Capítulo 9
-Luca-
Era consciente de que Nina esperaba mucho de mí; y yo, sintiéndome por primera vez débil, accedí a sus pedidos. ¿Qué la hizo querer apiadarse de alguien como yo, que no tenía nada que ofrecer a nadie? ¿Qué es lo que veía en mí? ¿Qué fue lo que hice para merecer su comprensión? Pues en efecto no merecía nada, y menos si venía de ella.
Observé que intentó ayudarme por la noche impidiendo que siguiera. Vi el rostro de Jack decepcionado por su actitud y me sorprendí; ignoraba que ella se encontraba allí. Quizás, de haberlo sabido, habría intentado «portarme bien» aunque más no fuera por un corto tiempo. En realidad, meditándolo mejor, era conveniente que las circunstancias se hubiesen dado así. Debía alejarme de ella y, por ende, ella de mí, si bien en situaciones como esta sentía mi fuerza de voluntad doblegarse ante Nina. Por más que luchase, había algo en mí que era más fuerte que cualquier otra cosa, y que provocaba que me sometiera clavando las rodillas en un suelo lleno de emociones sin poder hacer nada al respecto.
Mis visiones siempre me ofrecían un punto de ventaja, adelantándome un paso con respecto a las otras personas. Nada me impresionaba a esas alturas, pero Nina había conseguido lo que otros no. Hacía poco mi mente me había mostrado entre sueños la cantidad de noches en que rezó por mí sin importarle cuánto yo podría haberla lastimado. Para mi sorpresa, ella creía en mí. Por primera vez en la vida deseé no verla en las visiones; quise con la totalidad de mis fuerzas que con ella no fuese así, sabía muy bien que cada paso que diera me generaría culpa en el futuro. Pero… ¿quién dijo que era fácil para mí?
Los demás ignoraban lo que significaba vivir con esta maldición, que me calaba los huesos y el alma de dolor; yo no era capaz de hacer feliz a nadie porque en mi insignificante humanidad tampoco podía serlo.
En el pasado pretendí mantenerla apartada de mí, fui cauteloso con su existencia. Sin cesar me alejé, no dudé en revertir el futuro hasta el cansancio… pero la realidad giraba de manera caprichosa en torno a su existencia, poniéndome de nuevo en su camino. Debía acabar con aquello de una buena vez; aunque no podía saberlo todo, lo poco que mi siniestro don me auguraba era una viva mezcla agridulce de lo que sería mi futuro. Y de un punto estaba seguro. Ella me haría algo que definitivamente me llevaría a la muerte, y provocaría incluso la suya propia.
––¿Puedes olvidar con facilidad? ––consulté.
––olvidar un recuerdo que atesoro dudo que pueda lograrlo ––sus ojos me miraron con suma atención, produciendo que mi interior vibrara y encendiéndome por completo.
––Comienza a olvidar desde ahora. No pierdas un solo instante, no retengas ni el perfume del viento en tu mente; corre veloz, no dejes que tus recuerdos ganen ante el olvido.
Alejarme… esa palabra me resultaba tan inútil últimamente, que cada vez que pensaba en ella me invadía el enojo. En el pasado quizás habría sido un arma con la cual defenderme. ¿En cuántas ocasiones lo había hecho? Tres, cuatro o acaso cinco a lo largo de los años. Me había ido, desaparecido por completo… Sin embargo, las circunstancias me arrastraban a mi principio, mi origen, que era ella. No importaba lo mucho que mi terquedad desafiase al destino, ella aparecía y yo también.
«¿Qué es lo que me vas a hacer? ¿Qué me ocurrirá? ¿Me harás lo mismo que los demás?».
«¿Por qué no puedo liberarme de ti?».
Solo me bastaba con cerrar los ojos y recordar el día que supe de ella… ¡Cuánto habría deseado saber lo que me auguraba esa tarde! Me odié, me sentí frágil, confuso, fui asaltado por el miedo… En fin, el destino acomodó los hechos de tal modo que así sucediera.
Conocí a Egmont Fisher teniendo tan solo 13 años. Él era un gran admirador de mi madre, no faltaba a ninguno de sus conciertos. Como íntimos amigos, solían pasar mucho tiempo juntos. Él disfrutaba del placer que le proporcionaba mamá al tocar el piano, y ella solía relajarse al hablar con Egmont y desahogar sus problemas en largas charlas.
––Gabrielle…
Egmont se detuvo en seco al entrar al camarín de mi madre. Lo había sorprendido al punto de que llegué a confundirlo.
––Vaya, habría jurado que la que estaba tocando era tu madre, jovencito… Es… ––me miró con estupor, yo bajé las manos y dejé de tocar––. Tu madre me había dicho que tocabas, pero nunca me dijo que lo hacías así de bien, ¡es sorprendente! ––yo asentí tras su halago y Egmont caminó acercándose estupefacto––. No te detengas solo porque te interrumpí, continúa ––me alentó haciendo un ademán con la mano––. Por lo visto no posees un solo don, acabo de notar que tienes otro más ––comentó a la ligera, guiñándome un ojo—. Si mantienes este don con los años, puedo asegurarte ––comencé a tocar–– que atraerás a muchas personas, tal cual lo estás haciendo conmigo.
––No me interesa atraer a todas las personas del mundo, ni siquiera a usted. Solo deseo a una persona, no más ––respondí.
––¿A tu madre? ––consultó Egmont apoyando su torso en el piano.
––No ––aseguré sin interrumpir la música.
––¿Entonces? ¿Para quién tocas de esa manera tan hermosa?
––Para Nina