La clínica estaba bien, no todo era tan malo después de todo. Me atendían bien, siempre estaban al pendiente de mí y de mis cuidados. Pero, como siempre no podía estar contenta.
Siempre tenía que estar ese vacío en mí ¿Por qué? ¿Qué sucedía conmigo? Nunca me sentí feliz con nada, ni nadie. Era algo raro, pero mi felicidad era inexistente desde que estaba en ese lugar.
En mi habitación no había más que mi cama y una mesita de noche, donde podía guardar mi ropa, no tenía espejos, no tenía ventanas, no tenía baños, no tenía nada con lo que me pudiera hacer daño. Solo tenía dos cámaras vigilándome las veinticuatro horas del día.
Solo salía cuando los enfermeros me lo recomendaban, para tomar un poco el sol, o para hacer cualquier actividad, el resto del día estaba en mi habitación, lamentándome sobre mi decisión ¿Por qué estaba ahí? Nunca vi un cambio en mí.
Mi psicólogo personal y la de las terapias tampoco veían un gran cambio, no porque yo no quisiera, no, para nada. Sanar era lo que más anhelaba en la vida. Pero, ¿Qué podía hacer? Por más que lo intenté nunca pude ver más allá de la mancha oscura.
Justo cuando cumplía dos semanas en ese lugar, tenía terapia en grupo, las detestaba, pero eran mejor que nada, igual siempre podía escuchar a personas que estaban pasando por lo mismo que yo.
Salí de mi habitación y justo afuera estaba el guardia que me custodiaba, los pacientes que estaban grave al igual que yo o a un nivel un poco más crítico, requerían uno vigilando su puerta todo el día y durante la noche se hacía cambio de guardia.
Este me siguió por toda la institución, hasta que pude llegar al fin al baño, en este estaba una enfermera dentro, vigilando que no haya ninguna chica vomitando o cortándose con cualquier cosa que pudiera encontrar.
Como si pudiéramos, literalmente los zapatos estaban hechos de goma y no tenían cordones, como siempre decían, es mejor prevenir que intervenir, nunca entendí qué querían decir.
Tomé una ducha y allí mismo me puse el uniforme, no me gustaba, pero peor era nada.
Al salir, la misma enfermera me recibió con una cálida sonrisa y solo por cortesía se la devolví, no tenía ánimos para nada, pero eso no quería decir que iba a perder mi buena educación.
— Señorita Olivares, se me fue informado decirle que su terapia en grupo inicia en cinco minutos, si quiere llegar a tiempo, debe darse prisa — su dulce voz llegó a mis oídos y solo pude pensar en lo mucho que quería que mi mamá alguna vez en mi vida, me hubiera hablado así.
Asentí y salí del baño, partí a la sala de terapias con el guardia siguiéndome, para verificar que de verdad haya ido a esa terapia, al principio tener a alguien siguiéndome todo el día era algo muy raro para mí, incluso incómodo, pero después de un tiempo llegué a acostumbrarme. Después de todo, no tenía de otras.
Al final llegué al lugar y cuando el guardia comprobó que yo había entrado, él pudo irse a descansar, lo merecía.
Cuando llegué todos estaban sentados en círculos, solo faltaba yo, así que con vergüenza corrí hasta la única silla libre y esperé a que la psicóloga tomara la palabra, acción que hizo a penas y yo la miré.
— Bienvenida, Aisha — asentí y ella me sonrío mirando al frente — bueno, ya que estamos todos podemos empezar.
Miró al rededor con un poco de intriga y de inmediato centró sus ojos en uno de los chicos de la sala.
— Mark, ¿Quieres contarnos tu semana?
El tal Mark solo se quedó en silencio y luego suspiró para comenzar a hablar con voz baja y cabeza gacha, sus mejillas estaban coloradas y sus manos estaban inquietas, moviéndose y retorciendo sus dedos cada segundo, su pierna se movía de arriba a abajo, con clara ansiedad.
— Bueno, esta semana pasaron por mi cabeza muchos pensamientos intrusivos, intenté que estos no me afectaran, pero al final estos pudieron más.
— ¿Por qué crees que te ganaron? — indagó la psicóloga.
— No lo sé, estar aquí encerrado no me deja muchas opciones, sé que estoy para sanar y poder al fin salir de todo el desastre que traía conmigo, pero antes de entrar aquí tenía un montón de metas que quería cumplir.
— Pero esas metas las puedes cumplir una vez que salgas de aquí, incluso puedes crear unas mejores, porque vas a estar mucho mejor — opinó la psicóloga.
— No lo sé, desde hace mucho tiempo siento que ya nada tiene sentido vivir. Es que siento que no puedo, es tanto lo que me pasa que, hay que días que no aguanto.
— ¿Y sientes que el suicidio arreglará tus problemas?
— No, pero al menos podré haber escapado de ellos.
— Ahora te pregunto ¿Por qué crees que es mejor escapar de tus problemas y no afrontarlos?
Mark pensó por unos momentos — No lo sé, simplemente siento que es más fácil, eso buscamos ¿no? El camino fácil para poder escapar, nadie elegiría el camino lleno de rocas y difícil de cruzar, a uno lleno de flores y fácil. Es parte de la supervivencia humana.
— Pero recuerda que lo fácil no siempre es lo preferible.
Y Mark quedó en silencio, sin tener nada más que decir, aun con su mirada gacha y sus dedos entrelazados.
La psicóloga al ver que Mark no iba a decir palabra alguna, me miró fijamente.
— Aisha, sé que apenas es tu segunda terapia aquí, pero me gustaría que hablaras un poco con nosotros, que compartieras algo sobre ti.
Suspiré, no quería hablar, no quería que muchos desconocidos me conocieran de esa manera, rota, sin vida, pero se supone que así siempre me conocen las personas.
Sabía que mi terapia no iba a surtir efecto de un día a otro, pero igual me sentía como todos los días, vacía, sin ningún motivo importante que me mantuviera en vida ¿Qué necesitaba? No lo sabía.
Al final, me decidí por hablar — Las aves volaban y el sol se veía brillante, no por completo, porque una pequeña mancha oscura se podía apreciar a lo lejos, quise acercarme, ver por qué estaba ahí en medio de toda esa calma. Mis ojos solo estaban puestos en ese lugar, extendí mi mano, estaba muy lejos.