—Bueno, por este camino debo ir para llegar a mi casa —dijo María.
—Genial, espero verte mañana —Mimi se acercó a María y le dio un beso en la mejilla—. Espero que te cuides.
María tenía los ojos abiertos, ya que no esperaba que la chica tenga esa confianza con tan sólo cuatro horas de conocerse. Se sentía feliz, pero no sabía por qué.
Ella pensó "¿Será porque aprobé matemática?"
Descartó ese pensamiento porque chocó con alguien y era el mejor amigo de su mamá.
—Buenas tardes, dón Juan.
—Buenas tardes, Mari. ¿Ya vas para tu casa?
María vio como el hombre de 60 años llevaba sus bolsas del supermercado, que parecían estar pesadas.
—Don Juan, ¿no quiere que le ayude con sus bolsas? —preguntó, señalado las bolsas.
—No, no, Mari. Ya me tengo que ir, mis hijos vendrán con mis nietos a celebrar mi cumpleaños, así que no los quiero hacer esperar.
A la chica se le formó una sonrisa porque el hombre siempre le contaba que extrañaba a sus hijos, ya que, él siempre recibía llamadas de ellos, llorando porque algunas veces no podían ir y pasar tal día con él.
—Disfrute, dón Juan. Salúdelos de mi parte. —Abrazó a el hombre como muestra de cariño.
—Gracias, María. Dile a tu madre que le mando saludos y que después quiero hablar con ella.
—Le diré —dijo un poco insegura.
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—Mamá, ya llegué —dijo abriendo la puerta y cerrandola.
—Qué bien, lávate las manos que vamos a comer.
María subió las escaleras corriendo y cuando llegó a su habitación vio a alguien que no quería ver.
—Nicolas, ¿qué haces aquí? —Agarró del brazo al chico— Te dije que nunca debes entrar a mi habitación.
—Bueno, cálmate. Sólo quería molestarte como siempre.
—Fuera, no te quiero aquí —dijo, señalando la puerta de su habitación—. ¡Fuera o le diré a mi mamá!
—Pero si también es mi mamá. —El chico sonrió como si no hubiese hecho nada malo.
María se frustró y otra vez se fue hacia las escaleras, bajando de dos en dos los escalones.
—¡Mamá! —Vio que la mesa estaba servida, pero no estaba su mamá, así que, se fue para el patio— ¡Mamá!
Vio a su madre que estaba en el patio, parada y fumando un cigarro. Como siempre.
—Mamá, ¿qué hace Nicolas en mi habitación? —preguntó, enojada.
—Tranquila, no hará nada, además, es tu hermano. —Dio una calada de su cigarro.
—No lo es... Es hijo de la otra mujer —dijo, cruzándose de brazos.
—Pero también, es hijo de tu padre, María y mi hijo —Se acercó hacia María, para mirarla de frente—. Él no tiene la culpa de las cochinada que hizo Sebastián.
—Si esa mujer no se le hubiese metido a los ojos a mi papá, vos y yo estaríamos bien.
—Cállate y sigue pensando que Nicolás es mi hijo.
—Es un adoptado, mamá. No es de tu sangre.
—Pero yo lo crié, yo le di amor de madre, María. Ahora, cállate. —Tiró el cigarro a el piso y lo pisó.
—Esa mujer está muerta, mamá —María agarró las manos de su madre y la miró a los ojos—. ¿Por qué cuidaste al hijo de esa señora?
—Porque ese niño quedó huérfano de madre, y el estúpido de tu padre no se quiso responsabilizar porque es un maldito marica y porque no me quería dar la cara, y decirme que me puso los cuernos.
La señora miró a el cielo y le volvió hablar a su hija.
—Otra cosa, si vuelves a decir que la madre de Nicolás tiene la culpa, te juro que te daré una cachetada —La madre se acercaba cada vez más—. Ella no sabía que tu padre era un buitre de mierda.
—Me iré a comer, mamá... Te espero.
María se sentía dolida, ya que sabía que su mamá tenía razón. Su padre era una porquería... Pero ¿qué se puede hacer? Es su papá, no puede sacarlo de su vida tan fácilmente.
Cuando estaba por comer, su hermano estaba en el comedor, comiendo.
—Hola, Mari —Le saludó amablemente pero, ella no le hizo caso.
María lo ignoró, se sirvió la comida y empezó a comer.
Ella no dijo ni una sola palabra, pero su hermano trataba de llamarle la atención de cualquier forma, pero no lo lograba.
—Mari, por favor, no me ignores —el chico tomó el tenedor de María—. Háblame y te devuelvo el tenedor.
María no lo miró, así que se levantó de la mesa para ir a la cocina y agarrar otro tenedor.
Otro día más, pero era 06 de mayo de 1970.
Otro día más de clase.
María se sentía pésima, pero después, se acordó que ya tiene otra amiga nueva.
Micaela.
Trató de animarse más, se duchó, vistió, peinó y tomó mate con pan.
Lo típico de cada mañana para ir a el colegio.
Bajó las escaleras y miró que en el comedor estaba su mamá, y su hermano.
—Buenos días, mamá —saludó.
—Buenos días, Mari —saludó su hermano.
María no le prestó atención.
—María, háblale a tu hermano.
No le hizo caso a su madre.
—No puede ser que no quieras hablarle a tu propio hermano
Agarró sus cosas y se salió de su casa, haciendo la misma rutina de los cinco días de la semana.
Ir a el colegio.
Cuando por fin, llegó al colegio, fue a su aula a sentarse a su banco como siempre lo hacía.
Se puso a pensar en lo que hizo hace como treinta minutos.
“¿Hago bien en negar a mi hermano? Después de todo, somos hijos del mismo padre."
—Hola, María.
María dirigió su mirada a la voz que llamó su nombre.
Era Mimi, su nueva compañera.
—Hola, Mimi. ¿Cómo estás? —preguntó.
—Bien, pero cansada —Mimi puso su mochila en su banco y se sentó a lado de María—. Estuve poniéndome al día con algunos trabajos. Tú sabes, soy nueva y tengo que estudiar para demostrar a los profesores que voy bien.
—Claro, si querés te puedo ayudar en algunas cosas —Puso su mano sobre la mano de Mimi—. Te puedo ayudar en los trabajos de Matemática y Lengua. Vos cálmate que te pasaré toda la carpeta.
—Gracias, Mari.
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