencia de grupos, sin incidentes. ¿Un bloqueo mental, quizás?
Entonces, recuerdo que mi esquí izquierdo se había roto, lo cual provocó la caída, y silbo más aliviada que antes. La caída no tiene nada que ver con algún rollo mental, como lo pensé hace unos segundos. Lo preocupante es que, sin rayar en la paranoia, el esquí —nuevo— roto me hace crear teorías de conspiración para nada bienvenidas.
—¿Cómo te sientes, Merry? —la preocupada voz de Matt me aleja de tales pensamientos, para mi tranquilidad. No sé qué haría si esas ideas fueran ciertas.
—Me duele un poco la cabeza, pero no es nada grave —añado esto último para que Matt no se alarme.
—Debe ser por el golpe y el desmayo —interviene un hombre de mediana estatura, delgado y con ojos y cabellos oscuros que entra en mi campo de visión. El moreno se presenta, hablando un inglés perfecto —: Soy el doctor Ginobilli, señorita St. John. Un gusto conocer a una de las mejores esquiadoras del mundo.
—Lo mismo digo, aunque hubiese preferido que no fuera en estas circunstancias —me remuevo, con cierta incomodidad, la misma desaparece de inmediato al registrar su primer comentario—. ¿Dijo “golpe”?
No recuerdo haber recibido ningún golpe...
—El esquí derecho se desprendió luego de derrapar y chocó con tu casco.
—¿En serio?
Parece que mi secuencia de eventos está levemente alterada.
—¿No lo recuerdas? —preguntó Matt.
—Lo último que recuerdo es haber derrapado en la nieve luego de que el esquí izquierdo salió volando.
—Quiere decir que el desmayo fue antes del golpe —afirma el doctor. Levanta un dedo ante mis ojos—. Mire hacia mi dedo —me pide, iniciando su exámen médico. Al terminar, da su diagnóstico—. No hay signos de trauma y no ha tenido contusiones de cuidado, así como tampoco hay fracturas ni dislocaciones.
—Lo supe tan pronto desperté.
—¿Qué me dice del desmayo, doctor? —se interesa Matt.
—Puede ser algo normal, en casos como el de la señorita St. John. Nada de qué preocuparse.
—La verdad —añado al diagnóstico del doctor, mientras me siento en la camilla—, el desmayo fue producto de la impresión por lo sucedido.
—¿Impresión? —Matt frunce el ceño, mirándome.
—Este incidente se ha parecido a la caída de Italia —respondo. El rostro de Matt se torna color ceniciento, y con razón. La primera vez por poco no vivo para contarlo.