"Toda noche, por larga y sombría que parezca, tiene su amanecer"
—WILLIAM SHAKESPEARE.
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HAYLE LIET JONES.
Siempre he sabido que hay cosas que están destinadas a suceder. Porque por desgracia, no podemos hacer un trato con Lucifer y cambiar el transcurso con la vida. Cada cosa, debe suceder.
Como las guerras. Las epidemias... las muertes de tus seres queridos... todo eso no es más que un juego tortuoso y duro que realmente es vivir.
Te acostumbras a su dolor. A sus cortes y magulladuras. A su sabor. Durante un tiempo, olvidas por completo la razón de tu tormentoso sufrimiento.
Yo misma olvidé el motivo por el cual mi alma estaba rota. Por lo menos, hasta ahora.
—Liet...— pronunció Astro, acercándose lentamente a mí, como si temiese que el más mínimo movimiento brusco pudiese asustarme.—Tu padre está... a lo mejor has confundido a Harold con otra persona.
Quise gritarle que yo jamás podría confundir a mi padre con otra persona, por que él, lo era todo para mí. Para mí, mi padre era amor, comprensión, valor, sabiduría... Decirme que lo había confundido era como si yo le dijese que sus canciones eran una real mentira.
Un verdadero insulto.
—Ya lo sé.—me limité a responder. Astro suspiró a mi lado, tenso como la cuerda de un violín.—Ya se que la gente normal no ve fantasmas. Que son simples alucinaciones causadas por el sueño. Pero no estoy loca, As. Sé lo que he visto.
—No creo que sea buena idea que...—comenzó a decir, en un fino hilo de voz.
—Yo lo maté—lo corté de repente. A pesar de no verlo, pude escuchar como el chico que empezaba a provocar en mi algo más que la amistad, tomaba aire y no lo soltó en un par de segundos.—Soy una asesina.
—No. Para.—se agachó a mi lado.—Tú no has matado a nadie, Hayle.—Tomó mis piernas y mi cintura y me alzó en volandas, como si no pesase más que una pluma.—Es completamente imposible que le hicieras daño a la persona que más amabas. Así que no. Tú no mataste a tu padre.
—No lo digo en el sentido literal, As—dije sintiendo como se estremecia al escuchar ese apodo deslizarse entre mis labios. Él apretó los suyos, convirtiendolos en una delgada línea blanca.—La culpa fue mía. Siempre ha sido mía.
Astro no respondió a mi declaración, contrarrestando mi hipótesis sobre su reacción al contárselo. Simplemente creo que lo había dejado sin palabras.
O las tenía y no me las decía por miedo a hacerme daño. Con él nunca se sabía.
A medida que fuimos adentrándonos de nuevo en el hospital, pude observar con detenimiento como la respiración de él se había alterado de manera leve, y como su expresión delicada y consoladora, se había visto sometida a otra de muy pocos amigos.
Anduvo callado hasta que por fin entramos en la habitación de Elijah, donde me soltó con delicadeza sobre una camilla al lado de la de su padre, murmurando algo parecido a: "Necesitas descansar"
"No te calles" supliqué para mis adentros. "Acabo de contarte algo que lleva doliendome años. No me hagas esto ahora, Astro. No me falles."
Pero por desgracia para mí, él no tenia la increíble capacidad de leer las mentes. Por lo que no correspondió a mi llamamiento.
Se sentó en el sillón donde yo había dormido y cerró aquellos potentes orbes ambarinos que tan loca me volvían.
—Duérmete, Jones. No sigas mirándome.
Sonrojada, aparté la mirada de golpe y me maldije por mi inconsciencia. Tragué saliva con fuerza, intentando retener esas ganas de...
—¿Podrías... dormir conmigo?—susurré apenada.
...tenerlo a mi lado.
—¿Dormir contigo?— repitió, confuso. Arrepentida, le dí la espalda de una manera abrupta, sintiendo como los colores me subían por las mejillas, haciendo arder mis orejas. (Si es que eso era posible)
Aquello dicho de la boca de él, me dejaba a la altura de los niños de tres años que aún no dormían solos por el miedo a los monstruos del armario. Y creo que tres años no tengo, precisamente. Igual tengo menos dos.
—Déjalo. No he dicho absolutamente nada.
—¿No puedes dormir?
"Pregunta un tanto estúpida, imbécil" pensé irritada. Era de lo más obvio que si le pedía que durmiese conmigo, no iba a ser porque sí (Igual un poco..) Sino porque le tenía un creciente miedo a las pesadillas que acudirían a mí nada más caer en lo profundo de mi subconsciente.
Me daba miedo verlo otra vez como en aquella última pesadilla que había tenido. No estaba preparada para enfrentar la realidad sobre la muerte de mi padre. Ni siquiera para verlo en unos míseros sueños.
—Tengo miedo...—admití, dejándome llevar por el cansancio. Me encogí como una pequeña bolita en aquella tabla de dura e incómoda gomaespuma y enterré la cabeza en las mangas del esmoquin de Astro, oliendo su perfume a violetas y a jabón. Sé que igual suena demasiado cursi, pero ese olor suyo... me tranquilizaba sobremanera.
—¿A qué le puede temer una chica tan fuerte como tú?— preguntó, intentando animarme, sin éxito. Su voz me sonó demasiado lejos como para estar en la misma habitación, pero no me di la vuelta. No podría mirarlo sin derrumbarme bajo su mirada apenada.
Me encogí de hombros como quien no quiere la cosa y resoplé. ¿Qué se cree? ¿Qué soy Supergirl o qué?
—Todos tenemos miedos, Astro. Incluso "las chicas fuertes como yo".— tragué saliva repetidamente, intentando disipar el enorme nudo que se me había formado en la garganta.— Le temo a muchas cosas. Tengo un vértigo horrible. Las arañas me aterran. Y los patos me producen pánico.... y también me horrorizan las pesadillas que tengo todas las noches.
Escuché una risa suave, y luego, silencio.
Fruncí el ceño, confusa. ¿No se reiría de mí por mi patofobia? Que raro...
Como movida por una fuerza sobrenatural, me fui girando lentamente hacia donde se encontraba Elijah inconsciente.