Este relato es la secuela del cuento titulado "Mi gato Sam", el cual se encuentra en "Camino a la locura - Primera noche".
La joven Ana permaneció pálida y petrificada frente a su ventana mientras veía cómo el extraño sujeto cargaba y acariciaba a su gato. A pesar de la oscuridad que envolvía la escena, la tenue luz que iluminaba tímidamente la estancia al otro lado de la calle fue suficiente para poder percibirlo.
De pronto se dio cuenta que debía hacer algo, así que de inmediato se calzó sus zapatillas deportivas y corrió al cuarto de su padre.
No había nadie.
Fue a la cocina, y vio una nota pegada en la puerta del refrigerador: “Hija, salimos al hospital porque tu madre no se sentía muy bien. Nada grave. Cualquier cosa me llamas. Besos.”
Pero… pero si hace menos de 1 hora mi padre fue a despertarme y yo lo abracé, pensaba Ana.
Tratando de quitarle importancia al hecho, convenciéndose que debieron haber salido hace pocos minutos, volvió a su cuarto corriendo y miró de nuevo por la ventana.
La persona no estaba.
“!Mierda! Sam…”
Buscó su celular por todos lados para llamar a su padre pero no lo encontró. Recurrió al teléfono fijo de la casa pero la línea estaba cortada.
“Fantástico”.
Se tendió sobre su cama sin dejar de mirar de reojo cada cierto tiempo la casa del extraño individuo.
Encendió su computadora y recibe un mensaje, posiblemente del mismo personaje: “Si quieres a tu gato, ven a buscarlo”.
El miedo se apoderó de ella, con manos temblorosas cerró el laptop y se quedó meditando unos minutos.
“Está bien Ana, cálmate un poco. Veamos, tenemos a un vecino, común y corriente, que tiene a tu gato porque simplemente se escapó de casa (como nunca lo ha hecho en todos estos años) y ahora es tu deber ir a buscarlo. Todo lo que pasó anteriormente fue una ilusión: el sujeto de pie al medio de la calle, luego apareciendo frente a tu ventana y los sonidos bajo la cama…, todo fueron tonterías de tu mente y ahora simplemente sales de casa (a altas horas de la noche), cruzas la calle, tocas la puerta de tu completamente normal vecino, te devuelve tu gato, y vuelves a la seguridad de tu casa. Suena sencillo.”
Pero la joven sabía que todo lo que trataba de analizar eran tonterías, que algo extraño pasaba, algo extraño pasó y posiblemente, muy posiblemente, cosas extrañas pasarían al momento de ir a buscar a su gran y único amigo.
Se paró y miró por la ventana hacia la ventana de la casa de enfrente. El silencio lo reinaba todo. Ningún alma por las calles. Ningún auto. Nada en absoluto.
Su respiración estaba agitada.
“¿Y si no es Sam, y él quiere que lo crea para que vaya hacia allá?”
De pronto, sorpresivamente, un aullido felino lejano pero intenso corta el silencio del ambiente y deja helada a Ana, que abrió sus ojos de par en par mirando hacia el otro lado de la calzada.
-¡Sam! -gritó desde su ventana, pero nadie acudía a su llamado.
La joven salió corriendo decidida. Era hora de actuar.
“Debo salvar a Sam”.
Bajó las escaleras y salió al frío de la noche. Una brisa leve le helaba las piernas y brazos, y la hizo temblar en más de una ocasión mientras cruzaba con recelo la calle.
Al llegar frente a la casa, se paró unos segundos calmando su respiración y tratando de ordenar su cabeza. Se planteó sólo pedir de vuelta a su gato, cortésmente, y luego retirarse.
Caminó lentamente hasta la puerta de entrada. La casa estaba completamente en penumbras, a excepción de la tenue luz encendida en el cuarto del segundo piso donde había visto la silueta.
Alargó su brazo para tocar el timbre y así lo hizo, pero no hubo sonido alguno.
Suspiró hondo, y tocó la puerta, pero su brazo siguió de largo al darse cuenta de que la puerta estaba abierta y con sus golpes la deslizó por el umbral suavemente. Las bisagras resonaron a medida que ésta se movían y el interior de la casa quedaba al descubierto.
Pero la oscuridad adentro era terrible. Las luces de los focos en las calles se colaban un par de metros más allá del umbral pero luego desaparecían dejando al resto de la casa en una negrura total.
-¿Hay alguien aquí? Disculpe, creo que mi gato Sam ha entrado sin querer a su casa.
Un nuevo aullido de sufrimiento y dolor se escuchó desde adentro, asustando terriblemente a Ana pero también brindándole una seguridad anormal para rescatar a su amigo.
Dio un paso al interior y estiró su mano a los costados para encender las luces.
Luego de un click, pudo iluminar la sala de estar.
Era un caos.
Los muebles estaban desordenados, como si los hubieran arrojado y dejado en las mismas condiciones; los cuadros que colgaban en las paredes, todos de gatos, estaban desviados, dañados o simplemente en el suelo; las cortinas de la casa eran sábanas sucias y con manchas de distintos colores y tonalidades; habían papeles, envoltorios, polvo y objetos quebrados esparcidos por todo el lugar; en fin, ahí no podría vivir nadie. Era un basural y el olor completamente nauseabundo.
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Editado: 06.01.2023