Un quedo murmullo recorrió al grupo. Los que iban encapuchados se echaron las capuchas hacia atrás, y Beomgyu pudo ver, por las expresiones de Yeonjun, Kai y Niki, que muchos de los cazadores de sombras les eran conocidos.
- Por el Ángel. - La mirada incrédula de Kibum pasó de Kai a Yeonjun, cruzó por encima de Beomgyu y regresó a su hijo menor. Yeonjun se había apartado de Kai cuando Kibum comenzó a hablar, y se mantenía un poco alejado de los otros tres, con las manos en los bolsillos. Niki retorcía nerviosamente el látigo que tenía en las manos. Kai parecía juguetear con su teléfono móvil, aunque Beomgyu no podía ni imaginar a quién estaría llamando. - ¿Qué estáis haciendo aquí? ¿Kai? ¿Niki? Ha habido una llamada de auxilio procedente de la Ciudad Silenciosa...
- Nosotros respondimos a ella. - Contestó Kai.
La mirada del muchacho se movió ansiosamente por el grupo allí reunido. Beomgyu no podía culparle por su nerviosismo. Se trataba del grupo más grande de cazadores de sombras adultos, bueno de cazadores de sombras en general, que él había visto nunca. No dejaba de mirar de rostro en rostro, registrando las diferencias entre ellos: variaban ampliamente en edad, raza y aspecto general, y sin embargo todos daban la misma impresión de poder inmenso y contenido. Podía percibir sus sutiles miradas puestas en él, examinándolo, evaluándolo. Uno de ellos, una mujer con ondulantes cabellos canosos, lo miraba fijamente con una fiereza que no tenía nada de sutil. Beomgyu parpadeó y apartó los ojos.
- No estabas en el Instituto... - Prosiguió Kai. - Y no podíamos ponernos en contacto con nadie... así que vinimos nosotros.
- Kai...
- No importa, de todos modos. - Concluyó Kai. - Están muertos. Los Hermanos Silenciosos. Están todos muertos. Los han asesinado.
Esta vez no surgió ningún sonido de los allí reunidos. Todos se quedaron inmóviles, del mismo modo en que una manada de leones podría quedarse inmóvil al descubrir una gacela.
- ¿Muertos? - Repitió Kibum. - ¿Qué quieres decir con que están muertos?
- Creo que está muy claro lo que quiere decir. - Un hombre que llevaba un largo abrigo gris había aparecido de improviso junto a Kibum. Sostenía un refulgente pedazo de luz mágica sujeto a una larga cadena de plata.
- ¿Están todos muertos? - Preguntó, dirigiéndose a Kai. - ¿No habéis hallado a nadie con vida en la Ciudad?
Kai negó con la cabeza.
- No que nosotros viéramos, Inquisidor.
De modo que ese era el Inquisidor, pensó Beomgyu. Ciertamente parecía alguien capaz de arrojar a un chico adolescente a una mazmorra sin más motivo que el no gustarle su actitud.
- Que vierais. - Repitió el Inquisidor, con los ojos igual que centelleantes cuentas, antes de volver la cabeza hacia Kibum. - Aún podría haber supervivientes. Yo enviaría a tu gente al interior de la Ciudad para que hicieran una comprobación a fondo.
Kibum apretó los labios. Por lo poco que Beomgyu había averiguado sobre Kibum, sabía que al padre adoptivo de Yeonjun no le gustaba que le dijesen qué hacer.
- Muy bien. - Aceptó Kibum. Se volvió hacia el resto de cazadores de sombras, que no eran tantos como Beomgyu había pensado en un principio; más cerca de veinte que de treinta, aunque la impresión que le había causado su aparición los había hecho parecer una multitud ingente.
Kibum habló con Malik en voz baja. Él asintió y, cogiendo por el brazo a la mujer de cabellos plateados, condujo a los Cazadores de Sombras hacia la entrada de la Ciudad de Hueso. A medida que uno tras otro descendían por la escalera, con sus respectivas luces mágicas en la mano, el resplandor del patió empezó a desvanecerse. La última en bajar fue la mujer del cabello canoso. A mitad de la escalera, la mujer se detuvo, se volvió y miró hacia atrás... directamente a Beomgyu. Sus ojos estaban cargados de un terrible anhelo, como si ansiase desesperadamente decirle algo. Después de un momento, volvió a echarse la capucha sobre el rostro y desapareció en las sombras.
Kibum rompió el silencio.
- ¿Por qué querría nadie asesinar a los Hermanos Silenciosos? No son guerreros, no llevan Marcas de combate...
- No seas ingenuo, Kibum. - Le cortó el Inquisidor. - Esto no ha sido un ataque al azar. Puede que los Hermanos Silenciosos no sean guerreros, pero son ante todo guardianes, y muy buenos en su trabajo. Por no decir difíciles de matar. Alguien quería algo de la Ciudad de Hueso y estaba dispuesto a matar a los Hermanos Silenciosos para obtenerlo. Esto ha sido premeditado.
- ¿Qué hace que estés tan seguro?
- ¿Esa pérdida de tiempo que nos ha llevado a todos al centro? ¿La niña hada muerta?
- Yo no llamaría a eso una pérdida de tiempo. A la niña hada le habían sacado toda la sangre, como a los otros. Estos asesinatos podrían ocasionar serios problemas entre los Hijos de la Noche y otros subterráneos...
- Distracciones. - Replicó el Inquisidor, desdeñoso. - Querían que estuviéramos fuera del Instituto para que nadie respondiera a los Hermanos cuando llamaran pidiendo ayuda. Ingenioso, en verdad. Pero claro, él siempre fue muy ingenioso.
- ¿Él? - Fue Niki quien habló, con el rostro muy pálido. - Se refiere...
Las siguientes palabras de Yeonjun provocaron una sacudida en Beomgyu, como si hubiese entrado en contacto con una corriente eléctrica.
- Jinki. - Dijo el muchacho. - Jinki ha cogido la Espada Mortal. Por eso ha matado a los Hermanos Silenciosos.
Una fina y repentina sonrisa se curvó en el rostro del Inquisidor, como si Yeonjun hubiese dicho algo que lo complaciera enormemente.
Kai dio un brinco y se volvió para mirar a Yeonjun boquiabierto.
- ¿Jinki? Pero tú no nos has dicho que estaba aquí.
- Nadie me lo ha preguntado.
- Pero él no puede haber matado a los Hermanos. Los han hecho pedazos. Ninguna persona podría haber hecho todo eso.
- Probablemente tuvo ayuda demoníaca. - Repuso el Inquisidor. - Ya ha usado antes demonios para que le ayuden. Y con la protección de la Copa, podría invocar a algunas criaturas muy peligrosas. Más peligrosas que los rapiñadores. - Añadió haciendo una mueca con el labio, y aunque no miró a Beomgyu al decirlo, las palabras fueron, en cierto modo, un bofetón verbal; la tenue esperanza de Beomgyu de que el Inquisidor no lo hubiese visto o reconocido se desvaneció. - O los patéticos repudiados.