El demonio recorría los interminables pasillos, a paso lento. Sumergido en sus pensamientos. El castillo era una enorme fortaleza en la que a paso humano terminaría de explorar no antes de 3 días. Su mente estaba ocupada pensando en el cuidado y educación de su humana. Faltaban pocos días para el Samhain y quedaba tanto por enseñarle.
“¿Merodeando por ahí, Gabe? ¿Por qué tan lejos de tu humana?” escuchó una voz burlona en su cabeza, en su idioma natal. Aimé, su hermana mayor, poseía el don de la telepatía, entre muchos otros y era el que más gustaba de utilizar.
Como todos los demonios, podía manifestarse de la nada, apareciendo de repente, frente a Gabriel, al salir de una ventana de humo. Mostró una sonrisa triunfal, jugueteando con su liso cabello rubio. Aparentando desinterés, en su mirada rojiza.
— Aimé, que gusto verte —saludó con sarcasmo—. ¿A qué debo el honor de tu tiempo? —No la soportaba, considerándola una zorra irritable.
Envidiaba la buena relación que tenía con su padre, algo que para él era imposible. Como hija favorita y primogénita, le correspondería heredar el trono de su padre, pero en el inframundo se estipulaba que ninguna mujer podía heredar, únicamente los hijos varones tenían el privilegio y él era el segundo en la línea de sucesión, siendo el legítimo heredero de todas las legiones de Astaroth. Para su desgracia Demian, su hermano menor, existía y tenía el favor de su padre para ocupar su lugar.
—Quiero conocerla —exigió en un tono que dejaba claro que no estaba a discusión, mostrando una malévola sonrisa en ese hermoso rostro, posicionando una mano en la cintura. Su postura siempre era tan propia, mostrando a simple vista que era superior a todos a su alrededor. La princesa Aimé, primogénita del gran Astaroth.
—No aun —le advirtió, pensando que por más aislada que la tuviera, le sería imposible mantenerla alejada de la vista de su familia por mucho tiempo—. La conocerás en la ceremonia —dijo tajante. Aimé borró su sonrisa, alzando una de sus cejas con incredulidad, acostumbrada a nunca recibir un no por respuesta. Era una mujer decidida y de carácter. Acostumbraba a tener a todos a sus pies con una sola mirada y que su hermano le negara un capricho, no era algo que dejaría pasar.
—¿La estas protegiendo? —se burló—. No esperaba menos de ti, Gabriel. Eres patético —reprochó con la clara intención de molestarlo.
—Esa humana me llevara al trono —contraataco. Su hermana se cruzó de brazos, afectada por sus palabras. Nacer mujer se convirtió en su maldición y que le recalcaran que jamás podría tener el control absoluto, la enfurecía. Atacaban su fibra más sensible.
—Es pronto para regocijarse. Aun te falta lo más importante.
—Preñarla será fácil —sonrió de solo imaginarlo.
—Falta que sobreviva hasta entonces —la sonrisa en su rostro no auguraba nada bueno. Era una señal de guerra, una advertencia.
—Ponle un dedo encima y no dudare en asesinarte —la estrepitosa risa de Aimé se hizo escuchar en todo el corredor.
—Te reto a hacerlo —le dedicó una última mirada altiva, antes de disiparse entre neblina, desapareciendo de su vista.
Los demonios no podían matarse unos a otros a su antojo y su hermana estaba confiada en que Gabriel no tenía el arma adecuada para hacerlo. Esa estaca llevaba perdida desde el inicio de los días, llegando a considerarse entre los propios demonios como una simple leyenda.
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La luz de velas parecía nunca extinguirse en ese lugar. Elizabeth miraba con atención las extrañas llamas, que seguían vivaces sin derretir la parafina. Esa magia la tenía fascinada, todo en ese lugar la tomaba por sorpresa.
Comió devorando los hot cakes, o por lo menos una montaña de ellos y cuando terminó se puso de pie, inspeccionando a fondo la gran habitación, siendo la ausencia de ventanas lo primero que notó. Parecía que en ese lugar eran sustituidas por espejos, sintiéndose rodeada de ellos.
El cuarto era grande, conservando un estilo antiguo. Elizabeth se sentía como si estuviera dentro de una película de época, cos muebles barrocos y tapices negros, brindándole cierta oscuridad al lugar. Estaba fascinada por las alfombras y el mobiliario. Siguió un pequeño corredor que llevaba a un cuarto grande que hacía de closet, antes de llegar al baño, resaltando inmediatamente los vestidos, siendo una inmensa cantidad de ellos, con diseños tan diferentes entre sí. Eran una mezcla de diferentes épocas, eso era notorio. Tocó las telas, maravillada por los hermosos modelos, preguntándose si eso es lo que vestiría de ahora en adelante.
—Aquí esta —escuchó a su espalda, haciéndola saltar. Volteó con una mano sobre su pecho, por la sorpresa, encontrando una mujer de mediana edad que la miraba fijamente—. No fue mi intención asustarla —sonrió.
—No importa, yo solo estaba viendo —explicó.
—¿Ya decidió cual utilizara hoy? —preguntó con amabilidad. La chica regresó la mirada a todos los vestidos, sin saber cuál sería el menos incomodo y descolgó uno de tela fresca que llegaba hasta el suelo, de un tono celeste claro, pareciendo un modelo clásico de la antigua roma.
—Excelente elección —dijo tomándolo para ayudarle—. Soy Ana y seré su doncella. El amo me envió para asistirle y para programar sus comidas.
Elizabeth se dio cuenta que aún quedaban le quedaba tanto por aprender del estilo de vida en el inframundo. Nunca en su vida pensó en tener alguien para “asistirla” y eso le tomó por sorpresa.
—Gracias —fue lo único que se le ocurrió decir—. Yo soy Elizabeth —se presentó.
—Lo sé señorita, pero el amo especificó no llamarla por su nombre —aclaró. La señora acomodó el vestido en un sofá y se encaminó a la regadera, regulando la temperatura del agua en la tina, preparándole un baño con sales y cosa que ella no entendía.
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Editado: 19.04.2022