Cenicienta De Sangre

Medianoche

APRIL

 

¡Maldito! ¡Maleducado! ¡Prepotente! ¡Arrogante! ¡Soberbio! ¡Ignorante! ¡Presumido! ¡Troglodita! ¡Idiota! ¡Estúpido! ¡Vanidoso! ¡Misógino!

Escuchaba los tacos de los zapatos golpear con violencia la piedra de la escalera por la frustración y el enojo. Con cada escalón me salían epítetos de todo tipo con los que definir al famoso Príncipe.

¡Príncipe un demonio! ¡Era odioso y altanero! ¡Se creía un dios en la Tierra!

¡Cuánto hubiera querido insultarlo hasta reducirlo a un insecto!

¿Pero cómo se permitió ofender a mi madre y a mi padre?

Estaba por abandonar el edificio y correr hacia el camino que llevaba al aparcamiento, cuando me atrajo una pequeña biblioteca, de la cual huían dos amantes que empezaron a perseguirse y reír en el jardín principal.

Incluso si había decidido quedarme allí el menor tiempo posible, la curiosidad fue más fuerte.

Además, en esa ala no había un alma y a lo largo de toda la pared frente a los grandes ventanales había cinco maravillosas pinturas de época victoriana.

Quedé particularmente sorprendida por uno de los cinco cuadros que representaba un hada que extendía una mano sobre un río para recoger un ramo de flores que había sido arrojado al agua.

Había algo familiar en esa obra.

Me llevó un momento identificar la pintura de un pintor prerrafaelita de mitad del ochocientos, gracias al uso abundante de simbolismos y del hada.

“John Everett Millais”, me susurró a la oreja una voz, haciéndome sobresaltar del susto.

Mi di vuelta de golpe.

Era el Príncipe.

“La he asustado?”, me preguntó con aire inocente y volviendo a tratarme de Usted.

“Obviamente no”, mentí, recordando que los vampiros no se asustan jamás. “Estaba absorta admirando esta pintura. Tiene razón, parece una obra de Millais. El fondo en plein aire es idéntico al de “Ofelia”, pero dudo que el pintor haya hecho una copia para luego colocar un hada en el lugar de Ofelia ahogada, por lo que presumo que es falso.”

“Millais pintó este cuadro que quedó durante mucho tiempo incompleto y vacío, donde luego se introdujo la imagen de Ofelia. Durante ese período de tiempo, el pintor perdió el cuadro y por eso decidió hacer otro. Fui yo quien encontró el cuadro perdido y Millais para agradecerme me lo regaló. Siempre se utilizó a la querida Elizabeth Siddal, mujer de sangre exquisita, sobre todo para inspirar el rostro del hada como había hecho con la pintura de Ofelia. Puestos juntos, es posible notar algunas diferencias en el fondo, como la ausencia de ranúnculos y ortigas o el pliegue de la rama de sauce, pero por lo demás es casi idéntico.”

“Y por qué esta obra no se encuentra en la Tate Gallery junto a la otra?”

“Porque nadie conoce la existencia de esta maravillosa obra y no quiero compartir un regalo como éste, reservado a mí, con el resto del mundo.”

““Egoísta””, agregué a mi lista de epítetos. Sin embargo, estaba sinceramente fascinada por esa pintura que me deslumbró respecto a las otras, todas de pintores menores y menos interesantes para mi gusto.

Permanecí un rato admirando esa maravilla que hizo que mi noche fuera de verdad, única y especial.

“Le gustan los Prerrafaelistas?”, me preguntó.

“Muchísimo”, admití.

“Entonces estoy seguro de que le gustará mucho la obra que tengo en mi estudio, aquí al lado”, me dijo amablemente, invitándome a seguirlo.

No tenía ganas de seguirlo, pero el arte era mi pasión y el Príncipe parecía que había cambiado y era más complaciente.

Demasiado curiosa por saber qué otro tesoro poseía, lo seguí.

Delante mío había un cuadro que conocía bien: “Perséfone” de Dante Gabriel Rossetti.

“Es una copia o lo ha robado al Tate Britain?”

“Ninguna de las dos cosas. Es un préstamo.”

“Lo adoro”, suspiré.

“Este es uno de los pocos cuadros en el que la muchacha retratada no tiene cabello rojo como el suyo, pero considero que es el cuadro que más me lo recuerda.”

“¿Cómo puede decir eso, si ni siquiera me conoce?”

“¿Es verdad, pero no le parece que la expresión de Perséfone después de haber comido la granada ofrecida por Hades y así condenarse a descender al inframundo, es similar a la suya?”

“Me está amenazando?”, me enojé de repente por esa insinuación.

“Seguro ha arriesgado un largo y tormentoso descenso a los Infiernos, sin retorno por la actitud que tuvo antes, pero…”

“¡Es usted que ha comenzado, insultando a mi familia!”

“Su familia?”

“Sí, la Orden y la Confederación son una familia para mí”, me corregí.

“Tiene razón y le pido disculpas. ¿Podemos hacer las paces?”, me propuso extendiendo la mano.

“Disculpa aceptada, pero ahora debo irme”, respondí rápidamente, evitando darle la mano por miedo que pudiera leer mi mente y volviendo hacia la biblioteca y los jardines.




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