LEO
Las estrellas se alzaban en lo alto del cielo, brillando como nunca. La pequeña brisa fresca que acompañaba la noche, hacia que admirar las estrellas sea más placentero.
En mi cabeza se repetían una y otra vez los diálogos de mi nueva película, lo cual era curioso porque se suponía que debía dejar de pensar en trabajo, sin embargo mi cerebro no entendía eso.
Para mí la historia era un poco… diferente. Los papeles que había protagonizado siempre llevaban un amor gradual, de esos en los que empiezas a sentir cosas después de haber interactuado mucho con la persona. Pero en este caso, este nuevo libreto entraba con ambos ya amándose. Tenían un pasado juntos y por si fuera poco estuvieron a punto de casarse.
Y vaya que por cosas de la vida se alejaron. Quien sea que haya escrito el libro tenía una imaginación muy grande, hasta donde sé, tengo que ponerle difícil las cosas al que me acompaña como el protagonista masculino.
La mirada de Dorian otra vez me hace girar en su dirección.
—¿Qué? —enarco una ceja. Niega y continúa con el dichoso cuadernillo y su bolígrafo escribiendo.
Desde ayer que no ha dejado de observarme en silencio y escribir. Hoy es miércoles por la noche y la verdad no ha pasado algo interesante después del almuerzo de ayer.
Por la tarde hicimos convivencia con los demás, hicimos equipo con otras parejas y por suerte para mí, nos tocó con Jacke y Shay. Me divertí mucho corriendo de un lado a otro como cuando era niña y aunque no ganamos, lo sentí especial. Digamos que la actitud de Dorian en estos últimos eventos ha sido de lo más misteriosa pero ha sabido congeniar, al menos, con Jacke y Shay.
También hicimos algo así como los pasteleros, con los grupos que formamos, a lo masterchef. Nuevamente perdimos porque al parecer nadie sabía hornear un pastel a excepción de Jacke, quien en secreto confesó que era un chef. No me sorprendió, de hecho sus actitudes siempre me daban pinta de eso.
Volví a centrar mi mirada en las estrellas.
"Mi pequeña estrellita"
Sonreí triste, sin poder evitarlo. Era hoy.
Hoy era el día en el que los recuerdos hacían mella en mí como una llama ardiente que consumía cada parte .
Cerré los ojos esperando disipar un poco el dolor. Hoy, exactamente siete años atrás, perdí a papá. De manera discreta, esa fue una de las razones por las que vine hasta aquí. En estas fechas mamá suele beber más de la cuenta y termina llamándome a mí para desahogarse sin darse cuenta de que todas sus palabras me duelen el doble, porque verla sufrir no es precisamente lo más lindo del mundo. Ella puede ser un dolor de cabeza por lo impertinente y exigente que puede ser pero hoy, hoy se convierte en una persona sin estabilidad emocional, sin criterio de vida y creo que hasta pierde las ganas de seguir con su vida.
Papá era nuestro pilar, y ahora yo soy el de ella. Pero por al menos un año deseaba dejar de lado esa amarga sensación y vivir mi duelo sola, no quería verla destruyéndose porque eso también significaba mi destrucción.
—¿Te sientes bien? — lo oí murmurar. Asentí.
No me atreví a verlo. No podía porque me pondría a llorar, me conocía y de alguna manera le había tomado cariño. Lo sé, cariño, en menos de una semana, era ilógico. Pero sentía que con él todo era así. Rápido, espontáneo y aunque casi siempre estábamos peleando o no soportándonos, igual sentía muy en el fondo que le tenía cariño.
Lo cual asustaba y quería creer que solo era mi imaginación, le huía a aquella sensación.
Se movió de su silla y llegó hasta mí lado. Me extendió su mano.
Fruncí el ceño pero aún así la tomé.
—¿Dónde vamos?
—¿Sabes? Puedo reconocer el sentimiento del anhelo—murmuró evadiendo mi pregunta —. Yo lo mantuve a mi lado durante dieciocho largos años. —camina conmigo, aún sosteniendo mi mano.
No digo nada y solo me dejo llevar. Nos detenemos frente al enorme laberinto de girasoles.
—A veces hablarlo es mejor que callarlo—dice. Suelta mi mano.
Me es imposible no reír.
—Lo dice el que ni siquiera habla por cordialidad—espeto. Ni siquiera me doy cuenta de que estoy enojada.
—Hay una gran diferencia entre hablar a cada rato por nada, a hablar casi nunca por algo. —Frunzo el ceño y lo miro mal.
—¿Dices que yo no hablo por nada? —pregunto más molesta.
—No—la tranquilidad con la que se maneja me hace poner los nervios de punta, es tan… pacífico— Digo las diferencias de ello. Para mí, tú siempre dices cosas importantes—se encoge de hombros.
No respondo, no sé qué responder.
Nos quedamos callados.