Selena acostumbraba mirar las estrellas. Habían sido la única fuente de luz que conoció desde que nació, además del fuego que solía encender con su madre para no morir congeladas y también para asar setas.
Había sido parida dentro de un camión abandonado. Su madre, Naomi, se las había arreglado para traerla por sí sola a ese mundo frío y hostil. Lloró desde que notó la panza comenzando a crecer, en realidad, se había dado cuenta cuando pasó mucho tiempo sin usar tampones, pero el vientre sobresalido vino a confirmar las tristes sospechas. Selena fue el resultado de un desafortunado encuentro de su madre con merodeadores. Fueron tres, quienes le robaron la comida y la violaron hasta dejarla desmayada sobre la nieve.
Naomi también nació en la oscuridad de Marte sin Sol, para ambas era lo normal, aunque no dejaba de ser algo terrible, una siniestra broma de Dios, o quizás un severo castigo. La madre siempre se inclinó más por lo segundo.
Llevaban ropas viejas y sucias, gastadas por los años. Naomi demostraba unos treinta y tantos años, tal vez tenía menos, la crudeza de aquella vida consumía más rápido a las personas; Selena debería tener unos siete años.
Vivían solas, resguardadas en un viejo y olvidado bosque de pinos, que pese al extremo clima, se mantenía medianamente vivo. Una especie de setas crecían por todo el lugar, las que se habían convertido en su único alimento. La pequeña jamás había probado la carne, ya no quedaban animales en Marte, al menos no en el bosque o sus alrededores. Tampoco crecían frutas u hortalizas, no les quedaba de otra que comer lo que tenían en la seguridad del bosque, el cual nunca abandonaban.
A un costado del bosque había un río congelado, de donde con la ayuda de una pesada piedra, la mujer conseguía quebrar parte de la capa de hielo para luego derretirla en una cacerola y beberla.
Tenían una tienda hecha con objetos que habían ido reciclando, como tablas, latones, fierros, envases de plástico, etcétera. Naomi esperaba vivir lo suficiente para ver a su hija fuerte y lista para continuar sola la difícil tarea de supervivencia. Muchas noches lloraba lamentando estar viva, lamentando haber traído una hija al mundo, pensando en la soledad.
—Mira, mamá. Una estrella fugaz —apuntó la pequeña.
—Pide un deseo.
—Deseo una fogata gigante para que nunca más volvamos a sentir frío.
Naomi sonrió con tristeza. La tenue luz de las estrellas se reflejaba en sus brillantes ojos.
Selena amaba jugar a recolectar setas. Quien encontrara la más grande ganaba. Luego de la tercera comida del día le daba sueño y se acostaban en la tienda. Su madre le acariciaba el cabello hasta que se dormía. Después aprovechaba el momento a solas para llorar.
Naomi despertó sin ganas de levantarse, el frío y la oscuridad no animaban para nada, pero debía ir a buscar agua y encender una nueva fogata.
Cuando la niña despertó ya había agua y setas asadas. Comieron y luego salieron a recolectar más, para tener algo que hacer y porque debían juntar para más tarde.
La pequeña corrió entre risas y la madre detrás de ella le seguía el juego.
—¡No me alcanzas!
—¡Eres muy veloz, Selena!
—¿Verdad que sí, mamá?
Selena tropezó y cayó de cara en la nieve. Naomi no podía más de risa, mientras su hija se levantaba entre enojada y avergonzada.
—Eres mala, no te rías.
—Ni siquiera intentaste amortiguar la caída, bebé. Simplemente caíste.
La risa de Naomi fue tal que la pequeña también empezó a reír. Rieron a carcajadas por largo rato, luego se dieron un cariñoso abrazo.
Estaban terminando la tercera comida cuando Selena apuntó al cielo.
—Mira mamá, otra estrella fugaz. Esta es grande. Pide un deseo.
La mujer levantó la vista y en efecto era grande, es más, no estaba atravesando el cielo, sino que parecía que caía sobre Marte. Sintió miedo, el estómago le dio un vuelco. El objeto se acercaba lentamente, a la distancia se veía inmenso, una roca gigante envuelta en llamas... un meteorito. Naomi lo supo de inmediato, miró al piso pensando qué hacer.
—Selena, mi amor, vamos a dormir.
—La estrella, mamá.
—Dejemosla tranquila, para que siga su trayectoria. Entremos a la tienda.
—Adiós estrella.
Acostadas, acarició el cabello de su hija y besó su frente cuando ésta rápidamente se durmió. A través de la entrada de la tienda se lograba ver la luz del fuego que se venía acercando. Naomi lloró y tembló, aunque el frío iba disminuyendo, tembló. Tomó la suave mano de su hijita, recordó la primera vez que la vio, un pequeño ángel desnudo. La amó desde el primer momento... hasta el último.
El meteorito cayó a unos cinco kilómetros del bosque, pero la onda expansiva fue suficiente para causar un daño irreparable en el planeta. Hubo una gran explosión y tres cuartas partes de Marte se volvieron polvo.
Editado: 17.02.2022