— Y bien — dice Gian para Unika — ¿tenemos una manada? — La aludida lo mira y parpadea con nerviosismo.
— Bienvenido al grupo de los olvidados — Interrumpe Auden la ardilla a Gian.
— ¿Qué? ¿Cómo es eso? ¿Ustedes fueron rechazados por su manada? — dice Gian pensando en que ni los animales se salvan de la discriminación.
— Más que eso, creo que somos los distraídos de la manada — Dice Eloísa y a Gian se le pone el pelaje de punta.
— Así es, estábamos distraídos y la manada nos dejó — dice Unika y entonces todo cuadra en la mente de Gian — Ahora vagamos sin rumbo en la gran selva amazónica.
— ¿Y entonces que haremos ahora? ¿A dónde pertenezco yo? — dice Gian angustiado, ahora si no tiene un lugar al cual pertenecer, la libertad excesiva es sinónimo de una perdida.
— ¿Sabes? — Dice Unika y los demás animales parecen formarse en frente de Gian quien los mira atentamente — Ahora somos una familia, por alguna razón la vida nos reunió a nosotros cuatro cuando pensamos que ya no había una esperanza. Ahora nosotros te damos a elegir, mañana cuando el sol asome por aquellas colinas vendrá un grupo de venados por ti y tendrás un lugar en donde estar, y estamos nosotros también, que te salvamos de ahogarte y vamos a ser tus amigos hasta nuestro ultimo aliento.
Gian mira a los cuatro animales frente a él, ve como Naifas el perezoso con su edad se apoya sobre su bastón decorado y los demás le miran expectantes, sin duda es una situación difícil ya que aquella era la pregunta que se hacía desde que descendió de la cascada. Ellos le hacían recordar a su familia humana disfuncional. Sin saberlo Gian siente que ha formado un gran laso con ellos, de algún modo le hace sentir que esa es una familia con personas que no son iguales al igual que los humanos, pero que se mantiene unida a pesar de lo que haya pasado. Por otro lado él quiere saber cómo se siente estar en una manada, literalmente, Gian está entre la espada y la pared.
— Permítanme pensarlo en la noche y en la mañana les daré una respuesta — dice Gian y la cara de todos se descuadra — Como ustedes saben tengo memoria de mi vida siendo un humano y necesito acomodar mis pensamientos para procesar todo lo que me está pasando.
Gian se equivoca, los animales en frente de él no sabían que aún tenía memoria de su vida pasada, solo sabían que había sido una persona. Pero esto de alguna manera les es de interés a los animales quienes miran a Unika y ella les devuelve el gesto.
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Unika camina entre un gran campo con el pasto que le llega a las rodillas, lleva un buen rato caminando y no sabe en verdad a dónde quiere ir ya que el campo parece no tener final. Cuando la siervo pierde el aliento escucha una pequeña risa y esto la pone en sobre aviso, ella mira para todas partes y no ve a nadie entre el color verde que la rodea. Las risitas son cada vez más insidiosas y de pronto paran en algún lugar detrás de Unika, ella gira en su lugar y ve a un niño de alrededor de 6 años sonriéndole, es cuando se escucha un trueno en el cielo y este se torna oscuro, la brisa se siente agria avisando que una tormenta se avecina. El niño sigue allí de pie hasta que todo alrededor de ellos dos se difumina y Unika empieza a ver la escena como si no estuviera allí pero sabiéndolo todo. El pequeño mira en un reloj que tiene en su muñeca el cual marca las seis de la tarde, cosa que no comprende la siervo, luego él sale corriendo hasta un hermoso huerto que tiene las flores más bonitas que ella haya visto. Después el infante llega a un frondoso cerezo y en su raíz deja un ramillete de flores, su cara entristece y ella no sabe porque. Quisiera consolar a aquel niño pero no sabe cómo hacerlo, aunque no lo conoce. La vista de Unika se posa en una señal de transito que dice unos escritos que ella no entiende pero que los memoriza. Una anciana que había permanecido sentada en una banqueta se acerca al niño con el ánimo de llevárselo y llora pero hace el esfuerzo para que él no la vea así. Por alguna razón la siervo siente que le arrancan una parte del alma cuando aquel niño se aleja, la impotencia de no poder consolarlo le martilla en lo más profundo de su ser. Pero justo ahora suena a lo lejos un cuerno y todo se desvanece quedando en oscuridad.
Es justo cuando Unika abre los ojos y se encuentra con la penumbra de la media noche, jura que escucho algo que la despertó del sueño confuso en el que estaba y el cual la atormenta cada que puede. Ella mira para todos lados averiguando de donde ha venido el sonido y vuelve a sonar el cuerno, su corazón palpita a gran velocidad pero sabe que debe esperar a que suene tres veces para que sea una emergencia, mientras tanto va despertando a la Auden la ardilla voladora quien a la vez despierta a Naifas el perezoso.
— Ha sonado el cuerno — dice Unika y todos se miran con preocupación. Es cuando suena por tercera vez el cuerno y ellos entran en histeria, Naifas le ordena a Auden que despierte a Eloísa pero ella los sorprende arrastrándose por el piso detrás de ellos “¡A las colinas del sur, alerta de incendio!”, grita Eloísa y todos salen despavoridos de ese lugar. Cuando suben una pequeña loma Unika siente que algo falta y voltea a mirar atrás, entonces ve que las llamas se están acercando como leones a sus presas y las chozas de los humanos se están consumiendo.