El camino desde la casa Allen a la comisaría central de Crowder no fue para nada agradable, ya que en reiteradas ocasiones Elaine había descubierto a Erick observándola, y eso a ella sinceramente le aterraba.
—¿Te puedo hacer una pregunta, Collins? —el sospechoso viajaba en el asiento derecho, justo al lado de ella.
Elaine declinó la idea de ponerle la protección de las esposas, pues a sabiendas de que Erick podría causarle algún daño físico, la mujer demostró ser más inteligente. Sabía que si quería enfrentarse a él, primero debía facilitarle lo que a él le gustaba, y eso era el control. Erick amaba saber que tenía absoluto control de las cosas, de las personas y de las situaciones, por lo que ella se presentó sumisa, calmada y aparentemente desentendida de las acusaciones de Iker.
—Te escucho.
—¿Por qué tienes sospechas de mí?
—No son sospechas, Erick, es parte de mi trabajo. Hace algunas semanas, recuerdo que mi padre te pidió que pasaras a la comisaría para realizarte algunas preguntas, y jamás te presentaste.
—Porque no lo creí necesario.
—¿Y por qué no?
—Porque yo sería incapaz de hacerle daño a Sara.
—Las preguntas realizadas en los interrogatorios no siempre van dirigidas a los sospechosos. Lo que se busca lograr con ellas es saber los antecedentes de la víctima, en dónde estaba, a quienes frecuentaba, que le gustaba o qué aborrecía, y en tu caso, bien pudiste testificar que Sara ya no formaba parte de tu relación, que habían terminado y listo. Pero no lo hiciste.
—En el transcurso de ese tiempo algunos policías me realizaron unas cuantas preguntas, y yo amablemente las respondí.
—Mmmm, interesante. Pero, ¿sabes cuál es el problema, Erick?
—¿Hay un problema?
—Sí, de hecho es muy complejo —se giró a él pidiéndole algunos segundos prestados a la carretera—. Las preguntas las hicieron mis compañeros, y esta vez quiero hacerlas yo.
—¿Existe alguna diferencia entre tú y ellos?
—Por supuesto que existe. Yo te conozco, y sé muchas cosas de ti que ellos no saben.
Entonces el auto siguió su camino.
La cámara Gesell esperó la llegada de Howard, acondicionada con dos espacios independientes, un vidrio de visión unilateral, dos sillas, una mesa y dos botellas de agua el mayor reto de Elaine estaba comenzando. A través del vidrio oscuro de su oficina personal, Rodrigo vio entrar a Elaine con Erick caminando delante de ella, tomó la decisión de no decir nada ni entrometerse, pues aquel interrogatorio sería asunto de su hija y debía confiar en ella. Sin embargo, no pudo canalizar la enorme sensación de orgullo y entusiasmo, pues finalmente Elaine estaba venciendo su miedo.
—Entra ahí —le ordenó ella.
Después de una oleada rápida de recuerdos instantáneos, Elaine tuvo que regresar a su presente, se sentó frente a él y lo observó durante algunos segundos en total silencio.
—¿Qué te pasa Collins? Pareciera como si me tuvieras miedo —Erick le sonrió y se recostó en el respaldo de la silla.
Instintivamente ella le devolvió el gesto.
Ambos pares de ojos con el mismo odio se juntaron y por un momento el tiempo pareció detenerse en las pupilas azules de Howard. El poder de esa mirada que nadie más tiene, porque a pesar de que los ojos varíen en el color, ya sean verdes, azules o grises, el poder es el mismo; un poder infame, capaz de escudriñar y a la misma vez manipular el miedo que la persona desea sobre ti, una mirada aborrecible, pero carente de sentimientos.
—Dale prisa al asunto, Elaine, ¿qué es lo que quieres?
—¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza cuando piensas en el nombre de Sara?
Y mientras Howard le respondía, Elaine se dedicó a observarlo, le observó el rostro, sus gestos, sus manos; escuchó el sonido de sus pies, de su respiración y el puntero de su reloj.
—En este momento: tristeza, decepción, miedo de no saber qué sucede con ella, y… deseo de volver a verla.
No mencionó culpa por haberla supuestamente abandonado después de la pelea.
—¿Y antes?
—Gusto… felicidad… cariño… entusiasmo… amor.
Nótese bien como en esta última respuesta se tardó más en hablar.
—¿Cuándo fue la última vez que la viste?
Sin que los dos pudieran verlo, Rodrigo se paró al otro lado del vidrio unilateral observando detalladamente la entrevista.
—El dieciséis de septiembre, me parece que era sábado.
No vaciló en responder la fecha exacta en la que Sara desapareció.
—¿Qué estaban haciendo?
—Sara me llamó durante la hora del desayuno, me pidió que fuese a su casa, pues quería hablar conmigo.
—¿Es decir que estuviste en la casa de las Allen?
—Sí, ya te lo he dicho. Bueno, tuvimos una conversación corta, ella me explicó el motivo de nuestra separación, y yo terminé aceptándolo.
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Editado: 07.05.2024