Capítulo uno.
La vida es una sucesión de caídas interminables, o por lo menos, la mía así lo es. Mi madre comentó que el momento en el que nací su doctor recibió una llamada, así que caí. Esa fue la primera de muchas; luego aprendí a caminar, a montar la bicicleta, probé en el fútbol y hasta me inscribí en clases de baile; en todo caí. Pero ninguna se podrá comparar con el día en el vi a la chica de al fondo en el salón de sexto grado.
¿Mi nombre? Peter Prescott, pero me pueden llamar Pet, así me llaman mis amigos. Y eso se reduce a Will, un chico un tanto obeso que asiste a mi clase de literatura, exagerado en su totalidad y llamativo en lo que fuera, pero era un buen chico. Nos gustaba sentarnos en la fila de al frente en la cafetería, así lograríamos ver a todas las chicas que salían de su entrenamiento. En eso se basaba nuestra amistad; ser la compañía del otro.
-Feliz cumpleaños- dijo cuando entró a mi casa con dos bolsas repletas de comida chatarra.
Al cumplir los cincuenta mi madre entró en la etapa de la menopausia, eso significaba más horas en el gimnasio y la exterminación absoluta de cualquier alimento que contara con harinas, azúcar o lácteos. Así que, la pequeña mesa de aperitivos con la que contaba mi fiesta de cumpleaños estaba repleta de zanahorias, pepinos y una extraña crema de berenjena; su especialidad.
-Gracias- logré decir mientras lo adentraba a mi habitación, pasando por medio de una sala repleta de tíos, abuelos y muchos, pero muchos, primos.
-Tu madre se esmeró con eso de la decoración- comentó.
Y sí, lo había hecho. Banderines blancos, globos azules y una pequeña confusión en cuanto a mi sexo al colocar "Dulces dieciséis" en la entrada (aunque siempre supe que ella quería una niña). Y, tal vez, esa fue la razón por la que no se habían presentado ninguno de mis invitados; aunque no la culpaba, ella sólo quería lo mejor para mí, aunque eso solía incluir sus decoraciones un tanto feministas.
Nos encontrábamos viendo, irónicamente al estar al lado de Will, un programa de pérdida de peso cuando escuché el timbre sonar y esquivando a mi obeso amigo comencé a bajar las escaleras. Podía imaginar quién se encontraría detrás de la puerta; tal vez era David, John, Laura o simplemente Logan.
Y de todos ellos, de todas las posibilidades que había en el mundo de personas que llamarían a mi puerta el día de mi cumpleaños, se encontraba Melanie Scott.
Melanie tenía el cabello castaño, claro que eso sucedió ahora que quiso dar un cambio radical a su estilo, pero en lo personal pensaba que se veía mucho mejor con sus finos cabellos rubios. Miraba hacia su casa con su boca un tanto entreabierta y rebuscaba en el bolsillo trasero de sus pantalones algún objeto perdido. Sí, esa chica era espectacular.
-¿Tú eres Peter, no es así?- preguntó dejando caer todo el peso de su cuerpo del lado derecho.
Sí, esa pregunta confirmaba mi curiosidad por saber si siquiera sabía quién era. Y no, ella, la misma Melanie Scott de las que le comenté hace un rato, ella no sabía de mi existencia. Un punto a favor para Will, quien decía que yo era un Don nadie.
-Sí, Peter Prescott- traté de pronunciar con claridad -Y tú eres Melanie Scott. En fin, vamos al mismo instituto-
Ya había escuchado por los pasillos del instituto que Mel (y me tomaré la libertad de llamarla de aquella manera) era un tanto más que distraída. Pero verla allí, con sus cejas levantadas tratando de divisar lo que estuviera al final de la calle, confirmaba todos los rumores.
-¿Quisieras pasar?- creo que en ese momento mi voz tembló un poco.
-Uh, no- enfocó la vista en mí -Mi madre quería que le dejaras esto a la tuya- depositó el papel que se encontraba en su bolsillo justo en mis manos.
¿Ya les había hablado de las posibilidades? Pues sí, creo que las posibilidades también entran en la menopausia. Primero no hay, luego florecen y cuando piensas que ya todo está en perfectas condiciones, desaparecen. Algo parecido a la menstruación en la mujer. De aquella manera mis posibilidades de que la perfecta Melanie Scott se presentara en mi fiesta de cumpleaños entraron en menopausia.
-¿Escuché a quien creí escuchar?- Will bajó corriendo las escaleras.
-Y llegas en el momento perfecto para escucharla irse con su nuevo novio-
Will dio una palmada en mi espalda y una pequeña patada a uno de mis tantos primos que subían a sus piernas como si fueran la montaña perfecta para escalar y se fue a ayudar a mi madre en la cocina. Eso me dejaba a mí y mis posibilidades de deprimirme en su cima, pero nunca llegué a hacerlo. Mientras que pensara que todo iba bien, todo estaría bien.