Cazadores de Bestias

Placer y Negocios

Reinos: Tandor / Tandorian - Iliamdar / Iliamdar - Taragorth / Gortia - Las islas Panderkan / Prista y Melhian

Cazadores: Kulthar de Melhian - Andorak el sabio - Bilmah de Tandor - Junio la gata - Rimtok el bardo

Una fría noche en Gortia...

Kulthar cabalgaba lentamente por el estrecho Callejón del Dragón, un triste farol iluminaba con trémulos rayos de luz amarillenta que envejecían aún más, las vetustas paredes, en cuyas ventanas titilaban temblorosas lucecillas de los humildes hogares y al final, llegó a la entrada de la Taberna Roja.

La noche había caído un par de horas antes, pero en esta época del año el sol se ocultaba temprano, así que no era tan tarde, cerca de las ocho de la noche, la taberna se encontraba justo en una esquina que era cruzada por una amplia calle, mejor iluminada que el Callejón y que siguiéndola hacia la derecha, terminaba en un ancho puente de piedra, que era considerado una entrada secundaria a Gortia, capital de Taragorth, Reino de los Sueños.

Escuchó música, cantos y algunas risas, un piano tocaba una vieja y triste melodía de desamores y engaños que le evocaron tiempos más sencillos, cuando vivía en Melhian con… Se forzó a dejar de pensar en su trágico pasado, con un destello de furia asomando en sus ojos.

¿Por qué no olvidaba?
¿Por qué no podía olvidar?

Suspiró y detuvo su montura en la barra donde estaban atados varios caballos, un escuálido jovencito, casi un niño, salió de las sombras a tomar las riendas del suyo para atarlo al poste y le puso un balde con agua en donde flotaban unos hierbajos podridos.

Kulthar le lanzó una brillante moneda al chico que asustado la pescó en el aire y le dijo mientras la miraba abriendo los ojos como platos, bajando la mirada con reverencia y temor:

- Buenas noches gran señor, no no no tengo cambio

- Quédate con el cambio chico, pero cuida bien mi caballo y tráele buen pienso o pasto fresco, no esa bazofia que le pusiste.

- ¡A la orden Milord!

Y el rapazuelo desapareció en busca del heno que guardaban para los caballos del dueño de la posada.

Kulthar, lo miró evocándose a sí mismo y con el ánimo ya recuperado, se apeó de su caballo, caminó hacia la entrada, se detuvo un breve instante antes de entrar, suspiró nuevamente y empujó la puerta entreabierta de la taberna.

Contrario a lo que esperaba, nada se detuvo, la música siguió sonando del viejo piano, los parroquianos siguieron cantando, quizá algunos se dignaron a mirar quien había entrado, pero inmediatamente siguieron en lo suyo, se sintió bien ser ignorado, evitaba muchos problemas.

Una bonita y regordeta camarera rubia salió a recibirlo y se lo llevó a un rincón alejado, en donde la música sonaba menos y estaba un poco en penumbra.

-    ¿Viene solo el señor? – le dijo la chica limpiándole la mesa

-    Espero a unos amigos – le contestó él lacónicamente

-    ¿Va a tomar algo?

-    Tráeme una cerveza negra y un plato de esos embutidos especiales que anuncian en la entrada

-    ¿Algo más señor? ¿Compañía mientras espera? – le dijo coquetamente

-    Gracias, por el momento quiero estar solo

-    ¿Tal vez después?

-    Quizá después linda ¿Cómo te llamas? – le preguntó con una imperceptible sonrisa

-    Lina, pero puede llamarme como usted quiera

-    Lo tomaré en cuenta Lina, por ahora solo tráeme lo que te pedí y toma, esto es todo para ti.

-    ¡Gracias Milord! - Le dijo abriendo los ojos tanto o mas que el pilluelo anterior.

Lina corrió a prepararle el pedido mientras otras chicas se le acercaban y comenzaron a cuchichear entre sí.

-    ¡Perra suertuda!

Se alcanzó a escuchar en medio de las risas de las otras mozas, que miraban con envidia a Lina corriendo con lo solicitado por el extraño e imponente desconocido.

Kulthar era extremadamente alto para el promedio, con una sólida corpulencia que amedrentaba a quien se paraba frente a él, por eso siempre que entraba a una taberna, todo se detenía y casi todos los presentes lo miraban recelosos entrar y no le quitaban la vista de encima, esto le había ocasionado más de un altercado que casi siempre terminaba mal para él con las autoridades, pero mucho peor para sus agresores.

Su cara era tosca y granítica, realmente era feo y peor aún para el gusto general de las mujeres de la región, era lampiño, con una cicatriz en su mejilla derecha que se equilibraba con otra fea marca al lado izquierdo de su frente cortando una de sus pobladas y negras cejas en dos partes, unos ojos negros entre tristes y dormidos que no se veían feroces ni amenazantes, pero emanaban una oscura y siniestra frialdad que le bajaba varios grados de temperatura a quien lo miraba de frente, no tenía el rostro fiero de un guerrero, sino el semblante frío y siniestro de un asesino.

Parecía un gigante apático, que muy dentro de su aspecto tranquilo, ocultaba una gran capacidad de hacer daño. Aparentaba unos cuarenta años, pero en realidad ya tenía cincuenta, aunque su pelo negro lo desmentía, apenas lo cruzaban unas pocas canas que se arremolinaban en torno a sus sienes, salvo un mechón totalmente blanco al lado izquierdo superior de su cabeza que casi brillaba en medio de la mata de pelo totalmente negro que lo rodeaba.

Había sacado una pipa de larga boquilla y estaba fumando tranquilamente viendo atentamente las volutas de humo subir de la pipa entre la escasa luz que le llegaba de ese lado de la Taberna.
Aspiraba el tabaco de la pipa e intentaba infructuosamente hacer esos graciosos anillos que salen en vórtice cuando son expulsados adecuadamente con golpe de garganta, pero solo le salía una simple voluta azulada expelida con fuerza.

Lina le llevo su cerveza con una jarra extra, por si quería más y el plato de botanas iba adornado con zanahorias hervidas y rábanos cortados en monedas, más una generosa hogaza de pan negro, sonriéndole provocativamente y se alejó cimbreando sus caderas.




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