Gabriel abrió la puerta, dejando ver una amplia habitación, en tonalidades crema y rosa palo, adornada con hermosos muebles victorianos en color ivory. El cuarto desprendía un delicado aroma a rosas, que la guio a su nueva jaula. Elizabeth observó los floreros colocados sobre escritorios, mesas y su nuevo peinador, adornando con rosas del mismo tono y blancas por todas partes.
—Te gusta —aseguró el demonio, manteniéndose detrás de ella, viéndola maravillarse por su nuevo espacio personal.
—Gracias —contestó la chica cortésmente, sin dejar ver alguna emoción en su voz.
Su nueva habitación era más que hermosa. Parecía sacada de un cuento de hadas y a pesar de ello, no podía sentir nada. Desde que abandonaron la antigua casa, ella no dejaba de sostener la caja musical entre sus manos, temerosa de que se abriera por error, descubriendo así todas las cartas con su amado. Su ángel. Le preocupaba lo que sucediera con él ahora y aunque hizo un tremendo esfuerzo por callar sus inquietudes durante el camino, ya no podía aguantar más la angustia. Caminó hasta el peinador, dejando la caja musical sobre él. En el reflejo vio como Gabriel caminaba en su dirección, sin dejar de mirarla, con gesto inexpresivo.
Elizabeth soltó un suspiro para darse valor de preguntar el paradero de su ángel y volteó para encararlo, sosteniéndole la mirada como solía hacer últimamente cada que se encontraban a solas.
—¿Qué sucederá con Angel? —El rostro de Gabriel permaneció impasible, sin retirar su mirada de la de la chica. Ella comenzó a sentirse intimidada y desvió la vista, observando el suelo.
Por más valiente que intentara hacerse, se sentía como toda una cobarde ahora y eso le avergonzaba. Le costaba verlo a los ojos después de ocultarle tantas cosas. Temía que descubriera la culpa en su mirada y terminara desenmascarando sus secretos.
—Sigue siendo mi prisionero y permanecerá cerca, en donde pueda vigilarlo. —El demonio estaba enterado de los intentos de escape del ángel, así como de su intención de recuperar la espada de Miguel, algo que jamás le contaría a la chica. No pensaba darle esperanzas de que algún día Anael llegaría a rescatarla.
Elizabeth soltó el aire que no supo que retenía. Saber que Angel estaba cerca le daba la posibilidad de seguir hablando con él. No había visto a Giselle en lo que le parecía una eternidad y moría de ganas de saber de su ángel. El embarazo la mantenía entretenida, pero necesitaba saber pronto de él. Al leer cada carta sentía que su esperanza se renovaba y estaba hambrienta de aquella sensación.
—Gracias —dijo tímidamente aun sin atreverse a levantar la mirada.
—¿Por qué me estas agradeciendo? —preguntó confundido.
—Por contestar mi pregunta —dijo en un balbuceo, sintiéndose una tonta. Realmente no tenía nada porque agradecerle. Pensó que, si no fuera por él, Anael ni siquiera estaría encerrado y si no fuera así no tendría por qué enviarle cartas y temer todo el tiempo el ser descubiertos.
Las frías manos de Gabriel rodearon de pronto las suyas, haciéndole levantar la vista y sacándola de sus pensamientos. Él estaba ahí, a escasos centímetros de ella y eso la ponía nerviosa. Tras el abrazo que le dio, no volvió a cercarse tanto, hasta ahora.
—Estarás aquí dentro sola la mayor parte del tiempo. Siempre tendrás dos guardias custodiando tu puerta, así que estarás segura. Si necesitas algo, no dudes en llamar a algún esclavo y te traerán lo que necesites. —No pudo evitar pensar que esos guardias no estaban ahí para protegerla, sino para mantenerla cautiva. El que ellos estuvieran afuera no la hacía sentir segura. Si Cedric quisiera llegar a ella, no importaba cuantos guardias estuvieran tras la puerta. Estaba segura de que él encontraría la forma de entrar. Mas bien ellos estaban ahí para no dejarla salir.
—¿Tu vendrás? —su tono fue de angustia. No pudo evitar preguntar, estando segura de que él era la única persona que podía mantener a raya a Cedric.
—Te visitare de vez en cuando, esperando que para entonces tus temores se hayan ido. —Una de las manos de Gabriel la recorrió con delicadeza del hombro al cuello, en una ligera caricia, dejando claro sus intenciones. Ella pasó saliva del miedo.
Pensó en lo tonta que era. Era lógico que su piedad llegara pronto al final y tendría que volver a entregarse a él. Por supuesto que no la abandonaría ahí. Hubiera sido mucho pedir. Dio un paso atrás, alejándose de él y de sus manos tocándola.
El demonio avanzó el paso que ella retrocedió y la retuvo de su antebrazo con fuerza, obligándola a retroceder todavía más, hasta que su cuerpo quedó acorralado contra el peinador.
—Vuelve a desairarme y te tomare en ese instante con o sin tu consentimiento —sus ojos llameaban ligeramente, mostrándole su enojo. Los ojos de Elizabeth se volvieron cristalinos en ese instante —. No olvides por qué estás aquí o tendré que recordártelo —puntualizó con un susurró en su oído en un tono amenazante, cerrando su otra mano sobre su cuello, cortando su respiración.
—Lo siento —susurró asustada, con las lágrimas retenidas—. Perdóname —suplicó al tiempo que intentaba jalar aire, sosteniéndole la mirada con pavor. Seguía sin estar lista.
Gabriel la miró fijamente, privándola de oxígeno hasta que estuvo a punto del desmayo. Cuando por fin la soltó, Elizabeth cayó al suelo, tosiendo con desesperación e intentando jalar lo más que pudiera de aire. Sostuvo su cuello, agitada y temblando de miedo, sin atreverse a levantar la vista. Sus sollozos se hicieron presentes cuando escucho la puerta abrirse, para cerrarse casi de inmediato, seguida del sonido de un par de cerrojos.
Seguía aprisionada. Confinada en un cuarto en donde permanecería cautiva hasta la locura. No importaba que tan bella fuera su celda, seguía siendo una jaula.
Deseaba ser libre de nuevo y no tener más problemas por los cuales preocuparse más que por aprobar sus exámenes y saber que llevaría de lonche al día siguiente a la prepa.
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Editado: 19.04.2022