Darian estaba consciente que haber traído a esa problemática mujer no era una buena idea. Ambos habían bajado del jet y la estaban esperando.
–¡Señorita Robert! ¡Se nos hace tarde!–le gritó Nahel.
–¡No pienso salir con esto!
Ella bajó las escaleras con un vestido manga larga que le llegaba hasta el tobillo, un pantalón del mismo estampado lila. En su cabeza llevaba un velo color menta y unos lentes de sol.
–Es la primera vez que la veo lucir algo tan decente señorita Roberts–le dijo Darian.
–¿En serio las mujeres salen con esto a la calle? Oh Por Dios ¡Que calor! No puedo sostenerme esta cosa en la cabeza, por eso utilizo los lentes.
Nahel se acercó a Darian.
–Me encargaré de su ingreso al país, pueden ir yendo a tu casa–le aconsejó.
–Bien.
Una camioneta negra se estacionó frente a ellos.
–Señorita Roberts–la llamó.
–¡Por Allah! Llámame René.
Él le abrió la puerta–No te burles de nuestro Dios.
–Entonces llámame René, Darian.
Esta entró y él cerró la puerta. Se sentó en el asiento copiloto.
–Es importante que seas consciente que eres una mujer extranjera, que no tienes que cumplir todas las leyes que se imponen a las mujeres, pero no vales más que un hombre.
René se echó a reír–Bésame el culo. Más le vale a tu padre que no le haya hecho nada a Shar o se las verá conmigo.
–¿Nunca usas ese cerebro tuyo? ¿Acaso no eres consiente que estás en un país muy distinto al tuyo?
–Entonces ¿Cuál es tu maldito plan?
–Iremos a mi casa, tratarás de convencer a Sharaman de que se cure y luego volverás a los Estados Unidos.
–¿De qué se cure?
–Debe operarse.
–¡Por supuesto que no! Él no desea eso y si como hermano será la única ayuda que le darás, mejor no hagas nada.
–Entonces me imagino que tienes una mejor idea.
Ella se quedó en silencio.
René miraba por la ventana y no podía creer que un país tan problemático fuera tan colorido. Nunca estuvo entre sus planes venir. Miró a las mujeres caminar con el Hiyab, algunas con el chador, varias maquilladas y con la rinoplastia.
–Irán tiene mucho que ofrecerte–comentó Darian.
–¿Cómo qué?
Él lo pensó un momento–La poesía iraní es la mejor. Tenemos excelentes poetas.
Ella alzó las cejas, pero no dijo nada. De repente la camioneta entró a una fortaleza de unos cinco pisos. Era de mármol y tenía una gran piscina en la entrada; nunca había visto una piscina de ese tamaño. Un gran jardín se extendía ante ellos.
–¿Dónde estamos?–se atrevió a preguntar.
–¿No es obvio? En mi casa.
Darian le abrió la puerta.
–Vaya ¿Y por qué tanto interés en los hoteles Prince? Tu familia muy fácilmente puede construir su propia cadena.
–A mí padre le gusta todo lo que ya esté empezado para así poderle sacarle potencial, así funciona Zuhair Group.
Ella lo siguió de cerca y subieron las escaleras que conducían hacia la entrada principal.
–¿Tenemos un plan?–se atrevió a preguntar.
Él suspiró–Improvisaremos.
Ambas puertas se abrieron y en el centro del salón había dos hileras de sirvientes, todos con turbantes y trajes blancos.
–Bienvenido joven amo–dijeron al unísono.
–Joder…–susurró René–¿Qué dijeron?
Él la ignoró y la instó a que lo siguiera. Aquella casa era magnífica, tenía unas grandes escaleras alfombradas, le sorprendió ver muchos cuadros de pintores famosos. El techo era increíblemente alto y no podía ver lo que estaba incrustado.
Un sirviente abrió una puerta y allí se encontraba el comedor más espectacular que René había visto en toda su vida. Era de unos veintidós puestos y estaba lleno de comida. En la cabecera de la mesa estaba el padre de Darian o eso lo dedujo ella misma.
Este tenía un gran turbante rojo y una gran barba gris, aquel señor podía tener unos sesenta años, pero ella sabía que esa gente podía aparentar más y tener menos. Sus ojos negros eran acusadores, muy parecidos a los de un gato. A su derecha se encontraban cuatro mujeres de diferentes edades y ninguna tenía puesto el velo; tenían el cabello negro y traían ropas muy similares; frente a ellas había dos jovencitas aproximadamente de unos quince años que tampoco tenían velo.
René hizo ademan de quitárselo y Darian la detuvo tomando su mano. Ese gesto hizo que las mujeres emitieran un grito ahogado.
–Es mejor para ti conservarlo, créeme–le susurró y este dio un paso al frente.
–Buenas tardes familia–los saludó en persa–que Allah esté con todos ustedes.
La segunda mujer de las cuatro, se puso de pie y lo abrazó. El hombre le dijo algo similar a un regaño y esta se sentó de inmediato.
–¿Quién es esa joven Darian?–le preguntó en inglés.
–Ella no parece musulmana–le susurró una chica a otra.
–Dios me libre–le dijo René y todas emitieron un grito ahogado.
–Padre ¿Dónde tienes a mi hermano?
En ese momento se hizo el silencio.
–Te hice una pregunta Darian–insistió su padre.
–Que contestaré en cuanto me digas donde está Sharaman.
–Está arriba encerrado en su habitación–le respondió una de las mujeres.
–¡Silencio!–exclamó el padre de Darian–¿Quién es la joven?
–Soy la novia atea de su hijo–le respondió René mientras lo tomaba del brazo.
El grito ahogado de aquellas mujeres se estaba volviendo música para sus oídos.
–¿Qué significa esto?–le preguntó su padre–no puedes hacer de tu primera esposa una occidental.
–¿Por qué no?–le preguntó descaradamente René.
–Precisamente por esto–le respondió el hombre–no saben cuál es su lugar.
–Y para que sepan, no tengo intención de volverme musulmana. Ustedes se desgastan orándole a ese Dios, pero miren, son infelices. Nosotros los inmorales occidentales lo tenemos todo. Parece ser que él está de nuestro lado.