Cenizas al café

• 2: Pintora improvisada •

Segundo día de clases - mañana

Segundo día de clases - mañana

La lección de Química dictada por Rafaela Viñoni resultaba tediosa, no obstante, en la mente de Merlía era todo lo contrario. Gritos ensordecedores, chillidos retumbantes, latidos veloces y lágrimas queriendo escaparse. Aquello que había vivido en la mañana de la primera jornada de clases no parecía querer abandonarla.

Recordó con claridad la noche, tras el regreso a la mansión luego de haber visitado Coriandre. Le resultaba fría y daba la impresión de que el viento ingresaba por la ventana aunque estuviera cerrada. Le provocaba una sensación de soledad, aun teniendo a su hermana a unos metros de distancia. Se preguntaba por qué no era capaz de dormir, por qué debía pensar tanto, y eran estas unas de las tantas piezas que todavía no encajaban en el inmenso rompecabezas. Se había acostumbrado a ser controlada por sus propias emociones, dejando como secuela algo mucho mayor que un dolor de cabeza. ¿Acaso era pavor, angustia, desamparo? Ni en la noche previa ni ese día lograba distinguir qué le ocurría, tampoco conocía la razón. Los oscuros sentimientos la habían inundado de nuevo, impidiéndole descansar y sentirse en paz.

En clase, mientras miraba los símbolos químicos desprovistos de sentido, percibía cómo los recuerdos del día anterior llovían como un aguacero. Los sentía consigo, y podía jurar que el dolor que le provocaban se reproducía incesantemente.

Aquel rostro ojeroso, de facciones anchas, con unos ojos penetrantes como hondos abismos no deshabitaba sus pensamientos. Era imposible dejar de enfocarse en lo ocurrido; por más que le resultara natural, cada cosa la sentía como un golpe directo al alma. Tan complicado parecía evitar el temor, el dolor, la rabia, y después una sensación de impotencia cuando comenzaba a ver cómo su cuerpo se volvía pequeño y débil. Dolor; dolor que la encarcelaba, la acompañaba y no se largaba. Permanecía dentro de ella aunque lo que más deseara era que se ausentara, pero ¿cómo podría marcharse? Creía que si su pesar era provocado por esa situación, entonces no acabaría jamás, porque «hay cosas que son eternas y no desaparecen ni con el paso del tiempo».

De repente pensó en el vacío aterrador que se había apoderado de ella, y se estremeció al rememorarlo. La envolvía y no le permitía salir, como garras oprimiéndola y cortándole la respiración. ¿Cómo llenar el hueco? ¿Cómo apaciguar el alma? Quería, no, necesitaba una forma de extinguir el miedo.

Una pausa al dolor y al sufrimiento era lo que anhelaba. Vivir un día en el cual los tormentos por fin cesaran, y poder descansar observando el sol y la hierba, sintiéndose en completa armonía, disfrutando del agua del mar y de la magia del mundo. Siendo libre, siendo verdaderamente libre.

Pero ¿cuándo llegaría ese día?

Con la mirada perdida en algún rincón del aula, entendió que sabía la respuesta, y aunque intentara con todas sus fuerzas pensar en positivo, no era posible. «Nunca», susurró.

Otra imagen de la noche previa apareció, y recordó el cuerpo de su hermana tendido sobre la cama. «Es tan hermosa, dueña de una luz que pocos ven, pero que yo sé que existe». Una sonrisa se le dibujó en el rostro al reparar en lo mucho que se divertía a su lado. «Es una persona que me hace sentir feliz, que me escucha cuando lo necesito sin pedir nada a cambio, y está siempre para mí».

A continuación, evocó a su otro hermano, Andrés, que a pesar de ser unos años más pequeño también era un gran compañero. Se le ocurrió que la actividad que más disfrutaba con él era ir a la playa y juntos jugar con el perro que tenían. Para Bowie era esa la máxima diversión, que le lanzaran palos al agua y él fuera a buscarlos, sin cansarse, y así podían pasar horas.

Hubiese continuado desglosando los hechos y lo que sentía con respecto a ellos, mas la profesora le hizo una pregunta. Cada vez que ocurría eso, su pecho empezaba a palpitar con más velocidad. Se limitó a decir en voz baja que no conocía la respuesta, recibiendo un "deberías" de parte de la muchas veces llamada "severa" Viñoni. Merlía no tardó en regresar a su mundo interior, solo que por alguna razón esta vez caviló sobre otras cuestiones.

Divagaba y fantaseaba entre circunstancias posibles en un futuro próximo, hasta el punto de abrumarse. Era un nuevo año; haría lo mejor posible para rendir correctamente en las asignaturas, para ser sociable y, sobre todo, para ser una excelente jugadora de vóleibol y mantenerse en forma, algo que le era primordial. Pero antes, debía ocuparse de un asunto que hacía tiempo rondaba por su cabeza, que siempre intentaba descifrar y nunca lo conseguía del todo, mas no perdía nada con probar otra vez.

Comenzó pensando qué era lo que le gustaba hacer, y se colmó de preguntas sin respuesta. Había veces en las que sentía que estaba viviendo la vida de alguien más, pues las cosas que había hecho a lo largo de los años nunca le llenaron por completo. A pesar de eso, como si fuera un robot, las hacía sin cuestionárselo demasiado, de forma tan automática que se contradecía con su ser sensible.

«¿Qué es eso que te llena, Merlía? ¿Algún deporte, quizá?» Estaba claro que practicaba vóleibol por influencia de su madre, Stefanie Blanco era una jugadora ejemplar. Tal vez no lo odiaba, pero sabía que no le llenaba. «¿Pintar... dibujar... escribir?»




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