Capítulo 10
Las nubes parecían jugar con el sol: de a ratos dejaban que el astro se luciera, pero por momentos cubrían la luz y todo se volvía de un tenue gris.
«¿Quién eres, Luca?» ––era el permanente cuestionamiento de mi cerebro.
Siempre tan misterioso e impenetrable como una fortaleza a la que pocos podían atravesar, en caso de animarse… Desde que lo conocía apenas sabía su edad, su nombre y un par de otras simples deducciones sacadas por los comentarios de las personas más “cercanas” a él. Luca era raro, muy distinto de un chico normal de su edad, y en consecuencia, prefería ocultarse; a veces sentía que no deseaba demostrar lo que en realidad era, mientras yo me empeñaba en descubrirlo. Él encarnaba una inevitable provocación. Incluso en ocasiones llegué a la amarga conclusión de que cerca de él, me invadía la incomodidad de notar que los instantes compartidos eran extremadamente raros. Con el tiempo comencé esa complicada búsqueda; él me desorientaba, dejaba migajas de sí mismo y yo, semejando un indigente hambriento, tomaba aun lo más pequeño.
Cerrando los ojos recordaba lo sucedido cinco días atrás: luego de haber terminado el trabajo de fotografía, fui a entregárselo a Edwin. Lo cierto es que no sabía cómo él había terminado trabajando allí, supongo que por una cuota de suerte. Intenté tomarlo como una simple casualidad.
––Nina… ––susurró Edwin sentado en la sala de profesores frente a la PC. Lucía ocupado, con pilas de carpetas a su alrededor.
––Disculpa, Edwin, olvidé entregarte este trabajo ––dije sin más, tratando de no quitarle muchos minutos; él me sonrió y le noté ojeras y barba.
––No hay problema. Por favor, déjalo allí en la mesa, donde están esos papales ––señaló una mesa pequeña situada a un costado mío.
––Bien ––sonreí apenas y caminé rumbo al escritorio. Al detenerme allí, atrajo mi atención una hoja en la que divisé el nombre de Luca; miré a Edwin, quien seguía con el ceño fruncido, muy concentrado en esas montañas de papeles.
––Odio este trabajo… ––murmuró abstraído.
––Se ve bastante tedioso ––respondí enfocando la vista en el papel; era una decisión de un segundo, no más, así que me abalancé apropósito en dirección a la pila de hojas, tirándolas al suelo––. ¡Oh! ¡Lo siento! Lo recogeré de inmediato ––exclamé de forma nerviosa, arrodillándome.
A toda velocidad busqué el dichoso papel. Con desesperación iba subiendo los que no decían su nombre. Mis dedos temblaron en el aire en cuanto mi mirada se detuvo en el que ansiaba encontrar. Con los ojos paralizados, el alma se me revolvió dentro del cuerpo, al reconocer que aquello era un obituario…
Luca Sjulik Cornicova
Carpe diem quam minimum credula postero[1].
(“Aprovecha el día, no confíes en el mañana”)
Ahogué un grito cuando Edwin, en su afán de ayudarme a recoger ese desorden, quitó de mi vista aquel papel que ni siquiera me atrevía a tocar. Sucedió en cuestión de segundos. Junté el resto de los papeles y los coloqué de nuevo encima de la mesa.
––¿Estás bien? ––me preguntó Edwin observándome con detenimiento.
––Sí, claro, cuánto lo siento ––quise disculparme, pero apenas si me salía la voz. Tomé la carpeta con mi trabajo y la puse arriba de los papeles.
––No te veo bien, Nina ––se preocupó Edwin––. ¿Ha ocurrido algo malo? ¿Te has mareado?
––No me siento muy bien ––respondí en un susurro y cerré mi mochila.
––Te voy a llevar a la enfermería, solo dame un minuto… ––Edwin se dispuso a tomar su abrigo.
––No, Edwin, en verdad solo estoy mareada, puedo ir sola.
––¿Segura?
––Sí ––afirmé esforzándome por recobrar la compostura.
Salí de allí a paso acelerado hacia el baño, tiré la mochila al suelo y abrí el grifo; dejé correr el agua y me lavé el rostro. Temía que estuviera hundiéndome en la locura. Si Luca no estaba muerto, entonces… ¿por qué había un obituario con su nombre? Apoyé las manos en la fría piedra de mármol. El obituario carecía de fecha, le faltaba ese dato. Mi mente comenzó a trastornarse. Luca existía, no era producto de mi imaginación, y ese papel…
––¡Mierda! ––exclamé frotándome el rostro. Me perturbaba y todo en él me desencajaba, volvía a perderme.
Tomé la mochila, saqué un cuaderno, rebusqué un lápiz en un bolsillo de la campera, y con rapidez escribí el apellido de Luca: no quería olvidarlo. Mi puño humedeció la hoja, las gotas de mi rostro caían sobre los renglones. De ahora en más debía prestar más atención a cada detalle, inclusive a Edwin, y comencé a desconfiar de él también.
Aquello era descabellado, Luca era siniestro y ya me lo había demostrado varias veces. Edwin lucía agradable y amable, pero en realidad tenía con Luca una conexión más profunda de la que creía. Ese obituario acreditando su muerte me desconcertaba.
Tuve miedo, era indispensable que pensara bien qué hacer. Si demostraba que conocía algún detalle, aunque fuese lo más mínimo, quién sabe qué podría ocurrir. Lo bueno era que si mi tío me había mandado a estar con ellos, significaba que eran de su confianza. De lo contrario, no lo habría hecho.