Héctor tenía treinta años. Era un hombre fornido, de manos gruesas. Trabajaba con su grúa, trasladando autos averiados. Vivía en Buin, Chile, pero debido a su trabajo, pasaba mucho tiempo en Santiago, que estaba cerca.
Aquel día hacía mucho calor, el sol brillaba con fuerza y lo encandilaba. Había olvidado cargar la batería de la grúa y estaba en la orilla del camino esperando a que ésta se completara. La temperatura era tan insoportable que comenzaba a sentirse deshidratado. Vio un negocio pequeño y se bajó a comprar una botella de agua.
Llegando al negocio, una niña vestida de escolar le habló.
—Disculpe, necesito volver a Santiago y no tengo cómo pagar el pasaje. ¿Usted me podría ayudar con una moneda?
Héctor la miró y sintió lástima. La niña era bajita, de piel blanca y pelo negro. Usaba unos grandes anteojos y tenía apariencia de ser tranquila. Su rostro se mostraba bastante angustiado, así que le dio un billete de poco valor, pero el suficiente para comprar el pasaje de vuelta a Santiago.
Mientras esperaba su turno para ser atendido, se fijó que la niña se sentó tratando de hacer funcionar su reloj inteligente, pero la pantalla holográfica se veía borrosa, hasta que finalmente se apagó. La niña se llevó las manos a la cabeza y se quitó el reloj para ponerlo al sol, a cargar. Con el dorso de la mano se secó el sudor de la frente.
Héctor se acercó desde atrás y entregándole una botella de agua, le dijo:
—Aún no te vas. Toma, debes hidratarte, el sol está quemando.
—Gracias —bebió impetuosamente de la botella—. No conozco el sector y el reloj se descargó, se suponía que tenía carga suficiente para ver el recorrido de regreso, pero parece que se averió. ¿Dónde puedo tomar el bus de regreso?
—Debes caminar en esa dirección, queda como a diez minutos de camino.
—Vengo de allá —suspiró con frustración—, pensé que era por acá. Estoy agotada, he caminado mucho y me duelen las piernas.
—Si no es problema para ti, yo voy a Santiago. Te puedo llevar.
—¿En serio? Se lo agradecería mucho.
—Vamos, tengo la grúa allá, también se me descargó, pero ya estaba casi lista.
Héctor le ayudó a subir al vehículo y emprendieron el viaje. El aire acondicionado era un verdadero placer en aquel momento, y ambos lo disfrutaban aliviados.
—¿Cuál es tu nombre?
—María. ¿Y el suyo?
—Héctor, pero no me trates de usted, no soy tan viejo.
La niña sonrió mientras miraba el paisaje.
—¿Qué edad tienes, María?
—Diecisiete.
—Supongo que estás en el último año de escuela.
—Sí, sólo me queda este año.
—¿Y qué andabas haciendo por estos lados?
—Vine a conocer a una persona -hizo una mueca de decepción.
—¿Algún novio?
—Una chica —dijo con normalidad—, la conocí por redes sociales.
—Ah, eres gay.
—No en realidad. No me fijo en el sexo, sólo en la persona.
Héctor hizo una mueca de aprobación y siguió manejando en silencio. La muchacha se veía triste.
—Al parecer no te fue muy bien con tu cita.
—¿Tanto se me nota que soy un fracaso? —dijo con tristeza.
—No hables así. ¿Puedo preguntar qué pasó?
María lo miró entre avergonzada y frustrada.
—La conocí por redes sociales. Me invitó a venir para conocerla, pero resultó ser una drogadicta que sólo quería sacarme dinero.
—¿Y lo consiguió?
—Sí.
—Qué mal. Deberías tener cuidado con la gente, no todos tienen buenas intenciones.
—Ya me di cuenta.
Después de conducir un par de kilómetros en silencio, Héctor preguntó:
—¿Has conocido mucha gente de esta manera, por redes sociales?
—Sí, pero es la primera vez que me junto con alguien. No me había atrevido antes.
Héctor la miró de reojo mientras se concentraba en una curva.
—¿Puedo preguntar algo? —dijo ella.
—Sí, claro.
—¿Has tenido muchas experiencias, ya sabes, en pareja?
—No, sólo un par. ¿Por qué preguntas?
—Curiosidad. Es que... yo nunca he dado un beso, de hecho soy virgen.
—Me alegro por eso. Es bueno que te guardes para alguien especial.
—Nunca ha habido nadie especial en mi vida.
—Ya va a llegar, pequeña, no te apresures.
Héctor le regaló una sonrisa y ella se la devolvió con los ojos cargados de pena.
Llegaron a Santiago y ella se bajó de la grúa para continuar su camino.
—Toma, te devuelvo el dinero. Muchas gracias por ayudarme.
—No me lo devuelvas, te puede servir en el camino.
—Gracias. De verdad gracias —sonrió más alegre.
En la noche, Héctor estaba en su casa cenando con su esposa y su hijo de un año, cuando una notificación en su reloj le avisó que María lo había agregado a redes sociales. Sonrió y la agregó de vuelta.
Al día siguiente ella lo saludó con un mensaje y luego se fue volviendo costumbre conversar a diario. Se hicieron amigos pese a la diferencia de edades. María le pedía consejos y preguntaba acerca de su curiosidad respecto a lo sexual. Héctor pensó que no tenía nada de malo ayudarla a tomar mejores decisiones y cuidarse. Pero lentamente sus conversaciones se volvieron subidas de tono y de un momento a otro, la relación de amistad fue cambiando.
Después de unos meses decidieron juntarse, ella aún era menor de edad, pero él sentía cosas por ella. Estaban sentados dentro de la grúa.
—¿Estás segura de querer hacer esto?
—Sí, lo estoy. Quiero que mi primera vez sea con alguien a quien yo quiera de verdad, por eso quiero que sea contigo.
—Pero, hay una gran diferencia de edad entre nosotros.
—No me importa, quiero estar contigo. A menos que tú tengas problemas.
—No es eso...
—Es por tu familia... lo entiendo —dijo con un dejo de tristeza.
—Sí, pero no es sólo eso.
—¿Entonces?
—Es que yo también siento cosas por ti y no quiero que sufras.
Ella sonrió feliz y le dio un abrazo. Héctor sin poder aguantarlo más, la besó. La llevó a un hotel, donde se preocupó de ser suave con ella y complacerla. Comenzaron así una relación en secreto, de amantes. Viajaba a Santiago de vez en cuando y ella lo esperaba en el mismo lugar. Algunas veces se juntaban para ir al cine, a comer o simplemente pasear. La gente cuando los veía de la mano, se quedaba mirándolo a él de manera reprobatoria. María, cuando se daba cuenta, se detenía y lo besaba dulcemente, logrando que la gente desviara la mirada.
Editado: 17.02.2022