Elizabeth mantenía la mirada fija en su mano, que paseaba por encima del agua, capturando las burbujas que se formaban en la bañera. Jugueteaba con la espuma entre sus dedos, manteniéndose serena, pero sin dejar de darle vuelta en su cabeza a lo ocurrido hace apenas algunas horas.
Tras su encuentro con Angel, Gabriel la llevó todavía desmayada a su habitación, despertándola al sujetarla del cuello con enojo, que se vio disipado a los pocos segundos, al conectar su vista con la mirada asustadiza y sobresaltada de la chica. Sus ojos antes vueltos llamas, volvieron de pronto a la normalidad.
Ella no podía sacar de su mente esa mirada. La de sus ojos ardiendo no, sino la que puso justo después de extinguir el fuego en ellos. No sabía cómo describirla con exactitud, pero estaba segura de que fue diferente a cualquier otra y no lograba entender ese atisbo de sentimiento en su iris rojas, que intentó ocultarle. Aflojó su agarre, hasta retirar la mano de su delgado cuello y sin decir ni una palabra, le dio la espalda, levantándose de la cama y encaminándose a la salida.
Elizabeth tosió levemente, tomando su cuello intentando calmar el dolor en él, volteando en dirección a la salida, confundida por el comportamiento de Gabriel y su repentina piedad con ella. Juraría que, al estar a solas con él, después del beso que le dio a Angel, recibiría un severo castigo, pero no parecía ser así. Gabriel solo se alejó. ¿Acaso decidió vengar su mal comportamiento con Angel? Era una posibilidad, pero el rostro que dejo ver no reflejaba el que normalmente mostraba al tomar una decisión de ese tipo. Ella conocía muy bien ese gesto de superioridad y la sonrisa malvada que se formaba en su rostro antes de dedicarse a torturar a una persona. Esta vez, su expresión no dejó ver aquello. Más que vengativo le pareció confundido. Claro que pudo haberlo imaginado, pues apenas los ojos del demonio extinguieron su fuego, él se volteó de inmediato, sin dejarla conocer sus verdaderas intenciones.
Otra teoría rondaba su mente mientras se recargaba en la bañera con la vista al techo. Creía que su piedad mostrada no era más que producto de recordar su embarazo y en verdad que era lo que mejor explicaría la expresión en su cara y esa mirada desorbitada después de notar que le hacía daño.
Las horas pasaron lentas o por lo menos, así le parecía. En esa habitación el tiempo se media en base a cuanto duraban las velas antes de ser cambiadas, que parecía ser diariamente. Dentro de poco las velas del candil del baño, deberían de sustituirse también. Parecían a punto de llegar a su fin, a pesar de haberle parecido casi nuevas cuando entró a la bañera. Como siempre, perdió la noción del tiempo.
Sacó una mano del agua, extendiéndola frente a ella. Sus dedos se veían arrugados y apenas notó la reducida cantidad de espuma que quedaba en el agua. Inspeccionando su cuerpo, condujo su mirada al vientre, prestándole atención por primera vez desde la noticia. Lo acarició con delicadeza y nerviosismo, dándose cuenta de que todo parecía seguir igual. No podía notar ni un pequeño cambio y tampoco se sentía diferente. Sabía que era muy pronto para saber de un embarazo, pero también era consciente de que los ángeles y demonios podían ver cosas que los humanos no. Para la fecha, debía ser microscópico aun, apenas habiéndose implantado.
Resopló con frustración y se resbaló intencionalmente por la porcelana de la bañera, hasta que el agua le cubriera por completo, aguantando la respiración y cerrando los ojos, deseando con todas sus fuerzas que todo fuera solo un terrible sueño y despertara de pronto en la seguridad de su hogar.
—¿¡Señorita!? —escuchó un grito a lo lejos, proveniente de alguien fuera del agua y de inmediato unas manos la tomaron por las axilas, subiéndola con más fuerza de la necesaria.
El agua saltó fuera de la bañera, estrepitosamente, mientras era arrastrada fuera. Notó el rostro de la mujer, que al verla despierta y bien, la soltó. Se veía asustada, como alguien que encuentra a una persona en un intento de suicidio y al analizarlo de fuera, temió que pudiera haberlo tomado de esa forma, cuando no había cosa más alejada de la realidad. Ella no podía suicidarse. Si dejaba de existir no quería ni imaginar lo que le sucedería a Angel y tampoco pensaría en quitarse la vida estando embarazada.
—Estoy bien —dijo con voz calmada, ante la expresión aun horrorizada de la mujer. Quitaba el cabello de su rostro y recibió de buena gana la toalla que le ofrecían, cubriendo su empapada melena—. No intentaba hacer nada, lo prometo —se vio en la necesidad de aclarar la situación, antes que llegara a los oídos del demonio.
—No vuelvas a hacer algo así —advirtió la mujer entre susurros, pasándole una toalla más—. ¿Qué explicación le daría si mueres? —dijo sin dejar de lado el tono de regaño, ayudándola a salir por completo de la bañera y cubriéndola.
Elizabeth la miró con curiosidad por sus palabras y la vio sacar del interior de su delantal un pedazo de papel, doblado por la mitad, mientras le dedicaba una sonrisa llena de esperanza al entregárselo. Volteó al papel y luego a ella, abriendo la boca para preguntarle que era, pero la mujer se le adelantó, colocando un dedo atravesando sus labios, en señal de que guardara silencio. La miró sin entender, pero aceptó la hoja, abriéndola con curiosidad. Sus ojos se llenaron de lágrimas al reconocer la letra de su novio. Miró a la mujer en busca de respuestas, pero ésta solo le recordó que no hablara, regalándole una sonrisa cómplice, para después dedicarse a buscar la ropa que usaría, dándole un momento de privacidad con la carta.
Ella pasó saliva y tomó asiento en un sofá cercano, aun dentro del cuarto de baño y concentro su mirada de nuevo en la carta, intentando contener toda la emoción que la embargó de pronto.
Amor, en verdad espero que esta carta llegue a tus manos. Me encantaría no tener que escribirte y poder decirte todo esto de frente, pero es imposible.
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Editado: 19.04.2022