Cascada

I Regreso

Hace tiempo que quería viajar a Chillán, o, mejor dicho, volver a Chillán, pues viví allí hasta que a mi papá lo transfirieron a Lyon, hace cuatro años. Ahora, gracias a un “programa de intercambio”, voy en un bus rumbo a la ciudad, por un año. Mis padres me dieron la noticia el último día de clases, ¡no lo podía creer! 

- ¡¿Es en serio?! – ambos asintieron – ¿Pero no decían que era muy pequeña para viajar sola? – dije, recordando un par de intentos que hice por viajar. -    ¡Y lo eres! – respondió mi mamá.  Los miré confundida. -    Lo que ocurre… es que el “programa incluye” la estadía en un hostal para estudiantes, con todas las comodidades y que está cerca del colegio – aclaró mi papá, en un tono “sospechoso” – y por lo que averigüé no deberías perderte – dijo divertido. Me reí mentalmente, la orientación no es una de mis virtudes. Aunque los cuatro sabemos por qué me mandan ahí… por algo que estalló hace casi un mes… 

    Sacudí la cabeza ante ese recuerdo, la idea del viaje es olvidar y no volverme loca pensando en lo que pasó o lo que pudo haber pasado… de lo que si tengo que preocuparme ahora es que el taxi me deje en la dirección correcta, porque, aparte de mi falta de orientación, voy con demasiado equipaje para buscarla a pie, pareciera que me hubieran echado de la casa y no tengo la ayuda de mi hermano. Quien por mucho que quería viajar conmigo, no pudo conseguir que nuestros padres lo dejaran viajar. 
    Después de casi media hora, por fin llegamos al hostal. Es un edificio de tres pisos, de color rojo, con detalles blancos. 
    El taxista me ayudó con el equipaje y se fue. Al llegar al vestíbulo, recorrí con la mirada el lugar hasta que encontré la recepción. El interior del edificio estaba pintado con varios tonos de blanco, dándole un aspecto luminoso. La entrada estaba compuesta por dos sofás, uno blanco con cojines rojos y el otro morado con cojines naranjos y amarillos, una mesa para café y los unía una gran alfombra con detalles góticos. Al lado derecho de la habitación, se encontraba la ¿recepcionista? 

- ¡Buenos días! – saludó amable. -    Buenos dí… ¡¿Tía Isabel?! – Chillé al verla – pero… ¿Qué hace aquí? -    ¿Tú mamá no te dijo? – preguntó sorprendida. Negué con la cabeza – jajajajaja supongo que quería darte una sorpresa – comentó, dándome la espalda – mmm, aquí esta, vamos, te muestro tu habitación. -    Está bien… gracias – dije, aun en shock, al ver que tomaba algunos de los bolsos. 

    Con 30 años, es la hermana menor de mi mamá. Es un poco más alta que yo, de piel bronceada, ojos verdes y pelo castaño oscuro, casi negro, que llevaba en una melena. 
    Entramos al “maravilloso” elevador, hay escaleras, pero no era una opción en este momento. Mi tía marcó el piso dónde se encuentra mi habitación, el tercero. 

- ¿Cómo estuvo el vuelo? Pensé que ibas a llegar antes. -    Estuvo bien… tía no entiendo ¿Qué hace aquí? – la miré confundida, al ver mi cara se puso a reír. -    ¿Qué, que hago? Soy la dueña del hostal – respondió entre risas. La miré atónita – no me mires así, en algún momento tenía que “asentar cabeza”, además que puedo aprovechar mis “conocimientos informales” – aclaró guiñándome el ojo. No pude evitar reír. 

    De mis tíos, es la “rebelde”, ya que apenas terminó la carrera de Administración de Empresas, y tras juntar el dinero para el primer pasaje, se fue del país a recorrer el mundo. Recorrió varios países y para solventar sus gastos, hizo de todo, trabajo de mesera, niñera, empaquetadora, el trabajo más “estable” que tuvo por esa época fue de secretaria en una oficina.  Aquella “locura”, como dicen mis abuelos, le permitió aprender muchos idiomas y culturas. Sin mencionar las aventuras que tuvo en cada lugar, cual más surrealista. 

- ¿Y hace cuanto que tiene el hostal? – pregunté curiosa. -    Casi dos años y debo agregar que me va bastante bien… en especial con los extranjeros – dijo saliendo del elevador. La quede mirando, no sabía si se refería al negocio u otra cosa. Con ella podía ser ambas. 
    Mientras me llevaba a la habitación, continuamos conversando del hostal. La gran mayoría de los que vienen son universitarios de intercambio, porque ella les hace un precio especial, ya que sabe lo caro que puede ser viajar a otro país. 

- Llegamos, y como eres mi sobrina favorita, te deje una de las habitaciones más grande, para que estés más cómoda – dijo abriendo la puerta de la pieza. -    Muchas gracias – agradecí. Aunque yo era su única sobrina, los demás son hombres – Wow.   

    La habitación es preciosa, mantenía el estilo de la recepción, solo que, en vez de blanco, las paredes son amarillas pastel. La cama, de dos plazas, está cubierta por un cubrecama blanco de polar. Al frente hay un escritorio con su silla y un armario, cerca de la puerta. Y lo más importante, un baño privado. Tras explicarme de como abrir la puerta, tenía su maña, me dejó para que desempacara tranquila. Al cabo de unos minutos, estaba más convencida de que parecía que me hubieran echado de la casa y, aun así, olvidé traer algunas cosas.  
    Apenas terminé de desempacar vi la hora, son la una de la una de la tarde. Tomé mi cartera y salí a dar una vuelta. El hostal se encuentra cerca del centro de la ciudad, por lo que no me demoré mucho en encontrar las tiendas de mi interés. Primero, descubrí una librería, por lo que aproveché de comprar algunas cosas que era absurdo traer de Francia, como cuadernos para las materias. Seguí caminado, pasando por varias tiendas de ropa, hasta que mi estómago me indicó que es tiempo de buscar un lugar para comer.  
    Solo tuve que llegar a la esquina, para encontrar un centro comercial. Estaba cruzando la calle cuando de la nada, un todoterreno negro apareció. Por milésimas me salvé de que me arrollara.   

- ¡Estúpido! – chillé. Pasó tan rápido que ni siquiera pude ver su rostro.  

    Después de ese susto, fui directo al patio de las comidas del centro comercial. Mientras esperaba, sonó mi celular, sacándome de mis pensamientos. 




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