Amaris
La suave brisa golpea sobre mi rostro hinchado haciéndome sentir aun más las lágrimas que se escurren por mis pálidas mejillas, haciéndome sentir el aroma de la húmeda tierra recién movida y las blancas rosas que reposan sobre ella.
Las borrosas siluetas negras de mis familiares y amigos se alejan en la distancia. Solo quedo yo en este gris día preguntándome el ¿Por qué? ¿Por qué él? ¿Por qué así?
Pensar respuestas a estas pregunta es loco de por sí ya que no tienen una, pero en este momento parece que tal vez respondiéndolas el dolor podría atenuarse aunque sea lo suficiente para abandonar este frio y escabroso cementerio.
Observo mi vestido negro y mis zapatos sucios por el barro del lugar pensando que la muerte en realidad no necesita, o más bien no requiere invitación, no tiene hora, día o lugar.
Pensando aun esto mis piernas y todo mi yo no dejan de estremecerse, aun logro sentir el mismo frio y vacio que me invadió horas ataras cuando cogí aquella llamada sentada en el sofá de mi casa, esperando que fuera alguien equivocado, o una de las molestas encuestadoras por la hora que marcaba el reloj. Pero las palabras que no esperaba oír, al menos no en un futuro cercano fueron pronunciadas por aquella policía de seca voz quien se encontraba al otro lado de la línea, “lo sentimos, el señor Wood a fallecido en un accidente”.
Mi mundo se destruyo con esa llamada.
Nunca mi deseo de abrazarte y decirte cuanto te amo había sido tan grande como en ese fugaz instante mí querido padre.
Beso delicadamente el ramo de rosas carmesí que sostengo entre mis manos y lo deposito sobre la tierra que nos separa; me doy la vuelta secando los rastros de las lágrimas que recorren mi rostro. Recordando una vez más tu sonrisa al salir aquella mañana de casa.
Tomo finalmente el valor y me encamino en dirección al auto que aguarda mí regreso a un costado del camino cubierto de viejos arboles y pinos, donde solo la brisa se puede escuchar en conjunto con el canto de las aves.
« ¿Porque los cementerios siempre son tan lúgubres?»
Mientras abro la puerta trasera para refugiarme del frio, la vibración del celular dentro de mi bolso me detiene. Lo busco en el desorden y lo apago colocándolo en mi saco sin pensarlo mucho; en este momento solo quiero llegar a casa, abrazar a mi madre y dormir, dormir espernada no despertar hasta que la realidad se convierta en un mísero sueño y los sueños en realidad, pudiendo verte así otra vez a mi lado.
Me subo al auto lanzándome en un desconsolado llanto sin importarme más nada.
Tras poco más de una semana difícil comparada a otras en casa, mi ánimo regresa casi a la normalidad, es inevitable volver a la monótona rutina. Abandonar la ajetreada capital Argentina y regresar al tranquilo internado donde estudio a las afueras de Concordia, Entre Ríos, donde el verde, el aburrimiento y los gritos de la directora son lo cotidiano.
Tras seis horas de un aburridor viaje en auto viendo nada más que campo y escuchando el ruido de la radio, o alguna que otra emisora que captaba ocasionalmente; finalmente llego al internado y a mi habitación la cual está sumamente cálida comparada con el frio del invierno que abraza fuera.
Tengo la suerte de ser la única que tiene una habitación sin compañera, exceptuando los profesores claro.
Es pequeña pero en ella entran perfectamente una cama, un escritorio, un ropero y un librero. La única cosa por la que me puedo quejar es por no tener ventana, aunque en realidad no me molesta.
Al entrar miro los posters del vocalista de Panic! at The Disco y de Katy Perry que cuelgan sobre mi escritorio, desviando mi mirada a los libros y suspirando.
«Tantos deber acumulado que hacer».
Me duele la cabeza de solo pensarlo.
Tomo mi vieja pero querida maleta la cual carga mis pertenencias pero también recuerdos de tantos viajes y la deposito sobre la cama. Me estiro tratando de calmar el dolor de estar tantas horas sentada, haciendo sonar algunos de mis huesos. Saco del interior de la maleta una falda tableada azul y un saco bordo con la insignia del internado bordada en él.
«Realmente me encanta el uniforme»
Entro al baño vistiéndome igual que el resto de los estudiantes y tomo el peine haciéndome una coleta alta con un moño negro que siempre llevo en mi muñeca. Mi cabello es largo y detesto estar desenredándolo a cada rato.
Al salir ya no estoy sola en mi habitación, Viqui se encuentra sentada en mi cama ojeando un libro que saco de mi librero y Mar esta a su lado con la cara apoyada sobre su mano en señal de aburrimiento.
No puedo evitar sonreír al verlas luego de lo pasado.
—Hasta que sales del baño, diez minutos mas y comenzaba a leer esa aburrida novela de fantasía con Viqui—pronuncia mientras señala el libro que lee Viqui atentamente.
—Primero que nada esa novela es muy buena—le replico fingiendo estar ofendida—segundo mientras no te lleves un libro cada vez que pises esta habitación no tengo problema—respondo mirando a Viqui quien se percata de mi comentario dejando el libro en su lugar.