Por mi parte tenía curiosidad de saber como fue en la época de mi madre. Me levanté y comencé a husmear un poco, bajé la mirada a debajo de la cama y terminé agachada para no encontrar absolutamente nada y ni un poco de polvo. Me levanté, revisé los cajones de los muebles de alrededor de la cama y no había nada, supongo que sacó todo para irse con mi padre.
—Que estupidez —dije mientras me aventaba de espalda a la cama. Permanecí unos segundos así, para que después fuera al closet y para mi sorpresa estaba casi vacío solo por un uniforme de porristas. Naranja con ápices claros color hueso le adornaban.
Mi madre seguramente era parte de la Élite en la escuela, de los intocables según todos y mi papá el capitán estupido de algún club y en este caso de baloncesto. Cosa que es molesta a este punto. Como se manejan las escuelas son el reflejo de la sociedad pero llena de más estúpidos que no saben disimular su estupidez.
Los recuerdos se asomaban por mi mente como solo la noche sabía hacerlo, los guiaba y jugaba con mi imaginación con miles de porqués apareciendo.
Los recuerdos de tantas cosas son efímeros pero se quedan en mi piel como quemaduras que jamás se quitan, como si aún el líquido continuase sobre mi piel y quema aún más con el intento de retirarlo. Me concentro en la nube más clara entre mi cielo y la tierra frondosa, y si, es de cuando era más pequeña, años atrás que casi todos olvidamos.
Mi mamá se negaba rotundamente a que quisiese jugar baloncesto con amigos de la cuadra pero como todo, solo sucedió. Tantos golpes, lastimaduras de dedos, raspones en las rodillas e incluso gafas rotas son el ejemplo perfecto de que amamos lo que nos hace daño, o somos muy tontos o muy románticos con lo que nos duele. Yo le digo “la estupidez humana con el amor a lo que nos hace sentir vivos”.
Y así continua mi estupidez y poco amor propio. Años y años de prácticas a escondidas porque si, hacer lo que te gusta incluso a escondidas sabe mejor, dieron frutos. Cuando mi autonomía comenzó a evolucionar por fin en secundaria pude entrar al equipo de Baloncesto femenil sin que mi madre se diese cuenta hasta que fue mi primer partido como titular, si, titular en primer año. Mis lágrimas de frustración, los dolores que pasé sola porque a veces él no estaba, por fin dieron frutos. Y esos frutos no son tan dulces como me imaginaba, no eran ni un poco parecidos, en realidad eran matices de sabor agrios e incluso asquerosos. No entiendo porque a pesar de todos mis esfuerzos algo no se sentía bien.
Nada se siente bien.
Mi madre que seguía con la inconformidad terminó cediendo por la “felicidad” que me daba. Me va bien o bueno iba bien en mi antiguo bachillerato pero como siempre hecho a perder las cosas y duelen las quemaduras en mi pasado. Puede que no se vea pero estoy llena de cicatrices que aún duelen si trato de tocarlas.
Los frutos amargos volvieron a crecer y así fue como recibí una beca en la mejor institución deportiva del país, el sabor de esa fruta empeoró con las situaciones que me han llevado a estar aquí. En un pueblito de no se donde. No me molesta en absoluto la decisión de mi madre pero no se siente bien, este cambio no se siente bien como debería de sentirse.
—¡Maldición! —me acosté boca abajo en la cama.
Por fin mis pensamientos me dejaron y me quedé jodidamente dormida.
—¿Dónde estoy? —pregunte tratando de recuperar mi conciencia. No era capaz de ver alrededor mío pero si sentía mis manos y piernas sujetadas. —¿Qué demonios? —La luz que reflejaba encima mia me dejaba ver el suelo que era como el de una cancha de baloncesto. El color claro y pulido. Cuchicheos me descolocan más de lo que ya estaba. Una sensación me hizo estar más alerta que nunca. —No me digas que…
—Que tal Leah —Una voz áspera y molesta a mis oídos me interrumpió.
—Demonios, ¿Qué quieres ahora? —demande gritando y tratando de romper lo que sea que me uniese a la silla.
—¿Por qué estás tan molesta? —preguntó irónicamente desde la oscuridad.
Quería ir a por él y darle la paliza que no me atreví a darle en su momento. La ira era parte de mi siempre y él la aumentaba, le echaba leña al fuego y yo siempre estuve consciente de ello.
—¿Qué quieres ahora?, ¡responde! —me moví un poco de la silla.
El sonido del chasqueo de sus dedos dio lugar a que las luces se encendieran periódicamente hasta llegar a él que estaba del otro lado de la cancha. Si, tenía razón la cancha de la antigua escuela era la cuna de esta pesadilla, todos a mi alrededor y el del otro lado del que yo estaba.
—¿Qué pasa? ¿te comió la lengua el gato? —preguntó el estupido castaño —O quizás fue Adele —sonrió pícaro.
Deje de mirarlo por un par de segundos tratando de controlar el enojo que siempre me atrapaba. Estoy molesta como el noventa porciento de mis días, no tardó en volver a verlo con desprecio para decir.
—¡No metas a Adele en esto!
—Ay cariño, tú fuiste la que metiste a Adele en nuestro camino. —se acercó hasta quedar frente a mi —Si tan solo no hubieras hecho eso —Dio la vuelta para señalar la pantalla en la que apareció la foto en la que bese a Adele. —Tal vez si no hubieras hecho eso ella nunca se habría ido de tu lado —dijo en mi oído —Tu siempre alejaras a todos de tu lado por tu cobardía.
Joder.
Cada palabra que había dicho era verdad, si tan solo hubiera ignorado esa atracción tal vez ella no hubiera huido de todos, de mi. Por mi culpa ella dejó de asistir, todos llegaron a creer que ella fue la que me engatuso. Si ella, la nueva que nadie conocía e ignoraron a la verdadera causante. Si, quien creería que la mejor jugadora del equipo de baloncesto femenil sería capaz de hacer algo así, si esa que tenía una relación relativamente buena y estable con el presidente de ciclo, si esa en la que todos habían confiado y que resultó siendo la que comenzó todo ese embrollo fue la que le destruyó la vida a la nueva en realidad. Pero qué más da ¿no? ya no importa. A mí sí me importa pero ya es demasiado tarde, para mi y ella que sea lo que sea que hayamos creado lo éramos porque ya no hay vuelta atrás.