Arthur baja del estrado con lentitud y elegancia, con una falsa expresión dulce dibujada en su rostro, su blanca sonrisa reluce con inocencia. Se inclina hacia mí y toma suavemente mis manos entre las suyas mientras sigo observándolo sin expresión alguna y nos toman un millar de fotos. Aproxima sus labios a mi frente y la besa, rompiendo el código de etiqueta real el cual establece que se prohíben las muestras de afecto en público.
—Hazme un favor y sonríe —me ordena hoscamente con los labios aún tan cerca que acarician mi piel cuando habla, fue apenas un susurro para que solo yo pudiera escuchar.
Intento forzar una sonrisa como las que me enseñó mi tutora al posar frente a las cámaras. En un momento miro de reojo a Marta, la madre de Arthur, la cual tiene la misma expresión que yo portaba hacía un momento.<<Tampoco sabía nada>>. Es claro como intenta buscar la mirada de su hijo al igual que Anabelle, su hermana, pero Arthur está demasiado ocupado sonriendo para las cámaras y agradeciendo las felicitaciones de ministros y funcionarios.
<<¿Qué es lo que está pasando?>> Mi mente no para de cuestionar. Él se arregla ligeramente una manga del traje, lo que en el código real de señas constituye una señal para el Primer Ministro el cual debe declarar ante la prensa en fin de la conferencia. Robert Turner(el Primer Ministro) se sube al estrado y por el micrófono da fin al evento pero la prensa insiste tomando fotos y preguntando. La seguridad personal nos acompaña al exterior dónde nos esperan los autos.
Mi esposo me hace tomar su brazo de nuevo sonriendo una vez más ante las cámaras y me conduce hasta los Golden Royalty aparcados. Detrás de nosotros vienen la reina y la princesa. El conductor nos abre la puerta y el lujoso interior nos recibe mientras los guardias ocupan los otros seis autos.
—¿Un heredero de la corona? —inquiere Marta una vez que nos encontramos ubicados en los asientos— No recuerdo haber sido notificada al respecto.
Abro la boca para formular una respuesta, lo cual queda en solo el gesto ya que el príncipe se adelanta a responder.
—Decidimos aguardar al momento oportuno para comunicarlo —justifica.
—No puedes simplemente ocultar un secreto de esta índole —recrimina su hermana —No deben de existir secretos entre los miembros de la corona.
—Y es un completo y disparatado insulto que nos informaras junto con el resto de funcionarios, debimos saberlo primero Arthur—continúa la matriarca de los Langford.
—De cualquier forma —le resta importancia — ya están enteradas.
Me quedo callada al no saber que decir ante toda esta ridícula situación, trato de buscar una respuesta lógica pero no la hay. No sé que está planeando Arthur Luther Langford pero sea lo que sea ya no puede detenerse, no después de atreverse a exponer ante la prensa semejante mentira. A esta hora deben de estar siendo redactados los artículos y se extenderá hasta llegar a Nueva Deux y a mi familia.
—¿Cuánto tiempo de gestación tienes? —dirigen hacia mí sus miradas de verde intenso pero Arthur vuelve a adelantarse.
—Dos meses.
—¿Dos meses? —el tono de la reina denota exasperación pura—¿ Han ocultado esto durante dos meses?
Llevo mi mirada hacia la del hombre sentado a mi lado, dice tan bien sus mentiras que hasta él parece creerlas. Coloca una mano sobre mi vientre como si hubiese vida en él, no creo hasta qué nivel es capaz de llegar su cinismo. Me sonríe.
—Al menos debemos alegrarnos de que después de cinco años de matrimonio pudiste producir un heredero —me espeta mi cuñada, quien no se cansa de escupir ponzoña en todo el día. Tiene el claro objetivo de insultarme.
—Le recuerdo, querida cuñada, que si en estos cinco años no he sido capaz de embarazarme no ha sido precisamente por problemas de fertilidad —empleo un tono cordial, aunque cargado de su mismo veneno— No es que mi regio esposo aparezca por nuestra recámara muy seguido, aunque no es por falta de apetito, eso seguro.
—Desconozca la crianza que emplearon contigo—me responde, sus ojos transformados en cuchillos esmeralda— pero en nuestro caso se nos enseña que una esposa no ha de culpar a su esposo por sus propios errores.
—Déjala, hermana—interviene él —no hay que darle importancia a este tipo de comentarios.
La reina opta por ignorarnos ya que sabe que sumergirse en una discusión conmigo no dará para nada productivo puesto que toda la corte sabe que su hijo tiene una amante de identidad desconocida y que ya no soy la niña inocente a la que regañaba y se quedaba callada.
Miro por la ventanilla del auto hacia la multitud detrás de las vallas, reunidas para saludar a la familia real. Los cristales son negros así que dudo que puedan vernos. En otro momento hubiese detenido el auto para bajar a saludarlo pero en mi mente no para de rondar la mentira que dijo Arthur y no dudo que en el momento en que pongamos un pie en el palacio del heredero tendré miles de intentos de mi familia por comunicarse conmigo exigiendo saber por qué no les comuniqué sobre mi embarazo. Mis ojos se cierran por sí solos, estoy exhausta y la idea de tener que reclamarle a mi esposo por semejante estupidez cuando lleguemos no parece para nada alentadora para mi cuerpo cansado.
Pierdo la noción de cuánto tiempo llevamos en los autos antes de ver cómo las grandes rejas de la residencia real se abren y los guardias a sus costados con su uniforme negro, blanco y dorado hacen un saludo. El auto se detiene al frente del palacio central que es donde la princesa y la reina reciden, son recibidas por sus guardias y las escoltan dentro mientras el auto continúa con nosotros hasta el Palacio del Este o Palacio del Heredero, lugar donde reciden el heredero y su cónyuge. El trayecto se me hace infinito y juego con mis manos tratando de contener mis ganas de preguntarle qué demonios está haciendo. Siempre me enseñaron que los asuntos de la familia real hay que tratarlos en privado por muy discreta que sea la servidumbre, así que no debería sacar el tema delante del conductor.
Editado: 02.09.2024