Calixta y el Espejo Azul

Espejo azul

Con los ojos bien abiertos vio maravillada el esplendor de un bosque de hojas púrpura. Toda hoja y césped era de ese color. Los tallos, ramas y troncos eran de un marrón claro, como si la corteza estuviera limpia y nueva. Miró a su derecha e izquierda: estaba rodeada de pinos, arbustos, césped y flores, estas últimas de todos los colores que podía imaginar.

—Esto es... maravilloso —dijo en voz baja, contemplando la majestuosidad del bosque.

Bajo sus pies, un sendero de tierra indicaba el camino, dobló sus rodillas y tomó una hoja del suelo. La frotó contra sus dedos, le dio vuelta y la miró de cerca, era una simple hoja púrpura. La dejó caer al suelo y comenzó a caminar, dio una mirada atrás, el espejo permanecía colgando de una pared de piedra, baja como un muro. Al otro lado se veía el sótano vacío. Ella estaba... al otro lado, y era increíble.

"Calixta... ya estás en casa."

Aquella voz de mujer se escuchó más cerca, pero ya no era un eco, estaba muy clara en sus oídos. Miró a todas partes pero no encontró a nadie. Levantó los hombros y continuó la caminata, asegurándose de ir por el sendero recto, sin desviarse.

Entonces vio una figura moverse entre los arbustos al costado izquierdo.

—¿Hola? Yo... necesito ayuda —murmuró con cuidado—. Estoy perdida.

Pero no hubo respuesta. Calixta se quedó inmóvil, pensando que así mostraría su buena fe.

—Por favor, no te haré daño.

El arbusto se agitó de nuevo, y una cola áspera y escamosa se dejó ver. Era gris y pequeña, como la de un... ¿dragón? Calixta sintió miedo, estaba en un lugar desconocido, rodeada por cosas que no podía explicar. Miró el cielo, embobada, era de un turquesa oscuro.

—Es de noche.

Desde el arbusto la figura le habló de forma clara, pero su voz sonaba áspera, como si se esforzara por hacerse entender. Calixta, inmóvil por la impresión, vio como dos ojos amarillos se dejaban ver entre las pequeñas ramas.

—Tú eres... y hablas, y tu cola... —habló tartamudeando.

—Soy un dragón. Cuido este lugar.

—Oh... por... ¡Dios!

Empezó a correr hacia el espejo. De entre todas las cosas que imaginaba, de todas las cosas que llegó a soñar y desear, estaba el hecho de ver un dragón real, pero ella sabía que era pura fantasía, que nada de aquello podía ser cierto.

—¡Un dragón! ¡Hay un dragón que me habla! —gritaba eufórica mientras llegaba al espejo.

No lo dudó dos veces y enseguida alargó su mano para volver al sótano. Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, estaba sobre su cama, exaltada y con las sábanas hechas un lío. Suspiró con alivio.

—Un sueño. Ya pasó.

A la mañana siguiente despertó más tarde de lo usual en un domingo. Ya era la hora del almuerzo. Le agradeció mentalmente a sus padres por dejarla dormir. Se tocó los párpados un par de veces y se dio el gusto de estirarse hasta relajar sus huesos.

—¿Qué haré hoy? Rayos, no quiero desempacar nada.

Estaba muy cansada de vaciar cajas, pero no era tan mala como para dejar a sus padres solos en la tarea. Con la incertidumbre del día se levantó, busco un jean corto y una blusa negra para cambiarse y bajar. Mientras bajaba escuchó la voz de su padre, parecía nervioso.

—Buenas tardes, querida —le dijo su madre al cruzar con ella frente a la escalera—. El almuerzo está listo.

—¿Todo bien? —preguntó Calixta.

—Sí, cariño. Tu padre solo atiende un antiguo cliente. Nada de qué preocuparse.

Ambas entraron al comedor. La comida olía realmente bien. Su padre terminó la llamada y se unió a la mesa. En medio de la comida, su padre miró a Calixta con curiosidad.

—Oye, esta mañana encontramos uno de tus libros de dibujo. ¿No te gustaría estudiarlo y hacerte de una profesión?

—Pues, no lo he pensado. Creo que son dibujos tontos.

—Para nada —dijo la madre—. ¿Sabías que tu bisabuela también disfrutaba dibujar? Era muy buena, así como tú. De hecho, de las pocas cosas que aún tenemos son varias hojas de dibujo. Deberías verlas.

—¿En serio? —Su madre afirmó con la cabeza—. Me gustará.

—Pero te advierto, ella tenía una excelente fuente de imaginación. Pintaba hermosos dragones y hadas, y ni hablar de los paisajes, montañas plagadas de flores rosa y blanco.

Calixta sintió como toda la sangre se acumulaba en su rostro.

Esa tarde Calixta se entretuvo mirando en la caja de "hojas sueltas familiares". Allí encontró, en efecto, uno de sus libros de dibujo. Sintió remontarse a la edad de sus 10 y 13 años, cuando estuvo muy activa dibujando personajes fantasiosos, castillos encantados, o lo que ella llamaba "fábricas de sueños".

Se detuvo un buen rato admirando las viejas y arrugadas hojas de papel donde su bisabuela depositaba sus creaciones. La joven admiraba cada dibujo, con una mezcla de incredulidad. La mayoría eran a lápiz, seguramente sus padres no tenían suficiente dinero como para adquirir distintos colores, solamente tenía los básicos. En varias hojas aparecía un hermoso dragón que jugaba con una esfera de cristal color rojo. Entonces Calixta abrió los ojos y, conteniendo el aire, corrió escaleras abajo en busca de sus padres, con papel en mano.




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