Todo iba bien para Rob, estaba feliz en su nuevo trabajo, estaba ayudando que es lo que le gustaba hacer, mantenía buena relación con sus compañeros de trabajo y cenaba con sus padres cada que podía. Nada tendría porque cambiar, todo era rutinario y Rob a pesar de su apariencia relajada, era muy cuidadoso y disciplinado. Todo tenía que seguir sobre ruedas, pero no, el joven no sabía lo que él esperaba.
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Las cosas empezaron a marchar mal en el mismo momento en que Liz Baker entró por las puertas de aquel hospital, con sus aires de superioridad y mirando por encima del hombro a todos los demás empleados. Fue directamente al despacho de su primo, el director del hospital, poco le importó que fuera del despacho se encontrara sentada una joven chica que fungía como asistente de Santiago, la miró de una forma que dejaría congelado a cualquiera y entró directamente al despacho sin tocar, tal como solía hacer en la mayoría de los lugares a los que iba. Santiago se molestó por supuesto, pero no lo demostró, se recordaba a si mismo que debía estar acostumbrado.
-Hola primo, ¿Cómo estás? – Santiago la miró, sabía que no le importaba en lo más mínimo su bienestar, pero de igual forma contestó educadamente, sus padres lo habían educado bien.
-Estoy bien Liz, gracias por preguntar. ¿Cómo estás tú? ¿Tuviste unas buenas vacaciones?
- ¿Qué puedo decir? Hubieran sido mejores sino me hubiera topado con dos o tres incompetentes, ¿Te puedes creer que pedí exclusivamente almohadas de plumas y en mi habitación había almohadas comunes? Dios, que fastidio, pero bueno, obviando ese y otros pequeños incidentes puedo decir que mis vacaciones fueron buenas. – Eso era otro de los innumerables defectos de Liz pensaba Santiago, era superficial. Aun hoy se preguntaba qué había pasado con ella porque, en definitiva, no la criaron así.
-Entiendo –contesto Santi- me alegra que la hayas pasado bien pero ahora corresponde volver al trabajo, ¿Por qué no vas a tu consultorio y empiezas de una vez con tus pacientes?
-Sí, eso hare. Nos vemos luego.
Liz salió del despacho y poco después entró Janine, la joven asistente. Lo miró con cara de culpa, se sentía mal, cada vez que Liz estaba cerca la hacía sentir inútil, hacía que pensara que no hacía bien su trabajo.
-Lo lamento –Santiago no necesitaba ser muy inteligente para saber por qué se disculpaba, siempre era lo mismo.
-No importa nena, ya lo sabes. Te he repetido un millón de veces que no permitas que esto te afecte. Ya la conoces, no es personal, Liz es así con todos. ¿Por qué no mejor vienes aquí y me das un beso? –La joven se sonrojó, pero fue hasta su jefe, se sentó en sus piernas y le dio un tierno beso.
-No estoy segura de querer decirle a todos que llevamos saliendo casi un año, no quiero escuchar los comentarios mordaces de tu prima, sabes como es y no perderá oportunidad de molestarme al respecto.
-No me interesa lo que ella diga, pronto cumpliremos un año de relación y el acuerdo va a respetarse Jani. En cuanto cumplamos un año de noviazgo gritaremos al mundo que nos amamos, ya es tiempo de que todos lo sepan. -Jani suspiro un poco angustiada, pero entendió que él tenía razón y volvió a besarlo.