"El amor lo inventó un chico con los ojos cerrados, por eso somos tan ciegos ante él"
-ANONIMO
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💥ASTRO W.💥
Hayle Liet Jones, aka "boxeadora", era preciosa.
Tal vez ella no se de cuenta. Puede que quizás, se considere de lo más corriente, pero... Tal y como yo la recuerdo, ahora es incluso más bella que con quince años.
Todo en Hayle es verdaderamente deslumbrante.
Desde su impresionante cabello rizado, rubio como el oro.
Pasando por sus absorbentes orbes azul oscuro.
Llegando a su hermosa y alucinante sonrisa, blanca y recta.
Y acabando en unas fuertes y contorneadas piernas.
Si tuviese debilidad por ellas, las de mi boxeadora serían mis favoritas.
¡Paren un segundo..! ¿¡"Mi boxeadora"!? Ya estoy perdido el juicio.
Llevábamos una hora y media de trayecto, y el cielo ya estaba empezando a oscurecer. Durante todo ese tiempo, Hayle se pasó la mitad durmiendo. Y no despertó.
Daba igual lo alto que pusiera una canción, que ella seguía soltando pequeños y tiernos ronquidos.
Literalmente, podría haber tirado una bomba a su lado, que no se despertaría.
Sin darme cuenta, me la quedé mirando más de lo debido.
¿Debía despertarla? Ya faltaba poco para llegar al hotel.
Entonces, sin necesidad de tocarla o articular ninguna palabra, en su rostro se formó una sonrisa ladina que me hizo tener que tragar saliva.
- Ahora soy yo la que debería cobrarte por mirarme de más, ¿No crees?- susurró, bajando la música desde su teléfono. Y cuando me miró, me quedé sin aliento.
De veras que sí.
Cuando a sus ojos no les daba la luz, se volvían tan negros como el hoyo más profundo que pudieses encontrar.
Y aún así, parecían ser estrellas que brillaban por sí solas.
¿Por qué mierdas siempre me ocurre lo mismo cada vez que la miro?
Quizás era mi castigo.
Sentirlo todo por ella... Amarla hasta cada fibra de ella.
Y que ella solo me considere un amigo. Juro que mataré al que inventó la palabra "frienzone".
Intentando no sonrojarme, carraspeé levemente y enderecé mi postura en el asiento, adoptando la expresión perfecta para que no notase nada de lo que sentía.
-Yo no estaba haciendo tal cosa. Solo observaba como se te caía la baba. Estabas realmente horrible- bromeé. Ella apretó los puños, como controlándose para no soltarme un puñetazo. Muy lista, nos mataríamos si lo hicieras.- Además, suficiente pago tendrás cuando disfrutes mi talento culinario.
Frunció el ceño y enfurruñó los labios.
Que expresión tan bella....
-¿Talento culinario? Ni que me fueras a cocinar. -murmuro confundida. Luego esbozó una sonrisa burlona que hizo que me fijará por 145264 vez en esos carnosos y rojos labios. Oh, no. Esas sonrisas siempre venían acompañadas de algún comentario burlón.- A menos que tú, el famoso cantante Astro Widson, estés invitando a una cita.
Y ahí, sin poder evitarlo, me sonrojé tanto que sentía mis orejas arder.
Dios mío, Hayle, ¿Por qué exactamente esa pregunta? Hace años que quiero algo más que amistad contigo. ¿De verdad ni siquiera notaste nada?
Suspiré, casi molesto.
-Sabes perfectamente que yo soy el que prepara el catering del cumpleaños, estúpida con memoria de Dory- solté, arrepintiéndome inmediatamente de haberle hablado así de mal. Ella resopló y comenzó a mirar por la ventanilla.- Es decir, que yo soy el chef está vez. Así que no, no te pediré una cita.
Hayle rodó los ojos y gruñó. Literalmente gruñó.
-¿Tienes complejo de loba y no me había enterado?- dije con intención de disipar la tensión del ambiente. Por desgracia me ignoró.
Negué con la cabeza, divertido. Molestarla ya era parte de mi rutina, y debía admitir que era de lo más satisfactorio.
En el coche reinó el silencio durante por lo menos diez minutos. Por lo menos lo fueron, hasta que apareció un cartel verde gigante que decía: PARÍS.
Hayle, emocionada, bajó la ventanilla y miró alucinada todas esas luces que decoraban los pequeños pueblitos a las afueras de la cuidad del amor.
Yo ya había estado múltiples de veces en París, de gira, pero cada vez que la volvía a pisar... Esa magia, ese esplendor... Solía llenar cada recoveco de mi cuerpo.
Y tardaba en salir.
-¡Mira lo bello que es! ¡Las vistas son realmente preciosas!-gritó entusiasmada.
Mientras manejaba el coche, me permití observarla de vez en cuando. Pero no a la ciudad, sino a la hermosa rubia que tantos estragos provocaba en mi corazón.
Y sonreí.
Normalmente, cuando lo hacía, era para dar una buena imagen frente a las cámaras.
Pero como diría Mara, en "Tardes de Otoño"....
Con Liet, no fingía las sonrisas. Con ella trataba de ocultarlas.
Por el simple hecho de que si supiera todo lo que pasaba por mi cabeza cada vez que me miraba.... Me entraría el pánico, y probablemente ella moriría ahí mismo.
-Sí, son hermosas- susurré mirándola. Ella se giró hacia mí, y sonrió.
Admito que le reze a todos los dioses posibles para que no se diese cuenta de que lo había dicho por ella y no por París.
Paris al lado de mi pequeña Liet, me parecía una real basura. Por mí se podía ir a la mierda si el destino me diese la posibilidad de enamorar a la chica que ahora me miraba con dulzura.