La primera vez que Beomgyu había visto el Instituto, este tenía el aspecto de una iglesia ruinosa, con el tejado desplomado y una sucia cinta policial amarilla manteniendo la puerta cerrada. Ahora no tuvo que concentrarse para disipar la ilusión. Incluso desde el otro lado de la calle podía ver exactamente lo que era, una imponente catedral gótica cuyas agujas parecían agujerear el cielo azul oscuro igual que cuchillos.
Minho se quedó en silencio. Estaba claro por la expresión de su rostro, que alguna especie de lucha tenía lugar en su interior. Mientras subían los escalones, Yeonjun metió la mano dentro de la camiseta como por costumbre, pero cuando la sacó, estaba vacía. Lanzó una amarga carcajada.
- Me había olvidado. Kibum me quitó las llaves antes de que me fuera.
- Claro.
Minho estaba justo frente a las puertas del Instituto. Tocó con suavidad los símbolos tallados en la madera, justo debajo del arquitrabe.
- Estas puertas son exactamente iguales a las de la Sala del Consejo en Idris. Nunca pensé que vería algo igual otra vez.
Beomgyu casi se sintió culpable al interrumpir la ensoñación de Minho, pero existían cuestiones prácticas de las que ocuparse.
- Si no tenemos la llave...
- No debería ser necesaria. Un Instituto debería estar abierto a cualquiera de los nefilim que no quiera hacer daño a los que lo habitan.
- ¿Y si son ellos los que quieren hacernos daño a nosotros? - Masculló Yeonjun.
Minho esbozó una media sonrisa.
- No creo que eso influya.
- Ya, la Clave siempre se asegura de que las circunstancias estén de su parte. - La voz de Yeonjun sonó ahogada; el labio inferior se le estaba hinchando y el párpado izquierdo empezaba a ponérsele morado.
"¿Por qué no se ha curado?", se preguntó Beomgyu.
- También te requisó la estela. - Inquirió.
- No cogí nada cuando me fui. - Respondió Yeonjun. - No quise llevarme nada que los Kim me hubieran dado.
Minho le miró con cierta inquietud.
- Todo cazador de sombras debe tener una estela.
- En ese caso ya conseguiré otra. - Replicó Yeonjun, y posó la mano sobre la puerta del Instituto. - En el nombre de la Clave... - Dijo. - Solicito la entrada a este lugar sagrado. Y en el nombre del ángel Raziel, solicito tu bendición en mi misión contra...
Las puertas se abrieron de golpe. Beomgyu pudo ver el interior de la catedral a través de ellas; la lóbrega oscuridad iluminada aquí y allí por velas metidas en altos candelabros de hierro.
- Bueno, esto es muy cómodo. - Ironizó Yeonjun. - Imagino que las bendiciones son más fáciles de conseguir de lo que pensaba.
- El Ángel sabe cuál es tu misión. - Replicó Minho. - No tienes que decir las palabras en voz alta, Yoongi.
Por un momento, a Beomgyu le pareció ver algo en el rostro de Yeonjun, ¿incertidumbre? ¿Sorpresa? Tal vez incluso... ¿alivio? Pero todo lo que este dijo fue:
- Nunca vuelvas a llamarme de esa manera. Yoongi no es mi nombre.
***
Atravesaron la planta baja de la catedral pasando ante los bancos vacíos y la luz que ardía permanentemente en el altar. Minho miró alrededor con curiosidad, e incluso pareció sorprendido cuando el ascensor, como una dorada jaula, llegó para llevarlos arriba.
- Esto tiene que haber sido idea de Kibum. - Dijo mientras entraban en él. - Es exactamente lo que le gusta.
- Lleva aquí tanto como yo. - Respondió Yeonjun, mientras la puerta se cerraba detrás de ellos con un sonido metálico.
El viaje fue breve, y ninguno de ellos habló. Beomgyu jugueteó nerviosamente con el fleco del pañuelo que llevaba al cuello. Se sentía un poco culpable por haberle dicho a Jake que se marchara a casa y esperara a que él le llamara más tarde. Se había dado cuenta, por la enojada posición de los hombros mientras caminaba con paso digno, de que el chico se había sentido despedido sumariamente. Con todo, no podía imaginar tenerle allí -un mundano- mientras Minho suplicaba a Kim Kibum en nombre de Yeonjun; simplemente haría que todo resultara más tenso.
El ascensor se detuvo con un chasquido metálico. Salieron de él y se encontraron con Iglesia, que llevaba un lazo rojo ligeramente desgastado alrededor del cuello, aguardándoles en la entrada. Yeonjun se inclinó para pasar el dorso de la mano sobre la cabeza del gato.
- ¿Dónde está Kibum?
Iglesa profirió un sonido gutural, a medio camino entre un ronroneo y un gruñido, y se alejó por el pasillo. Le siguieron, Yeonjun callado, Minho echando ojeadas alrededor con evidente curiosidad.
- Jamás pensé que vería el interior de este lugar.
- ¿Se parece a como pensabas que sería? - Preguntó Beomgyu.
- He estado en los Institutos de Londres y París; este no es distinto de esos, no. Aunque en cierto modo...
- En cierto modo, ¿qué? - Yeonjun iba varias zancadas por delante.
- Es más frío. - Contestó Minho.
Yeonjun no dijo nada. Habían llegado a la biblioteca. Iglesia se sentó como para indicar que no pensaba ir más allá. Unas voces eran vagamente audibles a través de la gruesa madera de la puerta, pero Yeonjun la abrió de un empujón, sin llamar, y entró.
Beomgyu oyó que una voz lanzaba una exclamación de sorpresa, y se le contrajo el corazón al pensar en Hugo, que prácticamente había vivido en aquella habitación. Taeyeon, con su voz dulce, y Hugin, el cuervo que era su constante compañero... y que, por orden de Taeyeon, había estado a punto de arrancarle los ojos.
No era Taeyeon, desde luego. Tras el enorme escritorio, un gran tablero de caoba apoyado sobre las espaldas de dos ángeles de piedra arrodillados, estaba sentado un hombre de mediana edad con el cabello rubio como el de Niki y Kai. Llevaba un pulcro traje chaqueta negro, muy sencillo, que contrastaba con los múltiples anillos de colores resplandecientes que le brillaban en los dedos.