Al final, Niki sólo puso dos Marcas en Beomgyu, en el dorso de ambas manos. Una era el ojo abierto que decoraba la mano de todo cazador de sombras. La otra parecía dos hoces cruzadas; Niki le dijo que era una runa de protección. Ambas runas le quemaban cuando la estela tocó por primera vez la piel, pero el dolor se fue desvaneciendo mientras Beomgyu, Niki y Kai se dirigían al centro en un taxi negro. Para cuando llegaron a la avenida y pisaron la calzada, las manos y brazos de Beomgyu le parecían tan ligeros como si llevara flotadores en una piscina.
Los tres permanecieron silenciosos mientras cruzaban el arco de hierro forjado y penetraban en el cementerio. La última vez que Beomgyu había estado en aquel pequeño patio lo había hecho marchando apresuradamente tras el hermano Hyungsik.
La hierba crecía enmarañada sobre los pies de la estatua del Ángel en el centro del patio. Los ojos del Ángel estaban cerrados, las delgadas manos cerradas sobre el pie de una copa de piedra, una reproducción de la Copa Mortal. El rostro de piedra estaba impasible, cubierto de mugre y polvo.
- La última vez que estuve aquí... - Indicó Beomgyu. - El hermano Hyungsik usó una runa de la estatua para abrir la puerta que conduce a la Ciudad.
- No me gusta la idea de usar una de las runas de los Hermanos Silenciosos. - Dijo Kai con el rostro sombrío. - Deberían haber percibido nuestra presencia antes de que llegásemos hasta aquí. Ahora sí estoy empezando a preocuparme.
Sacó una daga del cinturón y se pasó el filo sobre la palma desnuda. Brotó sangre de la superficial herida y, cerrando la mano sobre la copa de piedra, dejó que la sangre goteara en el interior.
- Sangre de los nefilim. - Explicó. - Debería funcionar como una llave.
Los párpados del Ángel de piedra se abrieron de golpe. Por un momento, Beomgyu esperó ver unos ojos contemplándolo furibundos por entre los pliegues de la piedra, pero sólo había más granito. Al cabo de un segundo, la hierba a los pies del Ángel empezó a separarse. Una sinuosa línea negra, ondulando como el lomo de una serpiente, se alejó de la estatua describiendo una curva, y Beomgyu se apresuró a dar un salto cuando un oscuro agujero se abrió a sus pies.
Miró al interior. Unos escalones se perdían en las sombras. La última vez que había estado allí, la oscuridad había estado iluminada a intervalos por antorchas que alumbraban los peldaños. Pero en estos momentos sólo había oscuridad.
- Algo va mal. - Dijo Beomgyu.
Ni Niki ni Kai parecieron inclinados a discutirlo. Beomgyu sacó del bolsillo la piedra de luz mágica que Yeonjun le había dado y la alzó. La luz surgió intensa a través de sus dedos extendidos.
- Vamos.
Kai se colocó delante de él.
- Yo voy primero, luego me sigues tú. Niki cerrará la marcha.
Descendieron lentamente; las botas húmedas de Beomgyu le resbalaban sobre los peldaños redondeados por los años. Al pie de la escalera había un túnel corto que iba a dar a una sala inmensa, un bosquecillo de piedra de arcos blancos incrustrados con piedras semipreciosas. Hileras de mausoleos se acurrucaban en las sombras igual que casas-hongo en un cuento de hadas. Los más distantes desaparecían en las sombras; la luz mágica no era lo bastante potente para iluminar toda la sala.
Kai miró sombriamente hacia los pasillos.
- Jamás pensé que entraría en la Ciudad Silenciosa. - Dijo. - Ni siquiera muerto.
- Yo no lo diría con tanta pena. - Repuso Beomgyu. - El hermano Hyungsik me contó lo que hacen con vuestros muertos. Los incineran y usan la mayor parte de las cenizas para fabricar el mármol de la Ciudad.
"La sangre y los huesos de los cazadores de demonios son en sí mismos una poderosa protección para el mal. Incluso en la muerte, la Clave sirve a la causa", recordó.
- ¡Uh! - Asintió Niki. - Se considera un honor. Además, no es como si vosotros, mundis, no quemaseis a vuestros muertos.
"Eso no hace que no resulte escalofriante", pensó Beomgyu. El olor a cenizas y a humo flotaba con fuerza en el aire, y lo recordaba de la última vez que estuvo allí; pero había algo más bajo aquellos olores, un hedor más fuerte y denso, como a fruta podrida.
Frunciendo el entrecejo como si él también lo oliera, Kai sacó uno de sus cuchillos ángel del cinturón.
- Arathiel. - Musitó, y el resplandor del cuchillo se unió a la luz mágica de Beomgyu. Localizaron la segunda escalera y descendieron a una penumbra aún más espesa.
La luz mágica parpadeó en la mano de Beomgyu como una estrella moribunda; el muchacho se preguntó si las piedras de luz mágica alguna vez se quedaban sin energía, como las linternas se quedaban sin pilas. Esperó que no. La idea de verse sumido en una oscuridad total en aquel lugar escalofriante lo llenaba de un terror visceral.
El olor a fruta podrida aumentó en intensidad cuando llegaron al final de la escalera y se encontraron en otro largo túnel. Este daba a un pabellón rodeado por agujas de hueso tallado: un pabellón que Beomgyu recordaba muy bien. Incrustraciones de estrellas de plata salpicaban el suelo a modo de valioso confeti. En el centro del pabellón había una mesa negra. Un fluido oscuro se había reunido en su resbaladiza superficie y goteaba en el suelo formando riachuelos.
Cuando Beomgyu se había presentado ante el Consejo de Hermanos, había habido una gruesa espada de plata colgando en la pared situada tras la mesa. La Espada había desaparecido, y en su lugar, un gran abanico escarlata manchaba la pared.
- ¿Es eso sangre? - Susurró Niki; su voz no sonó asustada, sólo atónita.
- Lo parece. - Los ojos de Kai escrutaron la habitación.
Las sombras eran espesas como pintura, y parecían llenas de movimiento. Kai asía con fuerza el cuchillo serafín.
- ¿Qué puede haber sucedido? - Se preguntó Niki. - Los Hermanos Silenciosos... creía que eran indestructibles.
Su voz se fue apagando mientras Beomgyu, con la luz mágica de su mano, captaba extrañas sombras entre las agujas del techo. Una tenía una forma más extraña que las demás. Beomgyu deseó que la luz mágica ardiera con más fuerza, y esta lo hizo, lanzando un rayo de claridad a lo lejos.