Elizabeth gateó lentamente, con todo su cuerpo adolorido y sin parar de llorar, siguiendo los pasos de Cedric por el pasillo. Para ese entonces la pobre había perdido ya la noción del tiempo. Estaba segura de que el demonio la llevaba a una de las habitaciones para hacerle daño. Lo supo desde el momento en que llegó a su celda lamiéndose los labios, sin apiadarse de ella al verla tiritar de miedo en un rincón, mostrándole una malévola sonrisa.
—Ya casi llegamos —cantó Cedric, divertido ante los cada vez más lentos pasos de su nuevo juguete.
Este último se detuvo a los pocos minutos delante de una puerta como cualquier otra, en el área de huéspedes.
La chica no se atrevió a levantar la mirada, augurando que apenas se avecinaba lo peor. Cubrió con sus manos liberadas su torso, negándose a dar un solo paso más.
Cedric abrió la puerta, esperando que la chica entrara, pero ella solo se quedó ahí afuera, petrificada, con la mirada pegada al suelo. Lejos de impacientarse, al demonio le divertía lo mucho que la humana le temía. Sonrió disfrutando cada temblor y cada latido desbocado. Fragmentarla era su propósito y a ese paso, estaba cerca de logarlo.
Por fin Elizabeth pudo avanzar, poniendo una mano delante de la otra con extrema lentitud. Se sentía debilitada y con su muñeca rota se le seguía dificultando gatear.
—Levántate —le ordenó el castaño al entrar detrás de ella.
La chica dio un salto involuntario cuando la puerta se cerró con fuerza, provocando un sonido sordo que retumbo en sus oídos, los cuales cubrió brevemente antes de apoyarse en la pared para poder ponerse de pie. Debía obedecer por más que le doliera hacerlo. Sus mejillas se tiñeron de rojo al verse desnuda y se cubrió lo más que pudo con sus manos, intentando jorobarse para procurar no ser vista en su totalidad. Quería voltear de frente a la pared, pero sabía que recibiría un severo castigo si se atrevía a hacerlo.
—¿Qué te he dicho sobre ocultarte de mí? —preguntó tomándola por el mentón.
La chica bajó sus brazos lentamente, sin dejar de temblar por su cercanía. Sintió el aliento del demonio cuando sonrió ante su reacción. Disfrutando de la escena, Cedric por fin la tomó del cabello, arrojándola a la cama.
—¡No! —gritó asustada mientras lloraba— ¡no, por favor! —suplicó, escondiendo el rostro en la almohada, dándole la espalda.
Una melodía estridente rompió con la tensión. Elizabeth levantó el rostro buscando el sonido, encontrándose con un celular en las manos de Cedric, quien mostró un gesto de desagrado antes de aceptar la llamada.
—Hermano, ¿Cómo te ha ido? —dijo hipócritamente en su idioma natal, contestando la llamada de Gabriel.
—¿Cómo está ella? —fue directo a preguntar lo que en verdad le interesaba.
—Yo también estoy bien, gracias por preguntar —contestó sarcásticamente—. Elizabeth ha mejorado —la chica volteó al celular esperanzada cuando distinguió su nombre—, deberías verla ahora, tan obediente… —Cedric le lanzó una mirada lasciva, recorriendo su cuerpo desnudo, mientras mordía ligeramente su labio.
Elizabeth quiso desviar la mirada, pero simplemente no pudo despegar la vista de sus peligrosos ojos anaranjados. Estaba asustada y no podía parar de llorar. Tenía la certeza de que, al colgar, se abalanzaría sobre ella para lastimarla.
—Pásamela —exigió Gabriel.
Cedric no dijo nada y solo se acercó a la chica, con un dedo cubriendo de forma vertical sus labios, indicándole que se callara. Ella solo asintió asustada y el demonio le entregó el celular. La chica se sentó en la cama, con la mirada pegada al suelo y colocó la bocina en su oído, haciéndolo con desconfianza, sin atreverse a hablar.
Del otro lado de la línea, Gabriel pudo distinguir el sonido de su respiración entrecortada, sabiendo que estaba llorando.
—Elizabeth —Pronunció su nombre con firmeza, sin dejar ver ni un atisbo de sentimiento y le sorprendió de sobremanera cuando un fuerte suspiro se escuchó del otro lado.
—Regresa —suplicó la chica con las manos temblorosas, aferrando el celular a su oreja, sin dejar de llorar. Esa risa sofisticada que tantas veces había escuchado era ahora como un bálsamo para ella—, por favor —no pudo evitar que su voz se quebrara en la última frase, sin ocultarle más su llanto.
—¿Estas bien? —esta vez la risa del demonio cesó, mostrándose ligeramente preocupado.
Elizabeth elevó la vista Cedric, que esta vez le dedicaba una mirada amenazante con la quijada apretada. Ella sintió como su corazón se estrujaba cada vez más, empezando a hiperventilar.
—S-si —tembló haciéndole notar a Gabriel que mentía. Cedric solo asintió aprobando su respuesta.
—¿Cómo está mi primogénito? ¿Has comido bien? —quiso investigar más sobre su estado de salud, convencido de que su amigo podía escuchar cada pregunta formulada.
—B-bien —la contestación fue seca, sorbiendo su nariz.
—¿Cómo te trata Cedric? —este último se acercó más a la chica al oírlo, reforzando su mirada amenazadora mientras acariciaba su pierna, provocando que ella soltara un quejido lastimero— ¿Segura que estas bien? —esta vez Gabriel no pudo esconder por más tiempo su preocupación, presintiendo que algo estaba mal.
Elizabeth sabía que era la oportunidad perfecta para decirle todo lo que su amigo le hizo. Aún seguía resentida con Gabriel por entregarla a Cedric, pero estaba segura de que de saber la verdad nunca lo hubiera hecho. Lo conocía de apenas pocos meses, pero ese poco tiempo le bastaba para estar segura de que Gabriel no permitiría ni la mitad de las cosas que su nuevo amo le hacía.
—Ayúdame —soltó sin pensarlo, con la voz rota. El celular salió disparado al suelo cuando Cedric la abofeteó, haciéndola caer por completo en la cama—. ¡Me violo! —gritó cuando el demonio tomó de nuevo el celular. Éste volteó a verla con las llamas prendiendo sus ojos, dejando caer nuevamente el celular al suelo para pisarlo con fuerza, reduciéndolo a nada.
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Editado: 19.04.2022