El éxito de la vida no se mide por los triunfos o el dinero que, se posee; sino, por la fortaleza con la que has superado los obstáculos. Una sonrisa puede hacer la diferencia y aunque no siempre tenemos ganas de hacerlo, debemos tratar que nuestros días estén cargados de ellas ya que, nos darán fuerza cuando sintamos el alma rota. La vida es un millón de estrellas fugaces, cierras los ojos y al abrirlos nuevamente, ¡ya se ha ido! Valora los buenos momentos y envía al rincón del olvido aquello que no te haga feliz.
“Quien es muy alegre debe ser un hombre bueno, pero quizá no sea el más inteligente, aunque logra aquello a lo que el más inteligente aspira con toda su inteligencia”.
Nietzsche.
Mi tristeza había sido tan notoria que, incluso el taxista se había ofrecido a brindarme su ayuda. Sola, abrazada por el dolor, me encontraba sumergida en un mar de lágrimas, sintiendo como aquel amor me quemaba por dentro.
Al mirar mi mesa de noche encontré una nota de mi madre, indicando que llegaría un poco más tarde, pues iría a hacer compras.
El oso que Daniel me había regalado, estaba siendo víctima de los golpes que, le daba al hacerme recordarlo. No sé cuántas horas estuve llorando, pero de tanto hacerlo me quedé dormida y al despertar, era el anochecer y mi madre se encontraba a mi lado.
No pude evitar sentir ganas de llorar nuevamente. Ella al verme, me dio un fuerte abrazo.
- ¿Qué sucede mi niña? ¿Qué pasa? ¿Qué ha borrado tu hermosa sonrisa?
- ¡Abrázame fuerte, mamá! Siento que mi corazón no tiene fuerzas para seguir latiendo.
- No digas eso, ¡eres fuerte! Cuéntame ¿Qué pasó?
-Deseo que mi padre esté aquí.
- ¿Qué sucede? Me tienes intrigada. Donde quiera que él este, está a tu lado. Pero dime, ¿Qué pasa? ¿Por qué estas así?
- ¡Es Daniel! Me ha estado engañando con Luna.
Le conté a mi madre todo lo que me había ocurrido y ella se llenó de mucha ira. No soportaba saber que Daniel había jugado conmigo y sobre todo que, Luna y Carla lo habían ayudado.
- ¡Ahora si me van a escuchar! Iré a hablar con ellas. –Dijo, empuñando sus manos.
- No las conoces mamá. Mejor deja las cosas así, después todo empeora.
Mi madre se puso nerviosa y se me hizo extraño, pero no preste mucha atención, porque ella me evadió diciendo que, tenía derecho de defenderme y eso era justo lo que, iba a hacer. Algunas veces le había hablado de Luna, pero ella nunca había venido a casa porque Carla no la dejaba y mi madre no me acompañaba a mis caminatas en la playa; así que, por ello no se conocían.
Mi celular empezó a sonar: era Daniel. Mi madre le contestó y le dijo que, estaba enterada de todo lo que había sucedido así que, por favor no se le ocurriera volver a llamar; eso sí, ¡Lo insultó! Por haberse metido con la niña de sus ojos.
-Te lo dije, nunca tuve un buen presentimiento de ese chico. Pero, no te culpo… tú lo amas y es difícil que te dieras cuenta que, algo ocultaba.
- ¡Debiste prohibirme verlo! Así me habrías ayudado a evitar este dolor.
Ella me miró tristemente; me sentí culpable porque ella no merecía recibir mi enojo, pero bien dicen que, las mamás nos comprenden cuando incluso, nosotros mismos no lo hacemos; ella me abrazó y me dijo: -Te comprendo más de lo que imaginas. ¡Desahógate! Es mejor que dejes salir todo este dolor y no que lo reprimas. Eso te hace más daño, ¡grita, llora, grita y llora!, ¡aquí estoy para ti, no estás sola!
- ¡Perdóname, mamá! Tú no eres culpable de mi dolor.
-Siempre ha sido más importante para mi tu felicidad y aunque no tuve una fuerte razón para desconfiar de él, el hecho de demorar tanto tiempo en quererme conocer me hacía sospechar que ocultaba algo. No sabes cuánto lamento que, estés pasando por esto. ¡Llora mi niña, llora!
- ¡Me cegué! Me negué a ver que era un farsante. Gracias por no enojarte conmigo, no sé cómo sobreponerme a esto, ¡siento que el alma se me escapa del cuerpo!
Al ver a mamá, noté que intentaba retener las lágrimas para darme fortaleza, pero por más que intentara ocultarlo, su sufrimiento al verme sufrir, ¡era inevitable!
¿Mi primera vez enamorada y así me paga el amor? Quise desaforar mi dolor culpando a otros, pero luego entendí que, culpando a los demás solo me estaba reflejando a mí misma y por ello, quien necesitaba perdonarse por no haber abierto los ojos a tiempo, ¡era yo!
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Editado: 19.06.2020