Camino al Sol

Los astronautas

Flotando en el espacio, sin rumbo, vagaba una solitaria y oxidada nave espacial.

Habían partido desde la Tierra hace muchos años atrás, cuando el capitán Smithers tenía el cabello negro como el cielo nocturno, mas ahora su cabello era gris, como las nubes en un día de invierno. Su rostro empezaba a mostrar los rasgos de la vejez, pero sus ojos seguían joviales, pese al paso de los años, pese a haber perdido al setenta por ciento de la tripulación, pese a no tener esperanza.

Habían partido el 12 de diciembre del año 4193, en una excesivamente calurosa mañana de invierno. Debido a las tormentas solares que habían comenzado el año anterior, decidieron enviar una expedición hasta el límite de la Vía Láctea, para poder investigar más de cerca al planeta Gotie-782c, el cual posiblemente albergara vida inteligente. Su misión era llegar al límite de la galaxia para darle mayor alcance al buscador de planetas desde ahí. Calcularon que el viaje duraría unos ocho años de ida y vuelta, pero decidieron llevar suministros para doce, en caso de que algo fallase.

Lo que no tenían en sus planes era que el Sol se apagara antes de sus cálculos, o que no alcanzaran a usar el buscador, o que los planetas del sistema solar salieran disparados en línea recta en diferentes direcciones; o peor aun: que la tormenta solar fuese tan potente que dañara la nave a esa distancia.

—Álvarez —dijo el capitán Smithers mientras comían—, ¿cuánto queda?
—Ya le dije ayer capitán, quedan provisiones sólo para mañana.
—Finalmente llegó el momento, capitán —dijo Parker sin levantar la cabeza.

El capitán Smithers y Álvarez guardaron silencio. Habían pensado lo mismo, pero no eran lo suficientemente valientes para decirlo en voz alta.

—Según mis cálculos, las provisiones duraron en total unos quince años —dijo Parker—, así que agradezcamos a los caídos por darnos tres años más de miseria en esta tumba de metal.
—Muestra más respeto, Parker.
—Lo estoy demostrando, capitán, no me malinterprete. Sólo que hubiese preferido morir yo en vez de Callahan o Ivanov por la peste.
—Olvidaste a Fujimoto —interrumpió Álvarez.
—Él se lo merecía.
—Más respeto, Parker —volvió a intervenir el capitán.
—Esta vez no estoy de acuerdo, capitán, el japonés sabía lo que Coleman iba a hacer y no hizo nada para evitarlo.

El capitán Smithers también había odiado a Fujimoto por aquello. Coleman había sido uno de sus hombres más valiosos por muchos años. Un día se subió a la nave de emergencia y se fue. Ésta también había dejado de funcionar. Tenía algunas provisiones, pero nada de posibilidades de sobrevivencia en el vacío del espacio. El capitán estaba seguro de que si no hubiese cometido tal locura, habrían conseguido llegar a tierra firme, porque Coleman era una persona superdotada, con un cerebro envidiable y siempre inventaba algo para sacarlos del peligro. Pero Fujimoto lo odiaba por ser negro y por eso lo dejó lanzarse.

—Me hubiese gustado volver y compartir con mi hijo —dijo Álvarez—. Debe tener unos dieciséis años en este momento.
—Si es que aún sigue vivo —sentenció Parker.
—Basta, Parker, ya es suficiente —el capitán estaba enojado.
—Al diablo contigo, Smithers. Si me queda un día no voy a morir censurando mis pensamientos.
—No me faltes el respeto.
—Lo siento —se calmó—, es que... es duro saber que hasta acá llegamos. Ustedes dos me caen bien, ustedes y Callahan eran mis favoritos en la nave.
—Nunca me agradaste del todo, Parker —dijo Álvarez sonriendo con lástima—, pero aprendí a aceptarte. Como se hace con la familia, uno no la elige. Lo mismo con los compañeros de tripulación, no los elegí, pero que he aprendido a convivir con ustedes.

Parker sonrió levemente, se encogió de hombros y se fue flotando hasta la ventana, dándose impulso con los objetos alrededor.

A lo lejos se veía una estrella más grande que el resto, que era el sol de una galaxia lejana, y había un cúmulo de estrellas y planetas alrededor, girando en torno a ella. Miraba con avidez hacia esa dirección. Si la nave tan sólo funcionara...

—Sigues mirando hacia ese planeta —dijo Smithers, quien se acercó a la ventana también.
—Hubiese preferido morir estrellándome contra él.
—La verdad es que habría sido mejor que esperar a que se acabe el oxígeno.
—Un día... En sólo un día, maldita sea. Todo este tiempo se me hizo eterno, deseé la muerte, la pedí en silencio, pero no llegó, y ahora que sé que llega en unas horas, tengo miedo de morir así.
—No eres el único, yo tampoco quería morir de esta manera, y sé que Álvarez ha llorado en su cama desde que quedamos suspendidos en la nada.
—¿Qué será de la Tierra y de Marte?
—Es probable que ya no existan o ya no quede vida.
—Fue horrible ver al Sol apagarse y los planetas dispersarse en el espacio. La Tierra parecía una canica azul que lanzaron en línea recta.

Ambos callaron mirando el sistema solar de aquella lejana galaxia. Pensaban en su familia. Llevaban quince años pensando en los seres queridos que dejaron atrás. Para ellos el destino de la Tierra era incierto, sólo la vieron -aterrados- dejar su órbita, sin rumbo y sin calor.

—Si el planeta sigue vagando por el universo, es posible que todos hayan muerto congelados -dijo Parker con tristeza.
—Definitivamente es mejor que esperar a morir asfixiados.
—Eso es cierto, capitán.
—Capitán... —se quedó pensando— ¿Por qué seguimos el protocolo cuando todo se acabó? Hace años que los puestos dejaron de servir de algo. Sólo somos tres sobrevivientes, nada más, no sirve de nada ser capitán.
—Lo sé, pero se me hizo un hábito decirle capitán. Además que ha sabido mantener el ánimo y la calma en la nave.
—Porque he sentido que tengo la obligación. Por dentro estoy aterrado.
—Tiene vocación de líder, por eso va a morir siendo el capitán.

Smithers miró a Parker con cariño. Después de tantos años de servicio, más el hecho de saber que iban a compartir el mismo destino, no quedaba más que sentir un cariño fraternal.



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En el texto hay: oscuridad, espacio, sol

Editado: 17.02.2022

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