Catherine
La cabeza me dolía, estaba agotada, las piernas, el pecho, todo me dolía.
Todo se había vuelto oscuro de la nada, lo último que recordaba era estar corriendo por el bosque persiguiendo algo sumamente blanco, también recordaba ver el cadáver de mi madre en su ataúd, me entró un sentimiento gigantesco de tristeza, me sentía como en una pesadilla, tenía ganas de llorar, de llorar hasta quedarme seca…
Abrí los ojos.
De a poco y lentamente, mis sentidos comenzaron a funcionar nuevamente, escuchaba los sonidos del bosque en la noche, bajo mis manos sentía el pasto y las hojas secas. Lo primero que vi cuando abrí los ojos fueron los ojos amarillentos de un lobo blanco como la nieve, me observaba fijamente. Me levanté bruscamente, me senté y me apoyé sobre el tronco de un árbol que estaba al lado mío, el lobo se alejó unos pasos hacia atrás. Miré en todas las direcciones, seguramente el resto de su manada estaba cerca, sin embargo no importaba cuanto mirara, no reconocía esa parte del bosque, de seguro estaba a kilómetros del Territorio Humano, y con ese vestido estaba sumamente indefensa, palpe la bandolera que tenía en la cintura en busca de algo para defenderme, pero nada, no había ningún cuchillo allí, me empecé a poner histérica, busque debajo de mí, a mi alrededor, por cualquier lugar que mis manos llegaban a tocar, y nada, vi al lobo que seguía observándome fijamente.
-¡Tú! ¡Los robaste!- no se ni porque le estaba gritando a un lobo, tal vez la locura ya me estaba llegando a la cabeza.
-No te los robé, solo los oculté- me contesto con una voz gruesa, pero al mismo tiempo suave e imperturbable.
-Ok, creo que ya estoy alucinando… creo que me golpeé muy fuerte la cabeza- dije aún más histérica, era imposible que aquel animal hablara, o bueno no tan imposible al parecer; me ayude con el tronco del árbol para pararme, el lobo me siguió con la mirada, cada que lo observaba más, mas aspecto humanoide tenia.
-Te puedo asegurar que no estas alucinando…
-¡Los lobos NO HABLAN!- me puse las manos sobre la cabeza y empecé a sobre ventilarme.
-Por favor, cálmate- dijo el animal con suma calma y dio un paso hacia mí, mientras seguía observándome.
-¡No te acerques!- retiró ese paso que había dado -¡¿Dónde están mis cuchillos!?- observaba por todas partes para intentar ver algo metálico y brilloso, pero nada.
-Ya te dije, los oculte, por mi seguridad y la tuya, ya que podrías haber despertado exaltada como ahora y haberte lastimado, así que, por favor, cálmate.
Aunque odiaba admitirlo, él tenía razón, debía tranquilizarme, respiré hondo y me deslice por el tronco hasta quedar sentada nuevamente en el suelo.
-¿Ya te tranquilizaste?
-¿En dónde estoy?- seguí observando todo a mi alrededor, pero seguía sin reconocer nada, el cielo nocturno estaba azulado, lo que significaba que estaba por amanecer, pero los enormes arboles impedían observarlo bien, ya que sus copas eran muy voluminosas.
-No respondiste mi pregunta- replicó el lobo que seguía observándome.
-¿Quién eres? ¿Qué eres?
-Mi pregunta primero y luego las tuyas- dijo suspirando, eso me enfureció.
-¡Ya me hartaste! ¡Te estoy preguntando algo y no me das respuestas!- grité mientras me levantaba del suelo e intentaba asustar al pulgoso animal con mi altura, pero el lobo solo retrocedió un paso, al menos había logrado algo.
-En esta vida no vas a obtener todo lo que quieras, a veces tendrás que hacer caso a otro y dejar de ser tan rebelde, hay tiempos para obedecer y otros no, ahora, responde mi pregunta: ¿ya te tranquilizaste?- lo dijo con una calma imposible; todos terminan gritando o discutiendo conmigo…excepto él, por alguna razón no levanto la voz en ningún momento, como si tuviera toda la paciencia del mundo conmigo y me conociera desde hace años.
-Estoy tranquila- le respondí respirando agitadamente todavía.
-Bien, ya nos estamos entendiendo- dijo tranquilamente- Ahora, me voy a presentar- prosiguió- Mi nombre es Sakharov, soy un Inguinois de tipo lobo.- se calló, tal vez esperando para ver si respondía, pero no lo hice, me quede callada pensando en la criatura que era, un Inguinois, eran seres mágicos que podían transformarse en un determinado animal, en este caso un lobo, algunos en su forma humana podían tener ciertos rasgos de los animales que eran. Ahora podía entender esas aterradoras características humanas y su gigantesco tamaño que lo distinguía. Estos seres generalmente andaban en grupos o tenían sus propios reinos como los Derdes, pero este extrañamente estaba solo, debía venir de otro lugar… -Soy algo así como un consejero de los vampiros.
“Consejero de los vampiros”, eso significaba que sabía dónde estaba el Territorio de los Vampiros, tal vez podría lograr engañarlo para que me llevara al centro de esa asquerosa colmena y los pueda erradicar desde el interior.
-¿Vampiros?, nunca vi uno, siempre quise saber dónde viven, me parecen criaturas muy curiosas, leí mucho acerca de ellos- me acerque hacia el animal; “curiosos” solo tenía curiosidad de ver sus órganos en los árboles, odiaba hacerme la imbécil, pero debía hacerlo para poder encontrarlos.
-No te hagas la tonta, para ti, los vampiros son todo, menos “curiosos”- lo dijo como si supiera que los asesinaba a sangre fría.
-¿Cómo lo sabes?
-No hay que ser un genio para no notarlo, sobre todo con esos cuchillos que muchos tienen el logo de los Cazadores de Deregron en el mango, además te vigilé durante mucho tiempo ¿nunca te diste cuenta?
Estaba en lo correcto, yo lo había visto en muchas ocasiones durante mis cacerías.
-Entonces, no te creerás ninguno de mis comentarios inocentes.
-Estas en lo correcto, pero no te preocupes Cath…
-¡¿Cómo sabes mi nombre?!- eso era extraño, de seguro estaba usando algún tipo de magia para saberlo, por lo que bloqueé todos mis pensamientos.