Siguiendo con mi gran farsa, en la carta puedes leer esto que también te escribí:
Yo no quiero salir con nadie que no seas tú. Solo espero con ansias el momento en que aceptes la invitación para salir conmigo a comer sushi, tacos, comida china, ir al cine o por un helado. Tú me has puesto de pretexto que no te dejan tus papás, pero que sí te gustaría ir algún día. Entonces, si tú también quieres estar conmigo como yo contigo, salgamos juntos; no sé, un día de estos escápate conmigo, vamos a algún lugar los dos, solos, sin moscas ni chaperones. Si aceptas, en lugar de ir a la escuela, paso por ti temprano y nos escapamos juntos a otro lugar.
¡Áyasele! ¡Qué bien sé persuadir! Apoco no pensaste en la posibilidad de ir juntitos a alguna parte, así, los dos solitos. Y agarrados de la manos, temblorosos y tímidos. Lanzándonos miradillas furtivas y a la vez coqueteando uno con el otro. Dime si no soy un profesional. Vamos niña, reconoce mi poder, mi inteligencia al querer ligarme a una chica como tú. No es que yo conozca todos los secretos del ligue, pero me sé los básicos, al menos los esenciales para hacer caer rendida a una jovencita como tú. ¿Qué tan difícil pueda ser conquistar tu corazón? Ya casi te tengo en el plato, solo me falta una cosa, que me digas que sí. Luego, ya en esa circunstancia, lo mejor viene solo. ¡Comerte!
La ida al cine será una ocasión perfecta. Tú crees que quiero ir al cine solo a ver una película. Fíjate muy bien y no seas tan inocentonta. En el cine pasan muchas cosas y es un ambiente propicio para hacer más cosas además de ver una gran pantalla. Ahí nos podemos agarrar de la manos y cometer ciertos delitillos que otra gente vería mal, pero yo no. Yo veo una excelente oportunidad para toquetearte, manosearte, si te dejas, claro. Veo una oportunidad sin igual para picarte las costillas y así, tengamos un momento cachondón que más tarde, en tu casa, recordarás.
Sabes, si tú eres la que inicia el piqueteo de cosquillas entenderé que quieres algo más que simple amistad, así que ten mucho cuidado con permitirme un piquete en tus costillas, porque para mí es una indirecta, un permiso. Tú no sabes, pero cuando haces cositas como esas, haces que mis instintos de hombres despierten. Entonces comienzo a hacerme ideas en mi mente y pienso que eres una fácil, y veo entonces que me estoy acercando a mi objetivo. Tú te pones en charola de plata.
¿Nunca comprendiste el cuento de la caperucita roja? Caperucita es como una inocente y jugosa oveja. El lobo lo que busca es engañarla, no para comerse lo que hay en la canasta, sino ¡para comerse a caperucita! ¡Y qué inteligente fue el lobo! La engañó porque era inocente, y aunque le habían advertido que no confiara en el lobo, ella lo hizo. Y al final el lobo se la come.
¿Tú sabías que en el cuento original no hay leñador?, por lo tanto caperucita jamás es liberada de las fauces del lobo. Ahora imagina esto: Yo soy el lobo y tú eres caperucita. Mi objetivo es atraparte, comerte. Te preguntarás, ¿cómo que comerme? Bueno, pues nosotros los hombres cuando hablamos de comernos a una mujer, no lo hacemos literalmente, sino de llevarla hasta nuestra habitación y tener intimidad con ella. ¡Ese es nuestro objetivo final! ¡Esa es la victoria de un hombre!
Cuando hablamos de tenerlas en nuestros brazos, no solo nos referimos a abrazarlas y ya, sino que buscamos ese pequeño espacio para ir más allá de un abrazo o de un beso. Queremos introducirnos en ellas, buscamos marcarlas para siempre. Como un perro que orina en una maceta, una llanta o un planta, así nosotros, buscamos el modo de dejar en ellas esa marca, esa señal de que son nuestras, o al menos fueron nuestras una vez; aunque si se pueden dos o tres o cuatro, etc., más que mejor. Pero todo, sin tener que llegar a ningún compromiso con ellas. Una vez alcanzada la meta, lo demás… lo demás ya no importa. Nada más importa. ¡Victoria! Una tonta e ilusa más.
¿Sabes niña qué hacemos para lograr el plan?
Al principio, como ya has de saber, nos mostramos tiernos, amables, simpáticos, respetuosos y les hacemos creer que ellas tienen el control, como ya te dije. Siempre lo hemos hecho así. Ustedes no buscan lo mismo que nosotros, ustedes buscan cariño, consuelo, halagos, adulaciones, apapacho, protección; y nosotros les podemos dar todo eso, pero tiene que ser a cambio de algo, sí, de algo que ustedes pueden proporcionarnos: placer.
Es un placer físico más que emocional. Y si tenemos que fingir que las amamos para obtenerlo, no nos importará armar todo un teatro para que ustedes lo crean y una vez que logremos lo que deseamos, las desechamos como si fueran un plato desechable o una servilleta de papel. Y luego les diremos: “fue bello mientras duró”.
Para reforzar todo esto lee lo que te escribí en la carta:
Te prometo que será maravilloso y que nunca lo olvidarás. Sé que no está bien que te diga que faltes a la escuela, pero solo será una vez y nadie tendrá por qué saberlo. Imagínate, tú y yo solos, a comer juntos, a platicar, a estar juntos. Vamos adonde tú quieras. Ya te dije, soy tu esclavo, no lo olvides. Aunque soy mayor que tú, no puedo negar que me controlas y estoy a tu disposición para lo que me pidas.
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Editado: 17.01.2019