Cementerio de deidades

CAPÍTULO OCHO

Cuando Daya apareció apresurada reptando entre los árboles, el sol se  comenzaba a ocultar en el horizonte, cuando divisó a Marlon caminando por el lugar se transformó para adoptar su forma humana para así llamar la atención de este. 

 

Él la miró, completamente atento a ella y sobresaltado por su repentina aparición,  —aunque claro, jamás admitiría que aquella joven lo había sorprendido al estar despistado —esperando a que ella le dijera algo.

 

 —Estaba por el bosque...cuando...cuando…

 

 —Daya —la llamó el guardián exasperado por su actitud —Tranquilízate y explícate de una vez, por favor.

 

 —Estaba por el bosque cuando vi un grupo de personas caminando, creo que eran cinco. Atravesaron la barrera —explicó después de tomar rápidas respiraciones seguidas.

 

 —Acompáñame, rápido —dijo antes de darle lugar a Ax, inclinándose hacia el frente para que ella pudiera subirse a su lomo.

 

Volaron lo más rápido que Ax pudo, sorteando árboles y atravesando las nubes hasta llegar al lugar en el que él sabía se encontraba Arica observando el atardecer. Quien al verlos llegar se preocupó al instante, ya que nadie solía molestarle cuando se encontraba allí. Todos sabían que era su lugar de descanso y donde iba a liberar sus angustias y penas.

 

 —Daya vio a personas caminando por el bosque, por dentro de la barrera.

 

Su corazón se detuvo por un instante para luego latir aceleradamente. Lo que ella más temía se estaba volviendo realidad.

Por más que lo pensaba no lograba entender como aquello había ocurrido. Si alguien traspasaba la barrera ella lo sentía en el primer instante por la conección que tenía con Ruh. Sin embargo, no fue capaz de dudar en las palabras de Daya, seguramente habría una explicación razonable para ello.

 

 —Llama a las guerreras, quiero que los saquen de aquí —su voz era firme, adoptando la posición que formulaba cuando cosas serias ocurrían —Que sean silenciosas, que pase por desapercibido.

 

Marlon asintió para luego marcharse con la joven que lo acompañaba, dejando a Arica sola con sus tormentosos pensamientos. Estaba alterada, nerviosa y preocupada.

 

El poder de Ruh era capaz de crear criaturas, tal como lo había hecho con Arica, y así fue como habían comenzado a existir las guerreras. Criaturas similares a las Erinas. Con la única diferencia de que estas tenían una gran corazón puro y no se guiaban por la sed de venganza, sino todo lo contrario.

 

Por el bosque caminaban cinco personas distraídamente, cargando con grandes sacos de dormir y mochilas. Cuatro de ellos eran jóvenes mientras que el restante era un hombre que rondaba los cuarenta años.

 

Las guerreras los observaban atentas entre las sombras, dándose cuenta así que no representaban peligro alguno. Por lo que sus planes debieron cambiar, pasando a ser el objetivo principal asustarlos y lograr que regresaran sobre sus pasos hasta salir del bosque.

 

Arañaron la corteza de los árboles con sus uñas, hicieron tétricos gorgoteos y gruñidos.

Corrieron cerca de ellos haciendo un ruido exagerado, alborotando la paz del lugar. Los pájaros que entre las ramas de los árboles descansaban parecieron contribuir con su objetivo, ya que salieron volando repentinamente con graznidos agonizantes asustando a los presentes allí.

 

El terror invadió a los intrusos que observaban en todas las direcciones tratando de identificar aquello que los atormentaba sin éxito alguno. A excepción de uno de ellos, que ya las había visto agazapadas entre los arbustos.

 

Con sus largas orejas de elfo, sus tatuajes blancos en rostro y cuello, con sus vestimentas de guerra y sus posiciones de ataque. Hermosas criaturas pensó él.

 

 —¡Vámonos de aquí! —gritó aterrado uno de los jóvenes para luego salir corriendo despavoridos en dirección de donde venían siendo seguido por los demás a excepción de uno.

 

El hombre rió, alegre, al verlas salir de su escondite alertas a al intruso que aún no se marchaba. Ellas quedaron sorprendidas al ver que el hombre se convertía en un gran oso pardo que comenzó a lanzar pequeños gruñidos de júbilo.

 

Un rato después Arica y Marlon esperaban en una de las cabañas desocupadas a que ellas llegaran con el cambiaforma que estaba entre el grupo de infiltrados.

Una de ellas ingresó a la cabaña, su piel oscura hacía resaltar los claros tatuajes que surcaban todo su cuerpo deslumbrando a todos los seres con su fantasiosa belleza.

Luego de hacer una innecesaria reverencia a la que consideraba era su reina, haciendo que Arica riera ya que muchas veces les había dicho que no debían hacer aquello, para luego marcharse sin medir palabra y es que las guerreras tenían voto de silencio.  Dejando al hombre con ellos en un silencio que poco duró.

 

 —¿Por qué estabas en el bosque con un grupo de humanos? —Marlon no dudó en cuestionar sus acciones, alerta por si debía defender a Arica.

 

 —Los conocí unos kilómetros fuera del pueblo, son viajeros —comenzó  a explicarse el hombre —Me dijeron que vendrían al bosque a acampar y, como era a donde me dirigía, no dude en acompañarlos. Un hombre caminando solo se vería extraño.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.