—¡B! ¿Estas ahí? — lancé una piedra a la ventana— ¡Blake!— otra más— ¡La puta! ¡La ventana, joder!— otra piedra— ¿A caso estás durmiendo? —no más piedras— ¡B, me dejé tus llaves en la casa!
—¡Blake abre la maldita ventana de una vez! —Rachael salió de la habitación continua— ¿Blake? ¡Blake, dónde estás, carajo! —la chica se acercó a la ventana y la abrió— Lo siento. ¿Lo has visto?
—No, si lo hubiera hecho no abría estado golpeando la ventana, Rach.
—No está, Polo.
—Me dijo que sí, hablé con él hace unos 30 minutos.
—Pero no está aquí. Voy a la cocina. —la rubia caminó descuidadamente hasta la cocina, solo para saber que su hermano tampoco estaba ahí— Tampoco aquí.
—Voy a la sala. —corrí hasta la sala de juegos, pero su amigo tampoco estaba ahí.
Entonces tomé mi teléfono y marqué el número de mi mejor amigo.
—¿Qué haces? —preguntó Rachael.
—Le marco a B... ¡Mierda! El buzón de voz.
Y llamé otra vez.
Y no contestó.
Y otra.
Y tampoco respondió.
—Apolo...
—No digas nada.
—Polo...
—¡No, joder!
—¡No durmió aquí, Polo!
—Yo... Lo siento. —me disculpé, después de todo ella no tenía la culpa de los problemas de su hermano menor.
—Lo sé. Yo también.
—Vamos, tenemos que buscarlo, Rach. No puede volver a lo mismo. Nos costó demasiado quitarle el vicio una vez, imagínate una segunda.
—Voy a encender el auto.
¿Dónde estabas?
¿Será que querías escapar de todos o de ti mismo?
Y nos fuimos, o al menos nuestros cuerpos, porque mi alma se quedó colgada de la puerta de aquella habitación.