— ¿Qué suce... ?
Antes de que Amaris pudiera terminar aquella frase, sintió como aquella chica que la acompañaba, (o a la que ella acompañaba, aun no lo tenía claro), tapó su boca, silenciándola. Amaris notó que podían tocarse a pesar de su estado fantasmal, algo alucinante y terrorífico al mismo tiempo.
Segundos después la dejó libre y Amaris, usando su cordura, se mantuvo en silencio tal como la chica, que lentamente se asomó por uno de los bordes de aquel conjunto de cajas delante de ellas. Una vez hubo notado que no había moros en la costa, volvió a girarse hacia Amaris, para decir:
—Tienes muchas cosas por aprender. La primera, hay muchas formas de tener visiones. La segunda, hay peligros en todas. La tercera, por el amor a la Luna, piensa antes de actuar.
—Pero...
—Mira, esto es lo básico —comenzó la chica—. Mi nombre es Sephira, y te he visto muchas veces antes de esta. Te conozco. Ahora, confía en mí, hazlo de corazón.
—Lo haré —prometió Amaris, llevándose la mano al pecho en gesto de confianza y dedicándole una de sus famosas sonrisas auténticas. Sephira continuó:
—El primer tipo de visión es en el que tú espíritu viaja al pasado debido a un viaje astral. Puedes hacerlo en sueños o como yo, que literalmente acabo de desmayarme. Se viaja al pasado mismo, por lo que lo que hagas puede influir, a veces muy poco, pero puede influir. Es por eso que algunos seres pueden vernos, distinguirnos y, con su magia, tratar de dañarnos.
—Eso es espantoso —observó Amaris, que, si bien hubiera preferido gritar, ahora sabía mucho más y tenía que mantenerse al acecho, bajando su voz y acercándose más a Sephira para que la escuchara mejor—. ¿Y cómo son estos seres? ¿Por qué pueden vernos?
—Se trata de elfos, una antigua especie denominada los Crouss. Como sabes, ellos fueron derrotados en la guerra de la Luz. Quinientos años antes según mi tiempo, en el tuyo muchos más. El punto es que ellos le atribuyen su derrota a los llamados, nos tienen un odio puro y cada vez más creciente, en especial a los que tenemos la habilidad de la clarividencia. Por lo tanto, cada que nos notan usan su oscura magia para tratar de debilitar a nuestra alma, un daño tan profundo que es capaz de matarnos en el viaje del regreso a nuestro presente.
—En mi tiempo —siguió Amaris, su ceño fruncido—, en mi tiempo la guerra de la Luz es vista como una simple leyenda. Nunca imaginé que...
—La guerra del luz fue una realidad. El reino Sol y el reino Luna luchamos juntos en ella. Créeme, Amaris, —al decir lo siguiente el tono de Sephira se volvió más tranquilo, apagado— he visto mucho de aquella guerra. Los Crouss fueron guiados a este planeta por dos antiguas esferas. Se trataba de dos grandes casas de elfos con habilidades que nunca podré comprender. Los Hainair y los Dawnax. Esas esferas eran inteligencias con poder puro, una con luz y otra con oscuridad. Los Dawnax creían en la oscuridad. Su poder era incomparable, viniendo desde las profundidades del inframundo. Y la luz ganó, a duras penas, exhiliándolos. Ellos son los que tratarán de hacerte daño, tienes que cuidarte, no des paso a la confianza.
—Lo prometo. Prometo que me cuidaré y te cuidaré con todo mi corazón —juró Amaris. Las dos chicas se dedicaron una mirada cómplice, se formó una amistad que trascendería incluso el tiempo.
Segundos después, una oscura voz llenó el callejón. Sephira volvió a tomar a Amaris de la mano, buscando que ambas se ocultaran.
—¡Maldita sea Enrem, te lo he dicho muchas veces! —fue lo que oyeron. Venía de una oscura y penetrante voz que, (según pudo notar Amaris viendo en uno de los orificios de las cajas frente a ella), se trataba de un elfo acompañado por tres pequeños cleras, una raza de la que Amaris había leído y que se suponía vivía en el medio del bosque encantado, una enorme cantidad de territorio inexplorado que dividía el reino de la Luna y el del Sol. Eran tres seres parecidos a los humanos, aunque mucho más pequeños, con más o menos un metro de altura a lo mucho, enormes narices y ojos naranjas que los caracterizaban.
Enrem, el más grande entre ellos, bajó la cabeza con miedo al momento que movía las manos con nerviosismo en círculos, como si quisiera hacer algún tipo de magia.
—¡Eres un inútil! —gritó el elfo, furioso.
A ojos de Amaris se veía terrorífico. Sus ojos eran negros, parecían tener toda la oscuridad del multiverso guardada en su centro. Su rostro era grisáceo, al igual que todo su cuerpo. Su cabello, negro, largo, suelto y lacio.
Amaris se imaginó que un elfo sería pequeño, delgado, esbelto y perfecto, pero este elfo se veía totalmente diferente. Era grande, musculoso aunque bien proporcionado y tenía dientes grandes y afilados.
—Gran amo, lo siento, he estado esforzándome por...
—Sabes el castigo que hay para inútiles como tú —sentenció. Alzó sus manos sintiendo todo ese poder oscuro que había cultivado por años surgir de él, una gran capa de magia oscura saliendo de sus manos, magia que inmediatamente se dirigió a Enrem y que lo envolvió alzándolo por los aires.
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Editado: 02.03.2018