Contemplo al espécimen que se posiciona frente a mí luciendo como un toro rabioso, le faltan solamente los cuernos.
Era momento de replantearme una pregunta:
¿Cómo se me ocurrió salir del castillo?
Quiero darme un puñete.
—¿Tú me conoces?— pregunto en un murmullo apenas audible, siento curiosidad.
Ni uno ni el otro nos dejamos de mirar, por lo que parece un duelo a ver quién aguanta menos.
—¿Estás bromeando no? —es su respuesta a la vez que suelta una sarta de improperios en un idioma que desconozco.
—Lo digo en serio —refuto —yo no te conozco, y lo que dijiste allí... ¿A qué te referías?
Muevo mi cabeza de un lado a otro, analizándolo. No soy capaz de recordarlo.
—No me recuerdas…
Me encojo de hombros, no sé qué más decirle.
—¿Tú qué sabes de mí? Yo no recuerdo haber estudiado preparatoria contigo —me mantengo alerta, aunque puedo olerlo y está mas que confirmado que es un ser humano común.
Pero yo no lo había visto ni en la carta de los menús.
Mal dicho. Me rectifico, no lo había visto ni en la sopa.
Su mirada me sigue de hito en hito.
—Será porque me hice padre a los 17, y tú empezabas tus años de prepa recién.
Lo dicho por él alimenta mi confusión.
—¿Que tengo que ver yo, con que tú seas padre? —señalo con mi dedo índice su pecho.
—¿Es en serio? ¿No sabes quién soy? —Parece no haber entendido cuando le dije que no lo conozco.
—No, no sé quién diablos eres —contesto ya hastiada, que mi paciencia es poca y en definitiva no me conoce.
El aludido eleva sus cejas ante mi afirmación.
— ¿Ni mi nombre? —lo dice con recelo, ya no se ve tan enfadado, no obstante su actitud a la defensiva sigue allí.
Muerdo la carne inferior de mi mejilla y acerco mi rostro al suyo, estudiándolo con mas precisión. Sonrío.
—Tienes cara de llamarte «Bastardo renegón» pero dudo que tus padres te hayan puesto un nombre así.
Si él dice cocerme ya se habrá dado cuenta de su error al estarme tratando como una mortal más, yo soy Ignes, estoy por encima de cualquiera y su irrespetuosidad no va conmigo.
Alzo mi mentón con una mirada desafiante, mi gesto no cae aunque se muestre intimidante. Su valor debe tener un límite.
—David —suelta, tomando una gran bocanada de aire—. David Lerman Santiago —su voz desprende sonando rasposa y luego mágicamente sonríe con suficiencia—. Como no vas a recordarme caramelo, yo no te he olvidado. Y el niño en la sala es la viva imagen de que no lo he hecho —confiesa causando que mi piel se erice por el miedo.
Un escalofrío me recorre entera, siento el pulso detrás de mí oreja saltar con desespero a la vez que mis labios se rehúsan a formular alguna palabra.
Retrocedo y procedo a frotarme los ojos que empiezan a picar. Mi cabeza no da para más.
—Aún sigo sin entender, que tengo que ver yo con Elías —me niego a entender su enfoque, es imposible teniendo en cuenta quien soy.
—Tienes mucho que ver —bufa—. No creo que a él sólo lo haya hecho yo.
Lo observo incrédula, es que él parece no entender la gravedad de la situación.
Decido irme por lo más fácil y tomarlo del pelo.
—¿Estas insinuando que es un robot, y que ambos lo creamos?
Escuché una vez cuando escapé anteriormente del castillo que había una leyenda urbana donde describían a los robot's y que eran también conocidos como cybort's.
Máquinas idénticas a los seres humanos que ellos mismo crearon, pero cuando se dieron cuenta que un pequeño porcentaje consiguió revelarse, los acabaron con la ayuda de las sombras.
Las sombras que venimos siendo mi especie con las del enemigo.
Aun siendo mi réplica sarcástica, no suena así...
Por otra parte, en teoría y según lo comprobé con mi madre, si existieron.
—N-no ¡No!—titubea —¿Un robot? ¡No hay uno hace más de cien años!
—¿Holograma? —sigo. Los hologramas eran imágenes producidas por partículas electromagnéticas que se agrupaban en el aire—. Ah no, lo toqué.
—¡Mierda, no! —explota por fin.
Su grito casi hace que sufra un shock por lo que llevo una mano a mi corazón.
—¡Es tu hijo mujer, tu hijo!
—¡Me estas bromeando! —me está agarrando de tonta, quizá planea aprovecharse.
Yo ni siquiera había hecho cositas...
Desde que tengo razón jamás me he juntado con un novio o amigo, estaba prohibido para mí.
—¡Dios, que fastidio! ¿Cuántos años tienes? ¿Quince? ¿Sigues con los dieciséis?
—Veintitrés —corrijo.
—Caramelo tu capacidad de entender las cosas me da a entender que sigues en los quince.
—¡No soy tu caramelo! ¡Soy Ignes Balboa, presidenta o reina de esta ciudad de mierda! —Ahí estoy yo, perdiendo lo poco de cordura que me queda.
—¡Me vale una mierda que seas reina o emperadora del maldito mundo! —devuelve el hombre cabreado, ya vamos empates.
—¡No me hables así!
—Te hablo como se me da la puta gana.
—Date cuenta con quien estas tratando, zoquete —controlo mi rabia sin disimular lo mucho que quisiera ahorcarlo,él no teme poner su vida en riesgo.
—Me doy cuenta —asiente, mas no disminuye su furia—. A la que hace siete años se proclamaba mi mujer con apenas dieciséis.
Lo dice con tanta seguridad que por instinto mi cara se calienta de la vergüenza, aun sabiendo que es falso.
Gruño en respuesta, este sujeto está tentando su vida al diablo.
—Dudo que me haya fijado alguna vez en ti, no eres mi tipo —argumento con desprecio —¡Y deja de hacer rimas!
Se ríe, el puto se ríe. El fuego crece en mi interior mientras lo veo, lo hace con todas las ganas pues hasta se dobla sujetándose el abdomen.
—¿Tu tipo? —se carcajea —ay no, ¡por el amor de Dios! me había olvidado lo graciosa que podías llegar a ser caramelo.