—No me digas que no se lo has dicho —. La voz de Cedric denotaba fingida sorpresa, mientras mantenía una conversación en su idioma natal con Gabriel.
—Despertó apenas hace una semana, no quiero alterarla de ninguna forma —confesó, terminando de beber su última dotación de sangre fresca, directo del empaque de plástico.
Su amigo lo miraba con repugnancia. La sangre humana le parecía sucia, viniendo de lo que él consideraba un ser tan inferior. Coincidía en el término de que los vampiros estaban malditos, al estar destinados a tener que alimentarse algo tan asqueroso. Como demonio, agradecía no tener que recurrir a esa fuente de alimentación tan vergonzosa.
—Sabe mejor de lo que se ve —aseguró Gabriel, notando la expresión de su acompañante, conociendo muy bien su opinión sobre la inferioridad humana—. Después de probar una Bombay no volverías a despreciar la sangre.
Cedric hizo una mueca, volteando en dirección contraria e intentando retomar el tema: —¿Cuándo piensas decirle que se quedara a mi cuidado?
—Mañana.
—¿Regresaras pronto? —Elizabeth insistió con la misma pregunta por quinta vez.
Caminaba por los pasillos del brazo del demonio, terminando de acostumbrarse a usar sus piernas nuevamente. Lo que más le dolió de la situación, fue que no consiguió recuperarse en el plazo impuesto por su captor, para poder ver a su ángel. Estaba desesperada por saber de él y como Gabriel no se le despegaba desde que despertó, no tuvo oportunidad de mandar alguna carta o siquiera hablar con Giselle, a pesar de haberla visto ya tres veces.
—Depende cual sea tu definición de pronto —su respuesta fue dada aun sin lograr perder la paciencia, pese a la insistencia de la humana.
—No quiero quedarme aquí sola —se sinceró. Ella misma se sorprendió de habérselo dicho.
—No lo harás —la chica se frenó al escucharlo, subiendo la mirada, aguardando su respuesta—. En mi familia desconocen de tu estado, pero aun así no puedo arriesgarme a dejarte aquí sin protección y que puedan hacerte daño. Cedric se quedará a cuidarte.
El agarré de la humana se aflojó alrededor de su brazo, separándose escasos centímetros de él, con la mirada perdida y en estado de shock.
—¿Qué? —susurró en un tono apenas audible, sintiendo el pasillo moverse a su alrededor.
Gabriel notó como la chica se alejó de él, elevando los brazos en dirección a la pared, en un intento de sostenerse, al tiempo que perdía el equilibrio. La cargó en ambos brazos, consiente del mareo que sufrió y en un parpadeo ya la estaba bajando en el sillón del cuarto.
—¿Estas bien? —preguntó con real interés, notándola pálida.
En la mente de Elizabeth mil imágenes daban vueltas, provocándole migraña. Levantó las manos para tallarse los ojos y descubrió que estaba temblando.
—No —dijo más para sí misma que como respuesta a su acompañante. — No él.
—No confío en nadie más que pueda cuidar de ti —intentó explicarse.
—Él me hizo daño —levantó la cara, buscando los ojos del demonio mientras las lágrimas escapaban de los suyos.
—Sé lo que pasó entre ustedes —la chica pensó que en realidad no tenía idea de lo que estaba diciendo — y no se volverá repetir. Tiene prohibido molestarte. —Intentó animarla, sin darse cuenta de que la pobre chica estaba devastada.
—Llévame contigo, me portare bien, lo juro —suplicó tomándolo de las manos con fuerza, cuando él empezó a alejarse.
El demonio sonrió ante tal petición, ignorando la angustia y el temblor de la chica. ¿Cómo era posible que ahora prefiriera acompañarlo?, cuando antes parecía no querer estar en la misma habitación que él.
—Es mejor que guardes reposo. — Liberó una de sus manos, que viajó al rostro de la chica, limpiando una de las tantas lagrimas que resbalaban en su mejilla—. Todo estará bien. El tiempo se pasará rápido y si sientes que necesitas hablarme —sin desviar la mirada de Elizabeth, sacó un celular de su pantalón—, solo llámame.
Los ojos de la chica miraron el aparato sin caber de la sorpresa. ¿¡Todo ese tiempo tuvo un celular consigo!? ¿¡Cómo era posible que no hubiera un solo foco en todo el castillo, pero si señal!? Sin decirle nada, tomó el smartphone de última generación, fijándose en el icono que mostraba una excelente conexión.
—Aunque no lo parezca, los demonios también tenemos celulares —se burló de su cara de asombro. —Mi número ya está grabado. Espero así te sientas más tranquila.
—No puedes dejarme con él —la chica sentenció, apretando el agarre en su mano, convirtiendo su miedo en un enojo momentáneo.
La muñeca del demonio se prendió en fuego, lastimando a la chica, obligándola a soltarlo.
Elizabeth lo miró asustada nuevamente, sabiendo que sobrepasó los límites. Atrajo su mano adolorida a su pecho, desviando la vista. No importaba lo que dijera, la decisión de Gabriel estaba tomada y por más que llorara y protestara, él no la escucharía. Una sensación de soledad la invadió de pronto, cayendo nuevamente en la cuenta de su situación. Ese demonio al que le suplicaba compañía seguía siendo su dueño y la seguiría tratando como tal.
—No te conviene agotar mi paciencia. Te estoy avisando para que no te tome por sorpresa…
El demonio siguió hablando, pero Elizabeth dejó de escucharlo. No le interesaba lo que fuera a decirle. Ya nada importaba. Seguía sin poder confesarle la verdad y es que, aunque el tiempo hubiera pasado y se sintiera más tranquila con el tema, hablar de Cedric y saber que tendría que volver a verlo, trastocaba todo. Volvería a herirla, estaba segura y de nuevo, no podría defenderse ni contárselo a Gabriel.
Tenía un muy mal presentimiento. Sintió que la habitación dio vueltas, mientras su frente poco apoco se perlaba en sudor. Su estómago de pronto estaba revuelto.
—¡Elizabeth! —el demonio le gritó en forma de regaño, sosteniéndola por los antebrazos, consciente de que no le prestaba atención.
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Editado: 19.04.2022