— Amiga ¿Estas segura? — Le pregunta Amalia a Marshall pasándole un frasco de vidrio en sus manos.
— Hoy más que nunca — Le responde Marshall. Toma su cartera, se despide de su mejor amiga y sale por la puerta. Al cruzar el umbral se encuentra con su escolta y rueda sus ojos. Últimamente la primera dama no puede salir sola a ninguna parte por varias decisiones que ha tomado su esposo, el presidente Gian Solano.
El presidente ha salido de su ardua jornada laboral en su oficina y ahora quiere dedicar unos minutos de calidad para sus hijos, la primera dama ha cocinado algo delicioso para los niños y en especial para su esposo que trabaja varias horas al día. Los integrantes de esta familia comen en la mesa, hablan de sus actividades diarias y ríen a carajadas. Se tiene claro que nadie debe usar aparatos tecnológicos en el almuerzo, pero justo en ese momento suena el teléfono de Solano que como presidente de la república es un hombre muy solicitado. Este se levanta de la mesa con el permiso de su familia y contesta su llamada.
Marshall se queda con los niños siguiendo el tema que estaban tocando cuando ve que su esposo discute con alguien al otro lado de la línea. Ella trata de levantarse pero la plática con sus hijos no le deja hacerlo, la mujer ordena a sus hijos irse a sus cuartos y lavarse los dientes ya que Solano viene con cara de tragedia y no quiere que escuchen, no es para más, resulta que unos vándalos acecharon la casa de su madre rompiendo sus vidrios y escribiendo letreros soeces en las paredes. El pueblo está enardecido por sus decisiones acerca de las quemas incontrolables de la selva tropical Amazónica, cosa que su esposa ya suponía. A ella se le ocurrió una buena idea, consistía en traer a su suegra a vivir con ellos unos días y su esposo se maravilló de esas palabras. A decir verdad la relación entre Marshall y la señora Hada es muy buena y no había razón para no hacerlo.
La señora Hada de Solano Montealegre madre del presidente de la republica recibe la noticia de que debe irse al palacio presidencial y esto le pone feliz ya que verá a la familia de su hijo. Le toma varias horas llegar a la capital pero está allí para la madrugada, el presidente y su esposa como era de esperarse están allí para recibirle. Un soldado ayuda a entrar las maletas de doña Hada mientras ellos caminan por el pasillo histórico, por alguna razón Marshall va distraída mirando hacia los cuadros en las paredes durante la plática de madre e hijo poniéndose al día. De pronto el presidente para en seco para tomar aliento porque siente que el aire no le llega a los pulmones y empalidece “Hijo ¿estás bien?”, dice doña Hada. “Si madre, debe ser que últimamente he trabajado demás”, dice Gian y sonríe para hacer sus palabras verdaderas.
Las tres personas llegan la pequeña sala adaptada para el presidente en el segundo piso, tiene lo necesario para ser acogedora. Los niños no han salido a recibir a su abuela porque están dormidos aun, ya que por seguridad es mejor viajar de noche por los percances con los vándalos. Alba, la niñera y a la vez señora de servicio viene con café caliente para el gélido clima mañanero y les sirve a sus patrones, ellos le agradecen y ella toma rumbo hacia la cocina pero justo cuando cruza a la otra habitación sucede algo terrible. De un momento a otro el presidente empezó a sentirse muy mal y empezó a retorcerse del dolor que siente en el pecho. Las mujeres se quedan atónitas ante el suceso y ninguna sabe que hacer “¡Llama a los guardias!”, le grita Marshall a Alba y ella sale despavorida por el pasillo. Al cabo de unos instantes vienen los guardias con una camilla mientras en el estacionamiento aparca una ambulancia. Alba llega corriendo junto con los guardias mientras doña Hada y Marshall soplan a Gian. “Ve con los niños”, le ordena Marshall a Alba y sale con doña Hada corriendo con el grupo, lo suben a la tabla de emergencia y luego a la ambulancia.
Ya en la clínica y después de varias horas le avisan a las dos mujeres que el presidente Gian Solano ha sufrido un infarto cardiorrespiratorio mas ya está estabilizado y pueden pasar a verlo. Desafortunadamente solo pueden pasar de a una persona y entre las dos deciden que es mejor que pase doña Hada. Cuando ella pasa ve a su hijo en una camilla con una cánula puesta en el rostro y eso le remueve el corazón. Él está despierto y sonriente como suele ser siempre, su madre se sienta a un lado de la cama sintiendo que el silencio es algo necesario.
— Me acordé de algo madre — dice él con la voz pastosa por falta de uso.
— Dime cielo — le responde ella.
— Me acordé del cuento que me leíste cuando estaba pequeño — dice Gian y su madre sonríe asintiendo con la cabeza.
— ¿Cuál de tantos hijo? — Dice doña hada.
— El del cielo de los animales — dice él y empieza a reír y luego a toser sonoramente y su madre se asusta, ella le dice no haga tanto esfuerzo y así logra calmarlo. Al cabo de unos momentos Hada debe irse porque su turno ha terminado y ahora debe entrar Marshall. La primera dama entra y ve a su esposo en la camilla y al ver que él está despierto sonríe pero su gesto no es correspondido, en lugar de eso ve a un Gian serio.
— Oh amor ¿Cómo te sientes? El medico dijo que ya estás estable — dice ella y Gian no responde nada.
— No finjas mujer — dice él y ella entra en confusión.
— A que te refieres Gian — dice ella y él se molesta.
— Que crees ¿que no me doy cuenta de las cosas? Sé que pasa en el país que gobierno como no voy a saber qué pasa en mi casa — dice él y empieza a toser pero se obliga a calmarse y lo logra.
— Querido me estás asustando, no entiendo a qué te refieres — Dice ella y cualquiera que viera su gesto diría que está diciendo la verdad.
— Eres una víbora venenosa — dice él y ella de un momento a otro ella cambia su expresión.
— Oh querido mío, me presento soy Dalila —, dice ella yendo a asegurar la puerta — Tú eres mi marido Sansón y le voy a aliviar los yerros a un país que quieren tu cabeza.