La niebla comenzó a disiparse frente al veterano soldado como si alguien hubiese cerrado el grifo en una bañera. La espesa capa lechosa se escurrió siguiendo el cauce natural del arroyo y lentamente las plantas que colgaban de las terrazas circundantes comenzaron a ser visibles.
Frente al Sargento Mac aparecieron las ruinas del pequeño edificio de madera que antes sirviera de cambiador y baños de los habitantes de la antigua Colonia de Recicladores, ahora reducido a una pila de maderas chamuscadas y rocas resquebrajadas. Una serie de sombras se destacaron pronto sobre aquellas ruinas a medida que la niebla se disipaba dentro del tanque de almacenamiento.
Como lo sospechaba, se había desorientado durante el combate y había terminado por alejarse del túnel de salida.
—No haga ningún movimiento brusco y suelte ese rifle. —dijo la voz desconocida tras lo cual se escuchó un gemido.
A pesar de la sangre y la hinchazón de uno de sus ojos, Mac pudo ver el reflejo del acero del enorme cuchillo de caza que sujetaba el desconocido cubierto por lo que parecía una túnica negra que le cubría parte del rostro. Pronto la niebla se disipó aún más y pudo reconocer al pobre Von Neumann, de rodillas sobre una de las rocas mientras que quien había hablado lo mantenia inmovil con el enorme cuchillo apoyado en su garganta.
El soldado apretó los dientes pero mantuvo la calma. Necesitaba información, tenía que comprender su situación allí. La desesperación solo lo llevaría a la muerte.
Escuchó un murmullo a su lado y alguien tomó su rifle, tirando con insistencia. Mac no lo soltó y no quitó la vista del hombre que amenazaba la vida de Fritz.
—Sueltala. —exigió moviendo la hoja junto al cuello del rehén.—No lo volveré a repetir.
Fritz volvió a gemir y comenzó a orinarse encima. Mac chasqueó la lengua y soltó el arma. Lo que sucedió a continuación lo llenó de asombro.
Escuchó un golpe como si alguien se hubiese caído a su lado. Giró la cabeza y vió algo increíble.
—¿Eh…? —dijo abriendo la boca.
Quien había intentado tomar su rifle era un niño de no más de 11 o 12 años. El chiquillo no había calculado bien el peso del enorme rifle y el arma casi lo había aplastado contra el piso cuando Mac la soltó de golpe.
—Oye… ¿Estás bien? —preguntó Mac confundido.
El niño apartó con dificultad el rifle de encima de su cuerpo y mirando al soldado gruñó mostrando los dientes. Mac vió los pequeños colmillos en la blanca dentadura, así como también las pequeñas orejas y la cola erizada que se agitaba violentamente de un lado a otro.
—Por los mil demonios… Tú eres… ustedes son…¿Voldorianos…? —preguntó volviéndose hacia las otras figuras sin creer lo que veía.
—Las manos arriba. —exigió la voz.
El Sargento levantó ambas manos. Para entonces ya la niebla se había disipado por completo y pudo observar con claridad los rostros de aquellos elementos hostiles, así como todo lo demás que lo rodeaba.
Unos diez metros a su derecha vió al soldado que había arrastrado entre la niebla. Uno de aquellos Voldorianos se encontraba sobre él en esos momentos. Era una joven y no tendría tampoco más de 15 o 16 años; una chiquilla delgada como una vara de mimbre quien lo miró con furia a los ojos y también le mostró los colmillos haciendo un siseo como lo haría un gato callejero. Una vez que hubo despojado al soldado de sus armas tomó una soga que colgaba de su cintura y se acercó hacia él.
—Así que fuiste tú. —dijo Mac viendo la mano de la joven con manchas de sangre… su sangre. —Ya me parecía que un oponente normal no podía ser tan escurridizo.
—Cierra el pico. —respondió ella mostrando sus largas uñas aún cubiertas de sangre como las garras de una pantera.
Mac no respondió y continuó observando lo que sucedía a su alrededor. Mientras la joven ataba sus manos firmemente detrás de su espalda vió como por la entrada del arroyo otros dos de aquellos niños-gato traían a otro de sus hombres en una improvisada camilla. No vió manchas de sangre en las ropas del soldado así que supuso que también había sido noqueado por aquellas drogas.
Sintió que alguien le daba una patada en el trasero y el impulso lo hizo trastabillar hacia delante. —Camina. —ordenó la joven.
—Así no se trata a los prisioneros de guerra, nena. —la amonestó el hombre recuperando el equilibrio, no obstante comenzó a caminar en la dirección que le indicaba hacia los restos de la pequeña cabaña. Para su alivió vió allí al Doctor Niccola y a Roco; ambos con las manos atadas y sentados en las losas de piedra con lo que parecían ser bolsas de tela en sus cabezas.
—Con que esta nave estaba deshabitada. —dijo Mac dirigiéndose hacia Fritz con tono de reproche. —¿De dónde mierda saca usted su inteligencia? —preguntó.
Von Neumann lo miró con lágrimas en los ojos y el hipo por haber llorado tanto no lo dejó responder, en cambio los dos hombres maniatados reconocieron la voz de su superior.
—¿Sargento? ¿Están todos bien? —preguntó Niccola moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Si, casi todos fuera de combate, pero nadie herido de gravedad, o eso espero. —respondió Mac. —¿Ustedes…?
—Humillados, pero relativamente intactos. —explicó Roco suspirando. —No nos quedó otra que rendirnos en cuanto nos quitaron a Fritz de las manos.
La joven Voldoriana lo obligó a caminar hasta donde estaban sus dos camaradas y lo hizo sentarse. Mac vió que la joven llevaba su rifle y tenía el dedo puesto sobre el gatillo.
—Ten cuidado con esa cosa. —avisó algo alarmado. —No querrás que se te escape un tiro y volarte uno de esos pies o patas peludas que tienes. —dijo.
La joven no respondió y se volvió hacia quien mantenía de rehén a Fritz. —¿Puedo amordazarlo? —preguntó.
—No. —respondió quien parecía ser el único adulto allí. —Es el líder de estos hombres y tiene que responder a nuestras preguntas. —dijo. —Ve a ayudar a traer a los otros; son demasiado pesados para los demás.
La joven asintió en silencio y para alivio de Mac dejó el rifle apoyado en una de las paredes derrumbadas, bien lejos de su alcance.
—Escuché contar muy buenas cosas sobre los guerreros Voldorianos. —dijo mirando a quien supuso era el Jefe. —Si los niños pueden despachar un escuadrón de soldados completamente armados con tanta facilidad, no me imagino lo que pueden hacer los soldados profesionales. —reconoció con una sonrisa.
—No somos soldados. —respondió el hombre de la capucha sin mover el cuchillo del cuello de Fritz. —Ahora guarde silencio.