—Ha sido un día muy agradable, Adam —dijo ella acariciando el rostro de Adam.
—Lo mismo digo, amor mío —respondió él rosando con un beso los hombros de ella, mientras miraban las hermosas luces de la lejana bahía desde el balcón del departamento de ella en Boca Ratón.
Todo el día habían estado juntos, desde que Jenn aceptó quedarse hasta el domingo en la mañana, no hubo tiempo para hablar del pasado, ni de sus problemas y de lo que cada uno había o no sufrido en sus relaciones pasadas. Solo se dedicaron a aprovechar al máximo el tiempo que tenían para estar juntos.
Desayunaron en un restaurante sencillo y cercano al departamento de ella, para luego ir a disfrutar de las cálidas aguas de la playa y bañarse juntos, juguetear, reír y correr tomados de la mano.
Para Adam era algo novedoso, a pesar de vivir allí mismo, hacía años que no ponía un pie en la arena, menos meterse al agua salada. El trabajo y las responsabilidades consumían todo su tiempo, olvidando, sin proponérselo, lo lindo que era disfrutar de esos pequeño placeres. Pero con Jenn el tiempo se pasaba rápido y lo único que quería era que esas horas fueran eternas y que no llegara el día domingo. Necesitaba más tiempo al lado de esa mujer que le había robado el sueño, a cambio le había dejado unas ganas enormes de que la vida jamás acabara y que la muerte no existiera para poder disfrutar eternamente la compañía del ser amado, de la mujer perfecta para él. Sí, se había enamorado y sabía que ella sentía lo mismo que él. Era una mujer encantadora, inteligente, pero con barreras que él todavía no se atrevía a derribar. Sentía a ratos que no lo dejaba traspasar el límite de las caricias, ni de los besos. Quizá había sido muy dañada en el pasado y por eso no quería pasar el límite invisible que los separaba, pero lo entendía. Todo a su tiempo, jamás la presionaría, aunque deseaba con todo su ser estar con ella en la cama, hacerla sentir que hacer el amor… con amor, era lo mejor. Él estaba convencido de que ella era la mujer de su vida. ¿Qué? ¿Muy poco tiempo? ¡Eso era lo de menos! ¡Ella era la indicada!
—Ya es tarde, ¿quieres dormir? —preguntó él, volteándola suavemente para mirarla a los ojos que lo cautivaban. Esas pestañas tupidas, la mirada miel y las pecas en su nariz hacían querer tenerla siempre de musa inspiradora.
—Estoy cansada, Adam. Ha sido un día increíble, pero creo que es mejor que te vayas a casa. No quiero que…
—¿No quieres dormir conmigo? ¿Por qué? No quiero estar lejos de ti —añadió sincero, ¿para qué mentir con algo que era tan natural entre las parejas? Se amaban y lo demás era el aderezo perfecto a esas horas de ensueño que juntos habían vivido.
Jennifer tenía deseos que estar con él, pero a la vez las dudas la irrumpían, sentía que había algo en la vida de Adam que no le daba confianza. Era un hombre enigmático, usaba ropa cara de marcas que ni en sueños ella podría adquirir, ni siquiera como regalo para un ser querido; tenía gustos refinados y dispendiosos, la había sacado a pasear en una camioneta inmensa, argumentando que era de un tío, pero ¿quién facilita un vehículo de ese tipo? Durante el almuerzo, no dejó que ella pagara, se acercó a la caja y pagó con una tarjeta de crédito o débito dorada, de esas «vip» que solo algunos tenían… También la inquietó, cuando vieron un carro con el logro de la prensa, él aceleró el paso y la sacó rápidamente del local en donde se encontraban, ¿por qué? ¿Qué escondía? Ella se lo preguntó, pero él dijo que no era nada, solamente que no le gustaban los reporteros, no por él, sino que podrían grabar algún exterior y podrían ser televisados. Respuesta que a Jenn no convenció del todo, como muchas del día…
Aunque a decir verdad, ella no podía ser tan desconfiada, tal vez eran solo apreciaciones que de seguro distaban mucho de la realidad.
—Si no quieres hacer el amor conmigo, lo entenderé —continuó hablando—. Yo no te voy a forzar, Jenn. Nos conocimos hace poco y tal vez necesites más tiempo, pero debes saber que no te voy a dejar. Eres lo más importante en mi vida. Te lo aseguro.
—Adam… —sonrió con ternura acariciando su rostro. Él tomó la mando de ella y depositó un beso.
—Sí, lo sé, es pronto, pero yo que te amo… que quiero estar contigo.
—Tal como dices es muy pronto para saber si me amas. Adam, eres especial, un hombre genial y yo siento un amor inmenso por ti.
—Pero… ¿Me amas?
—Siento que sí —respondió con ternura.
—Ven bésame.
Se acercó a ella y la besó con ansias, quería llevarla hasta el cuarto y hacerla suya, como tantas noches imaginó viendo esa foto que reposaba en su mesita de noche, en medio de un libro. Esa foto que él llegó a pensar que era falsa, pero no, allí la tenía tal cual como ella se había presentado… entre sus brazos y besando esos labios que sabían a miel.
La tomó de la mano y la condujo hasta el sofá ella lo siguió algunos pasos, pero luego se detuvo. Algo en su interior le decía que sí, lo hiciera, que terminara ese fin de semana con Adam enredados en el cuarto, haciendo el amor como locos, porque ¿para qué negarlo?, realmente lo deseaba, necesitaba quitarse las ganas que traía desde que lo vio… pero otra parte de ella, la sensata, la que había sufrido, la que desconfiaba y la que analizaba todo, jalaba de su brazo y le decía que no, que no era el momento, aún no. Que lo pensara bien, que reaccionara, aún estaba a tiempo; que si no se hallaba convencida del todo, que no lo hiciera… Realmente dudaba y mucho.
—¿Qué ocurre, amor? —preguntó él besando su boca, y acariciándole la espalda, intentando meter sus manos por debajo de la blusa.
Jenn dio un respingo, lo miró a los ojos y puso sus manos en el pecho, en una especie de cerco divisorio.
—No, Adam. Hoy no.
Él respiró profundo. Se apartó uno par de pasos y luego giró hacia la ventana, para finalmente salir nuevamente al balcón. Jenny se acercó al interruptor de la luz y la encendió. Sabía que a él le había parecido mal, pero debía entender. Ella no había viajado solamente para terminar haciendo el amor con él, quería conocerlo, saber quién era y la primera impresión no había sido lo mejor.
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Editado: 11.07.2020