Me quedé como que petrificado ante la loable secuencia de imágenes que se filtraban por mis pupilas en aquel momento (te recuerdo que este capítulo es la continuación del anterior, por si acaso…). La urbe me parecería tan mágica como única, imponentes murallas de docenas de metros de altura dejaban entrever edificaciones más elevadas que terminaban en una peligrosa punta afilada. Abundaban los detalles a la vista, pero, la proximidad de la noche me hizo darme cuenta de que debía reanudar la marcha. Tubos cilíndricos, que se extendían hasta más allá de lo que permitía ver la curvatura del planeta, transportaban a velocidades increíbles una especie de trenes al vacío. Seguí caminando, pero a decir verdad estaba realmente impresionado por lo increíblemente avanzada que parecía la ciudad a la que me dirigía. Robots gigantescos se encargaban de la agricultura y de la instalación de potentes maquinarias (me dio la impresión de que eran dueños de una poderosa inteligencia artificial). No avancé más de cuarenta metros cuando me topé con algo inaudito.
«CÁMARA DE TELETRANSPORTE»
¡¿Enserio?! ¿Cómo es posible construir algo semejante?, me pregunté luego de leer el letrero que indicaba la función de la cabina que se encontraba justo delante de mí. Había una multitud de cámaras de teletransportación distribuidas por todo el terreno colindante a la ciudad. Entré a la cabina e inmediatamente una especie de escáner me revisó de arriba abajo (cuando veas una palabra escrita de principio a final en donde solamente utilizo las letras mayúsculas, significa que fue algo que yo leí en algún lugar).
«OCTAVIO MARTÍNEZ-VEINTE AÑOS DE EDAD-UN METRO SETENTA Y CINCO DE ESTATURA-PELO NEGRO-PIEL BLANCA-HÉROE NÚMERO DIECIOCHO»
Mi mente estaba confusa en ese instante, antes de entrar al bosque encontré una especie de señalización ¿recuerdas? Pues como no entendí los símbolos extravagantes tallados en uno de los innumerables robles de aquel maldito bosque, pensé (con evidente razón) que no comprendería el lenguaje de los seres inteligentes que habitasen el planeta. Pero, ya había dialogado con un posible ser humano (Erlhuvinio Zapcoligo, más conocido con el mote de: Pianista) y en ese momento acababa de interpretar a la perfección las letras de la pantalla electrónica de la cámara de teletransportación. Mis pensamientos se diluyeron en milésimas de segundo, una voz femenina se comenzó a escuchar en el reducido espacio de mi cabina.
–Es un placer saber que estas ahí, tienes dos opciones, luchar solo y desprotegido o acompañado y seguro, si eliges la primera ya puedes marcharte de mi ciudad, si escoges la segunda, bienvenido–una nítida imagen holográfica me mostraba el rostro de mi interlocutora, se trataba de una mujer joven, poseedora de un espléndido cabello castaño y de una mirada triste y conmovedora.
–¿Puedo hacerte una pregunta? –le dije sin preámbulo de ningún tipo.
–Adelante–me respondió sin titubear.
–¿Por qué puedo entender tu idioma? Me fijé en la señalización tallada en uno de los robles del bosque que se encuentra a mis espaldas y no pude descifrar ni un solo símbolo.
–Mi idioma… pocos son los héroes que han llegado a Tecmag y se han percatado de este curioso detalle. Te explico, cuando entraste a mi planeta y fuiste detectado por nuestros radares, automáticamente uno de nuestros satélites envió a tu cerebro ondas electromagnéticas que modificaron a las neuronas que controlan las áreas dedicadas al lenguaje.
–¿Te refieres a las áreas de Broca y de Wernicke?
–Exacto, pero nosotros las llamamos de otra forma… bueno, el caso es que a veces esas ondas electromagnéticas tardan un poco en cambiar la configuración del idioma en el cerebro, así que estoy casi convencida de que eso fue lo que ocurrió. Pasando al tema que me interesa, ¿ya te decidiste?
–Sí… tengo hambre, cansancio y ganas de conocer tu deslumbrante ciudad, así que elijo la segunda opción que me propusiste.
La teletransportación ocurrió de forma instantánea, y sin que yo tuviese que apretar un botón (ni nada parecido). Aparecí en otra cámara teletransportadora, pero esta vez ya me encontraba dentro de la ciudad que tanto había llamado mi atención. Las cabinas destinadas al teletransporte poseían puertas automáticas, que se abrían o cerraban luego de que una poderosa inteligencia artificial verificase que todo estaba en orden. El agotamiento físico-mental que yo sufría en ese momento era doloroso (y lo digo literalmente). Mi mente daba la impresión de que iba a enloquecer mientras mi cuerpo avanzaba por las calles de la urbe. Tecnología de punta hacía posible que la ciudad cambiase la posición de los edificios y de las calles cada cinco segundos. Robots, androides, humanoides y humanos, combatían utilizando una mezcla de ciencia con magia, y lo más curioso es que, el que perdiese (que generalmente era reducido a mil pedazos) regresaba a la vida luego de que unos nanorrobots le reconstruyeran el cuerpo en cuestión de un segundo. El piso era maleable, es decir, podía modificarse con tan solo uno quererlo. Supercomputadoras cuánticas trasmitían y procesaban la información a velocidades superiores a la de la luz. Había cabinas para viajar en el tiempo, hombres que congelaban el aire a su voluntad caminaban sobre este elemento de la naturaleza como si fuese el sólido más resistente. Donde quiera que mirase la maravilla se exhibía ante mis ojos, sin embargo, necesitaba comer, bañarme y dormir (en ese preciso orden).
–¿Ya conociste la ciudad? Entonces quédate justo donde estás que voy a llevar un hotel hacia ti–me hablaba la misma mujer que me dejó entrar a la ciudad.
Cuando se volvió a cambiar la posición de los edificios y de las calles, un gigantesco rascacielos surgió ante mí y me abrió sus puertas. Caminé lo más rápido que me permitieron mis piernas hacia el interior de la colosal obra arquitectónica (más por el deseo que tenía de comer que por otra cosa). Sin que yo me lo esperase fue acogido en la recepción del hotel con una casi calurosa bienvenida. Había mucha gente y demasiadas cosas que ver y oír, pero yo me senté en una silla y acomodé mis brazos en una mesa.
–¿Así es como agradeces mi hospitalidad? –me preguntó la mujer de cabello castaño y de mirada triste y conmovedora, que ahora se encontraba a pocos metros de mí (me imagino que sepas de quién se trata).
–Disculpa mis modales, es que llevo todo el día sin comer, ¿sabes lo que significa eso? –mi irritación se comenzó a disparar en ese momento.
–No, pero al menos deberías ser más educado–me reprochó ella mirándome con enojo.
–Te prometo que seré más educado luego de que mi estómago se llene.
–Se ve que vivías en un mundo primitivo e inmaduro, no piensas más que en tus propias necesidades, por cierto, estos que están a mi lado y que no has tenido la cortesía de saludar serán tus compañeros de viaje, también son héroes, pero parece que son mucho más respetuosos y medidos que tú. La comida aquí es gratis, con solo pedirla aparece en tu mesa–y se marchó sin despedirse creyendo que me había dado una clase de urbanismo.
Pedí pescado y mariscos, tomates y lechuga, arroz y frijoles, helado de chocolate y una tarta de fresas. ¡Nunca imaginé comer tanto! Luego de saciar mi hambre me tomé dos vasos con agua, y a partir de ese momento le presté más atención a los que podrían llegar a ser mis compañeros de viaje.
–Por favor, tomen asiento, no se guíen por las apariencias, he tenido un día difícil–eran cinco en total, tres hombres y dos mujeres.
–Me llamo…
–Antes de las presentaciones, quisiera saber quién de ustedes es el líder–dije interrumpiendo a uno de los héroes (el cual pertenecía al género masculino) que pretendía revelarme su nombre.
–Tú eres nuestro líder, la diosa Isabel nos ordenó que te esperásemos antes de atacar al Rey Demonio–me dijo uno de las féminas, la cual se cubría la cabeza con una capucha escarlata y el rostro con una careta gris.
–No me gusta la gente que esconde su faz detrás de una máscara, denota falta de autoconfianza, así que a partir de ahora dejarás de usarla–le dije a la mujer enmascarada–. Si la diosa Isabel de la Estrella del Tiempo me ha dado la tarea de dirigirlos tendrán que seguir y acatar mis órdenes. No me vean como si yo fuese el enemigo, tengo la responsabilidad de conducirlos a la victoria, y de tratar por todos los medios de que ninguno de ustedes pierda la vida.
–¡El liderazgo se te ha subido a la cabeza, pensé que serías diferente! –exclamó uno de los hombres.
–No soy un monstruo, sí es lo qué crees–expresé haciendo una ligera mueca de desilusión–. Me llamo Octavio Martínez y nací en el planeta Tierra, hace poco más de veinte años. ¿Qué hay de ustedes?
–Mi nombre es Anastasia y provengo del planeta Nedprano catorce, soy media elfa, por esa razón uso máscara y capucha–dijo la mujer a la que había ordenado quitarse la careta.
–Mis padres me pusieron Egard, pero prefiero que me llamen Erd, nací en Osterh hace veinticinco años, y morí allí. Ahora el destino me ha traído hasta aquí, soy un hombre de las aguas y puedo nadar mejor que muchos peces. Millones de años de evolución le permitieron a mi especie alcanzar la velocidad y superar las fuerzas de los más temibles depredadores marinos de mi planeta.
–Soy Bernamir Nirando, mis padres eran comerciantes, mi planeta se llama Oronte, y mi civilización se encontraba en su etapa feudal, así que pueden imaginarse cuanto me ha costado adaptarme a todo esto.
–Me llamo Estela de Varentral, era rica y arrogante, ¡y ahora no sé ya que soy!, estudié informática y sé un poco de artes marciales. La gente de mi planeta creía descender de los dioses, ¡y es posible que no estuviesen tan lejos de la verdad! Mi salud siempre fue de hierro y mi cuerpo es atlético, y así eran mi madre y mi abuela, ¡y también mi bisabuela! El nombre de mi mundo es Antraner diecisiete y mi civilización era bastante avanzada.
–Mi nombre es Barter Ríos, era caballero en mi anterior vida y poseo un amplio conocimiento bélico. El nombre de mi mundo es Drarante, tengo veinticinco años de edad, y pienso que, dada mi cuantiosa experiencia en combate, debería ser el líder de este grupo.
–Por desgracia tu anhelo no se va a poder cumplir–le dije con una tranquilidad que no sentía–. ¿Alguno de ustedes sabe dónde podemos encontrar a nuestros enemigos?
–Al norte debe haber una base demoníaca–me respondió Anastasia.
–Necesito las coordenadas–le dije casi con cariño.
–Pues no tengo las coordenadas, Avandener no quiere darnos información.
–¿Avandener? –pregunté con sana curiosidad.
–Así es como se llama esta ciudad-estado.
–¿Y cuál es el nombre de la mujer de cabello castaño, que me dirigió la palabra luego de que yo acomodase mis brazos sobre esta mesa?
–¿Mujer? ¡no, no!, en realidad es un androide, dirige la Junta Robótica de Avandener y está realmente interesada en destruir las fuerzas del Rey Demonio–me comentó Anastasia.
–Las fuerzas del Rey Demonio…–hice una pausa debido a un bostezo involuntario que denotaba mi cansancio–. Pudiera seguir conversando con ustedes, pero realmente necesito darme un baño, mi hedor es terrible y debe estar matando sus células olfativas. Descansen y duerman, que mañana quizás tengan un día bastante ajetreado.
–¿Le pusiste nombre a tu espada? –me preguntó Barter Ríos con la vista puesta en la funda y la empuñadura de mi arma.
–No, ¿acaso se le pone nombre a una mesa?
–Sé por dónde vas, pero de dónde yo vengo…
–Si le pongo nombre solo perdería mi tiempo, su función es eliminar a los que tienen nombre para así yo conservar el mío ¿entiendes?
–¡Pero qué engreído es este tipo! ¡Le voy a cortar la cabeza!
–Guarda tus fuerzas para cuando salgamos de la ciudad, recuerda que aquí adentro nadie muere–le dije una vez me levanté de mi asiento–. Y no soy engreído, más bien me considero cauteloso, es posible que no sea el ser con más virtudes del cosmos, pero me siento muy bien siendo como soy, valga la redundancia. Hay cosas en la vida que es mejor dejarlas como están porque si no puede que empeoren. Te lo advierto, Barter Ríos, si me vuelves a gritar tan cerca del oído, te juro que luego de que eso ocurra, bañaré con tu sangre mi espada.
En lo que me dirigía a uno de los innumerables cuartos de baño del rascacielos, le pregunté a una empleada en qué habitación podía pasar la noche (por supuesto, le dije mi nombre). Me explicó que la habitación número quince del segundo piso había sido reservada para mí. La ira que me produjo el sencillo diálogo que sostuve con Barter Ríos desapareció totalmente cuando me sumergí en un jacuzzi gigantesco (similar a una pequeña piscina). El agua me quitó la suciedad del cuerpo y alivió la tensión de mi mente. Cuando terminé de bañarme me puse una ropa para dormir (la cual me fue entregada por la misma empleada que me dijo dónde se encontraba la habitación en la cual podía pasar la noche) y pensé en conseguir, al día siguiente, armas magnéticas y de antimateria, y trajes de protección con miles de nanorrobots distribuidos, uniformemente, por cada milímetro de estas súper avanzadas armaduras. El día está concluyendo y yo por fin podré descansar sobre una cama cálida y suave, reflexioné luego de que un escáner comprobará mi identidad, y que la puerta automática de mi cuarto se abriese. La habitación lucía cómoda, pero tenía el inconveniente de ser poco espaciosa. Cortinas de un azul muy oscuro cubrían unas ventanas que permitían ver una buena parte de la asombrosa ciudad en la que me encontraba. Un cuadro surrealista pretendía adornar la pared que se situaba detrás de mi cama, y un estante de tres pisos exhibía una enorme variedad de pequeñas obras de artesanía que representaban: muñecos, casas, edificios, trenes, árboles, cohetes, pirámides, robots, sillas, animales y sombreros (estuve casi diez minutos observando las figurillas, eran realmente sorprendentes, seguramente habían sido creadas por una especie de impresora tres-d o algo parecido). Poco más había en tan reducido espacio, quizás para completar la descripción me faltaría mencionar la mesita de noche y el pequeño escaparate donde coloqué la armadura que me había regalado la diosa Isabel (la cual había quedado deslumbrante luego de pasar por una lavadora cuántica). Ahora sí, pensé luego de un bostezo. Me acosté en la cama y rápidamente me tapé casi todo el cuerpo con una colcha. En menos de diez segundos me quedé dormido.