Para todas esas personas que escondieron todo su amor en cartas con destinatarios no escritos y posdatas con puntos suspensivos.
“El amor no es un secreto. No puedo actuar como si no tuviera importancia.”
Cartas de amor a los muertos, Ava Dellaira.
Prólogo
—Acabo de descubrir que, —dijo en un aludido Morgan. —La vida y el porno están sobrevalorados, solo por “disfrutarlos”, —expuso las comillas con sus manos, —un poco creen que todo puede mejorar cuando no, nada mejora porque la vida es una mierda con lindos momentos.
La tarde soleada y la compañía de mi amiga de piel trigueña me transmitía paz. Por suerte estacioné el auto debajo de un gran árbol y la sombra nos daba frescura, vitalidad. Ambas estábamos recostadas encima de la capota del auto. El motor estaba tibio bajo nosotras, pero se que ella ni yo nos levantaremos en un largo rato. Morgan se removió y se puso en la orilla de la capota, sus brazos rodeaban sus piernas.
—Cuidado con filosofía que seguramente repruebas —farfulle mirando al cielo azul.
—¿Y qué tal van las cosas con Anderson? —preguntó y se volteó ligeramente para verme a los ojos. Tushe. —He oído que aplicará a Harvard y tu fuiste reclutada en la universidad de california.
—No hay nada —solté deficientemente.
Parece que esa respuesta no fue suficiente, pero, con su mirada baja regresó a su posición.
—Creo que… —dejo en un hilo sus palabras, su voz era tranquila y no era tan chillona como lo es normalmente, al contrario, era seria. —Ustedes todavía no están listas para lo que tienen, no sé si ustedes serán capaces de luchar, “No dejes que el tiempo y las personas te arrebaten lo que tuvieron y tendrán”
Recito sin complicaciones la segunda carta.
Algo en mi pecho reclamaba a gritos que mi decisión terminaría alejándonos y se que eso es lo mejor si ambas no estamos listas, tal como dice Morgan, pero me aterra pensar que probablemente jamás lo estaremos.
—Por más que intento creer que no somos nosotras sino que el tiempo, siempre viene a mí aquel día —Dije sin fuerza de continuar hablando.
Morgan soltó sus piernas, se movió hasta un lado mío recostandose y sin dejar de mirar al cielo respondió:
—La razón de que nosotros a veces lastimamos a los que amamos no es por decisión propia, sino es que, el miedo es quien nos maneja, nos moldea; nos vuelve contra nosotros, mal entiende civilizaciones, destruye lazos, crea enemigos y como en tu caso como el de miles de personas antes que tu, separó amoríos. —Carcajeo por unos segundos. —Oh mierda, a la Sra. White le encantaría escuchar algo así.
—Parece que alguien está leyendo más. —Le di un golpecito en el hombro que la desbalanceo un poco y ella rió más sonoramente.
—Creo más en las acciones que en las palabras, pero, un poema es lo más cercano a la verdad y mentira absoluta.
Solté una carcajada y la miré de lado.
—No se quien eres pero me agradas —dije sonoramente, se molestara pero me encanta molestarla. —Las cartas de la amante de mi abuelo nos cambiaron ¿no?.
Asintió, se recostó a un lado mio, colocó sus brazos debajo de su nuca en busca de descanso. Ambas estábamos cómodas con el silencio y la paz que nos transmitimos entre sí, ambas estábamos conscientes de lo que sucedió y no sucedió, ambas hablábamos sin emitir sonido alguno y ambas legitimamos que nuestra paz se basa en un auto en carretera con el viento en nuestros rostros.