Resguardada en la seguridad de su cuarto, se preguntaba si todo lo que su novio le decía era solo una farsa. Se encontraba acostada boca arriba en su cama, con su mente hecha un caos. Elizabeth veía en su celular una y otra vez las fotos que tenía con él. Cada imagen le traía a la mente hermosos recuerdos, que hacían a su corazón agitarse. No podía negar que lo amaba, más que a nada en el mundo y por lo mismo se sentía herida. Entendía la posición en la que Angel se encontraba o por lo menos eso intentaba, pero no podía dejar de sentirse traicionada.
Quería confrontarlo, pedirle explicaciones, pero… No se atrevía. Sabía que, si le ocultaba sobre la existencia de demonios y ángeles, era para cuidar su mente. Hace poco más de tres horas consideraba que vivía una vida relativamente normal y ahora, tras saber de la existencia de lo inimaginable, no sabía cómo sentirse al respecto. Cualquier humano normal preferiría vivir ignorante a esos temas. ¿Cómo se supone que seguiría con su vida, aparentando que nada sucedía, sabiendo que en cualquier momento un demonio podría intentar secuestrarla?
Soltó el celular, volteando a su techo con frustración. Miró el espejo al lado de su cama, que de ahora en adelante permanecería cubierto por una manta y solo imaginó cuanto tiempo había pasado frente a ese espejo, sin saber que del otro lado alguien la miraba, observando a detalle su vida privada.
El celular vibró, anunciando una llamada. Era Angel.
—¿Bueno? —su voz fue cautelosa al inicio.
—Hola amor. Quería saber cómo ha ido tu día —dijo en tono animado.
—Bien, todo bien. Avancé en las tareas pendientes y ahora solo me queda editar la presentación de la carrera. Que nervios —confesó e intentó relajarse. Ella no era buena mintiendo a la cara, pero no se le dificultaría ocultar información—. ¿Tú qué hiciste? —permitió que su novio hablara durante un par de minutos, mientras ella seguía dándole vueltas al asunto en su cabeza. Sabía que Angel mentía, pero no sabía que tanto. Le era difícil confiar en él ahora, aunque no tenía alternativa. Se supone que él estaba ahí para cuidarla ¿No?
Tuvieron una conversación superficial durante los siguientes minutos, en los que no dejaba de pensar en su novio como un perfecto desconocido. Al terminar la llamada ambos se dijeron “Te amo” y tuvo que colgar rápido para que no escuchara el nudo que se formó en su garganta después de decirlo. Tiró el celular al lado de la cama y se echó a llorar hasta quedarse dormida. Definitivamente la situación la estaba rebasando, afectándole no solo mental, sino emocionalmente.
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15 de octubre
Elizabeth intentaba seguir con su vida lo más normal que podía. Cargaba con la piedra de ágata a todas partes, como protección mágica. Nunca se hubiera imaginado creer en tales cosas. Ella era una persona que intentaba buscar el lado racional de las cosas, a pesar de vivir más de la mitad de su vida con sucesos sin explicación lógica.
Las clases últimamente la agobiaban. Con los exámenes de admisión a la facultad a la vuelta de la esquina, no tenía cabeza para concentrarse en sus aburridas clases de preparatoria. Estaba emocionada por dar el gran paso a la universidad y aprender a ser tan buena enfermera como su mamá.
A cambio de hora, tuvo que levantarse de su pupitre para ir al baño a refrescarse. Apenas se lavó el rostro con agua fría se sintió despierta de nuevo. Miró su reflejo en el espejo, concentrándose en sus nuevas ojeras. Llevaba semanas durmiendo la noche sin interrupciones, en los días que el insomnio no se apoderaba de ella. Tenía tantas cosas en mente. Exámenes, ángeles, facultad, demonios, clases, amuletos mágicos… Era mucho que procesar para alguien de tan solo 17 años.
—¿Acaso es tan difícil tener una vida normal? —le preguntó a su reflejo, con una sonrisa de resignación. Tomó aire profundamente y volvió a hablarse a ella misma, dándose ánimos—. Tranquila, todo estará bien —sonrió.
Un recuerdo la atormentó de pronto, llegando a su mente con un intenso dolor de cabeza—. ¡Ah! —gritó cerrando los ojos, sosteniendo sus sienes, mientras veía la habitación del demonio, seguido del espejo rompiéndose, dándole paso. Su rostro apareció, tan cerca de ella, mostrándole sus colmillos al sonreírle cínicamente. Retrocedió todavía en los baños de su escuela, cubriendo su cabeza con ambas manos. Sentía que le explotaría. Se aferró con fuerza al lavabo, con temor a caerse, abriendo los ojos lentamente, cuando el dolor desapareció por completo. Estaba agitada e hiperventilando. ¿Qué había sido eso? Miró al espejo en frente, viendo la sangre salir de su nariz. “La piedra” pensó, buscando en su pantalón. Al sacarla notó que estaba estrellada justo al centro. La guardó de nuevo en su bolsillo, con miedo y agarró papel para limpiar la sangre. Seguía sin entender muchas cosas sobre amuletos, pero no se necesitaba ser un experto para saber que algo iba mal.
Al llegar a su casa lo primero que hizo fue aprovechar que se encontraba sola, para mover cada mueble de su cuarto sin ser cuestionada. Buscó detrás del espejo, en su mesita de noche, moviéndola y buscando por debajo del mueble. Inspeccionó dentro de su closet, en cada cajón y en cada prenda de ropa. Movió su cama, revisando debajo de su colchón, atrás de la cabecera y, por último, debajo de la base de su cama. Entre las maderas que mantenían el peso del colchón, encontró escondido un pequeño atrapasueños, no mayor del tamaño de su palma. Estaba segura de que ese era el amuleto de Angel. Se sentó en el suelo, mirándolo a detalle. Era un atrapasueños blanco, con una piedra ámbar. No era experta en piedras, pero tras obtener la suya, quiso investigar sus propiedades, así como conocer más de ellas. Llamó su atención que, al igual que el Ágata, esta piedra también se encontraba rota del centro. Eso no podía ser una coincidencia. No tenía forma de encontrar a Emilie, así que llegó el momento de hablar con Angel.
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Editado: 19.04.2022