Capítulo 22
Me encontré descubriendo que mi estado anímico había cambiado completamente, si hasta hacía rato había tenido un leve atisbo de tranquilidad, ahora sentía que estaba peor que antes, la turbación por lo que había escuchado me llevaba a creer que me estaba por volver loca, sentía que deliraba, dentro de mi propia realidad, y Luca era parte de una pesadilla, escuchar el nombre de mi tío, me hacía pensar que Luca y él se conocían más de lo que yo creía.
Todo parecía ser un cruel engaño, moví mi cabeza hacia un costado, quite el pequeño frasco de pastillas de mi bolsillo, y lo dejé cerca del borde de la puerta, ni siquiera podía pensar, mi cerebro tenía tanto para procesar que sentía que perdería la razón.
Luca era la pieza fundamental de todo aquello, su pasado no era precisamente color de rosa, era tan intrincado y escueto que entrometerse en ello podía significar perder y sufrir mucho.
Hacía de todo un juego, movía todas las piezas de su vida sin dejar que el azar maltrate del todo sus deseos, cuando Cédric confirmó que él tenía el don de la clarividencia no parecía confundirse, incluso Duncan, afirmo aquello diciendo que con Luca tenían una promesa.
«Ella está enferma, le duele el corazón»
«…por alguna razón, en ti Luca, si algo aprendí, es que ¡¡jamás haces nada al azar!!»
«Luca, todo el mundo para ti es predecible»
Me aterroricé ante aquello, mis recuerdos, se atiborraron con mi extraña realidad…
— ¿Cómo lograste encontrarnos?
— Te oí.
— Es imposible.
— No me interesa lo que para ti es posible o no
Recodé el día en que apareció de sorpresa salvándome de ese furioso caballo, cuando lo toque en el hospital; rápidamente lo relacione con la reacción que tuvieron las monjas mientras lo cuidaban.
Inevitablemente, sentí que yo era una pieza más del juego de su vida.
-Luca-
Tenía mi zapatilla apoyada sobre el borde de la mesa, tirado sobre una silla, observaba como Deo hacía negocios, su móvil sonaba incansablemente y cada tanto discutía con algún que otro estúpido.
—Vas a hacer lo que te estoy pidiendo—le dije cuando observé que colgó, él sin mirarme tomó mi partida de nacimiento para dejarla cerca de una pila de billetes
— Claro, idiota, cuándo te he fallado—replicó Deo
— Te conviene. No voy a poder estar para controlarte. Y no te olvides de contactarte con el abogado Mikgélz
— Despreocúpate— me aseguró.
La oficina de Deo era el edén de un proxeneta, tenía un gusto estrafalario, no había ventanas dentro de ese lugar, pero si tenía un bar, varios empleados que estaban a sus servicios, muchos sillones con cojines aterciopelados de colores histriónicos, alfombras, dos caños de streap dance que eran usados por dos mujeres, las luces del lugar eran tenues. Deo tenía tanto lujo como mal gusto.
De pronto la puerta se abrió, el bullicio de afuera por segundos distorsiono el extraño silencio de esa oficina. Dos hombres entraron con un tipo lo tiraron de un empujón hacia adentro, yo baje mi pie del borde la mesa.
—¡Deo! Este cretino casi se nos escapa— Deo estiro un poco su cuello para ver a ese sujeto que yacía tirado en el suelo.
—Levántate idiota— Ordenó , el hombre se compuso rápidamente, tenía un corte en la frente y un par de magullones—más vale que me pagues—lo amenazó Deo dejando fajos de billetes a un lado para hacer espacio en la mesa, apoyó sus manos sobre el roble de la mesa sin quitarle la mirada de encima a ese sujeto.
—Iba a pagarte,¡ pero estos idiotas!— el hombre se volteó violentamente hacia los guardaespaldas de Deo—no dejaron que saliese—replicó exhausto.
—Tú, eres el idiota, ellos no—asevero Deo.
—Como sea— murmuro el hombre, sacando de su bolsillo una pequeña caja, dejándola sobre la mesa.
—¿Qué basura me traes?— inquirió Deo con fastidio tomando la caja, apenas la abrió arrugó su frente en un evidente gesto de desagrado, un pequeño anillo se asomaba.
—Se lo compré a un anticuario hace años ¡espero que Oliver no me haya engañado, realmente pagué mucho por el! —recalcó casi con desesperación — éste anillo, es una de las cosas de mayor valor que tenía hasta ese momento, es antiguo, tiene aproximadamente cien años, es de oro blanco el diamante del centro no es algo que se vea en cualquier a anillo incluso las pequeñas piedras que bordean ese perfecto óvalo también son diamantes—Deo saco un lente para observar mejor el anillo.
—Es auténtico— dijo después de darle un par de miradas—pero no me interesa— respondió sin más lanzado el pequeño cofre hacia ese sujeto, me levanté y de un estirón atrape la caja en el aire.
— Lo quiero—dije sin más.
Los guardaespaldas de Deo tomaron por las ropas a ese sujeto que me miraba expectante.
— Podemos hacer negocios— la mirada de Deo se trasformaba cada vez que tenía que hablar de negocios, se echó hacia atrás mientras se movía con suavidad en su mullida silla giratoria.