Camino a la otra tierra

Día número cinco

Cada vez más cerca y a la vez siento miedo de estar muy lejos de lo que quiero encontrar. ¿Y qué tal que esté barbudo? ¡Jamás me gustó la barba! ¿Y si tengo hijos, o esposa? ¿Qué tal que use esa nueva moda adolescente? Esas camisas que se ajustan todo lo que quieras, y que se amoldan para hacerte ver como quieras, ¡cómo las odio! Pero… ¿y si sigo con ella?

¿Qué podría hacer? ¿Matar a mi otro yo y quedarme con la otra Lucy? Después de todo, ¿qué tan mal podría estar? Mi otro yo tal vez habría viajado a mi tierra si le fuera tan mal como me está yendo a mí.

En fin, el viaje cada vez se me hace más largo, y las hojas guardadas en el cajón cada vez más cortas. Pero aún queda mucho, mucho que contar.

El día en que Lucy me dejó, compré la nave 505. Siempre fue mi número favorito, y era el número de su piso de edificio. En realidad, este viaje estaba planeado para hacerlo con ella, hacia las estrellas. A ninguno de los dos nos importaba mucho qué estarían haciendo nuestros otros yo de la otra tierra, mientras nos tuviéramos el uno al otro, estábamos felices.

Pero ya no la tengo a ella, no puedo estar feliz. ¿Cómo poder estarlo? Si cada vez que lo intento, llega a mí aquella horrible noche…

Deberían ser más o menos las doce, estábamos en el bar que acostumbrábamos a frecuentar, el bar en el que salimos por primera vez. El bar en el que reíamos, charlábamos como un par de mejores amigos, bailábamos, besábamos y hacíamos de todo. Pero, esa noche, y las anteriores noches, estábamos sentados, mirándonos a veces, otras mirando a las pantallas de los que nos atendían, besándonos de vez en cuando pero sólo por costumbre, y otras, revisando nuestro pulso y temperatura, para ver si podíamos devolvernos en línea de transportación, o en capsulas individuales.

Uno sabe en qué momento las cosas dejan de ser las mismas, y en qué momento te dejan de querer. Pero no siempre es fácil soltarse. Me decía, que si ella ya no me quería como antes, no importaba, porque lograría hacer que me quisiera de nuevo. Masoquista, ¿verdad?

Total, que esa noche al salir la convencí de que fuéramos a pie, y que me dejara acompañarla a su casa. Ella sabía que yo siempre he sido muy tradicional, la tomé de la mano y la hice correr, para molestar, como lo hacíamos antes. Al entrar a su casa, le puse en la pantalla una grabación mía tocando la guitarra, y al quedarnos dormidos le susurré un “te amo”. Y todo eso, lo hice sabiendo que ese sería nuestro último día, porque ella jamás sonrió.

El día en que la conocí la vi sonriendo, ¡y que hermosa era! ¡Y siempre sonreía! Pero ese, ese era nuestro final.

Lo supe instantáneamente al despertarme solo en la cama. Ella jamás volvió, pero me dio a saber la respuesta con un recuerdo de una noche lejana, y una nota en el viejo sofá.

Las dos cosas querían decir lo mismo, aunque una fue para avisarme en un futuro, y la otra para asegurarme de que ya era un hecho.



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En el texto hay: espacio, desamor, ficcion

Editado: 11.06.2018

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